Se viene febrero. Y sí, empezarán los cientos de miles de artículos sobre cuál es la química del enamoramiento en el cerebro. Sin ser una casualidad por completo, un equipo de científicos de University of California, San Francisco publicó en la revista Neuron recientemente un estudio que desmitifica la función de la oxitocina, conocida también como la ‘hormona del amor’.
En la cultura popular, se le atribuye a esta hormona el desarrollo de confianza y cariño en mamíferos. Para desmentir esta creencia, los investigadores recurrieron a una de las especies que demuestra más apego social a largo plazo con sus parejas: los ratones de pradera. Esto fue lo que encontraron.
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Entre los mamíferos que existen en la Tierra, los ratones de pradera (Microtus ochrogaster) han demostrado tener una filiación muy fuerte con la monogamia. Es decir: una vez que escogen una pareja para aparearse, se quedan con ella para el resto de sus vidas. No necesitan a nadie más.
De acuerdo con Devanand Manoli, biólogo de la Universidad de California, este comportamiento se identificó por primera vez hace 40 años. Desde entonces, la especie ha despertado el interés de la comunidad científica por su intensa necesidad de mantener una misma pareja para siempre.
Para comprobar si realmente necesitaban la ‘hormona del amor’ para establecer estos vínculos vitalicios, los investigadores a cargo de Manoli inyectaron un fármaco para inhibir la señalización de la hormona en el cerebro de estos roedores en un entorno controlado de laboratorio. Se sorprendieron:
«[…] nuestros estudios revelan inesperadamente que el apego social, el parto y el comportamiento de los padres pueden ocurrir en ausencia de señalización de oxitocina en ratones de pradera», escriben los autores en el estudio.
Es decir: las hembras siguieron teniendo afinidad por sus crías, y no abandonaron a sus parejas cuando dejaron de sentir los efectos de la oxitocina. La apuesta de los biólogos es que la oxitocina no sea la única responsable de estos vínculos amorosos, sino que sean resultado de una interacción química mucho más compleja, que la ciencia no ha logrado decodificar.
Por ello, los investigadores cuestionan si realmente la ‘hormona del amor’ es necesaria para generar vínculos profundos. Parece ser que, en la especie monogámica por antonomasia, éste no es el caso.
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