Con dientes fósiles de un individuo prehistórico se pudo tener una gran pista sobre por qué nuestra especie tiene una infancia larga.
Los científicos saben que, a diferencia de muchas otras especies, la nuestra tiene una infancia muy larga. Por años se ha tratado de entender a qué de sebe esto, pues alguna explicación debe venir con el hecho. La más plausible, según diversas fuentes, es que esta etapa se prolonga porque se están desarrollando cerebros más grandes y complejos, que los que presentan otros animales. En este sentido, llega una actualización junto a dientes fósiles de hace 1,77 millones de años.
Infancia prolongada para un cerebro que lo necesita
Un grupo de científicos estudió piezas dentales de un joven prehistórico que vivió en lo que ahora es Georgia, descubriendo al tiempo que se trataba de un individuo de nuestro género (Homo) que, en aquel tiempo, ya estaba experimentando un desarrollo infantil lento.
Con el fin de entender este misterio, los científicos midieron las líneas de crecimiento en los molares del joven que, al igual que los anillos de los árboles, añaden una capa conforme se va dando el desarrollo.
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“Puedes cortar el diente y ver los anillos de crecimiento y cómo ha madurado. Puede ser como una película de cómo se desarrolló el diente desde su nacimiento hasta su muerte”, explica, a Popular Science, Christopher Zollikofer, paleoantropólogo de la Universidad de Zurich (Suiza).
Haciendo una simulación del crecimiento y comparando cómo se presenta este contra el de los humanos contemporáneos, los investigadores vieron que durante los primeros 5 años los molares se desarrollaron lentamente, de modo que el joven conservó sus dientes de leche durante más tiempo y creció más como un humano actual. No obstante, de los 6 a los 11, los dientes maduraron y erupcionaron más rápidamente, algo más similar al caso de los chimpancés. En total, según los investigadores, este podría ser un dato enorme para comprender nuestro lento desarrollo.
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De acuerdo con los autores, estos antepasados hacían herramientas y otras actividades complejas con un cerebro ligeramente más grande que el nuestro. De este modo se vería que, como nosotros, estos seres prehistóricos dependían por más tiempo de sus adultos, en lo que su cerebro terminaba por desarrollarse.
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