El misterio de varios fósiles y la similitud geológica entre cordilleras que actualmente están separadas apoyan la hipótesis de la Pangea.
En 1915, como parte de su obra The Origin of Continents and Oceans, el astrónomo alemán Alfred Wegener propuso la hipótesis de la deriva continental. Según el planteamiento del experto, todos los actuales continentes estuvieron unidos en una sola masa hace unos 300-200 millones de años, a finales de la Era Paleozoica y hasta los últimos tiempos del Triásico. Ese supercontinente es lo que denominamos Pangea.
A fin de llegar a su histórica hipótesis, Wegener echó mano de sus conocimientos en biología, botánica y geología. Por ejemplo, rastreó fósiles del antiguo reptil Mesosaurus, que solo se encontraron en el sur de África y Sudamérica. Ante el desconcierto que traía la idea de que estos animales se hubieran desplazado de una región a otra, empezó a cimentarse el supuesto de que los continentes no siempre estuvieron en su disposición actual. En otras palabras: los indicios del mesosaurio sugieren un hábitat único.
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Wegener también estudió la estratigrafía de distintas rocas y cadenas montañosas. Con sus análisis, vio que la costa este de Sudamérica y la costa oeste de África parecen encajar como las piezas de un rompecabezas. Pero la cosa no quedó ahí: el científico encontró que una geología similar estaba compartida entre los Montes Apalaches (Estados Unidos) y los Montes Caledonios (Escocia).
De ser tal y como Wegener advirtió, el supercontinente habría empezado a separarse hace unos 200 millones de años. Esos pedazos de la antigua fisonomía terrestre se desplazaron a otros lugares, hasta ocupar sus posiciones actuales.
¿Por qué se separó este supercontinente?
Conforme a la información que comparte el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS, por sus siglas en inglés), Pangea empezó a desgarrarse cuando surgió una fisura de tres puntas entre África, Sudamérica y Norteamérica. El evento comenzó cuando el magma brotó a través de la debilidad de la corteza, creando una zona de grieta volcánica.
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Mientras que las erupciones arrojaban cenizas por doquier, fragmentos de la Pangea se separaban. La grieta entre los continentes en expansión creció gradualmente hasta formar una nueva cuenca oceánica: el Atlántico.
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