La ciencia ha llamado ‘demonios’ a esos misterios que permanecen en la oscuridad. Éstos son algunos de los más famosos.
Desde hace siglos, la ciencia y la literatura han encontrado un camino compartido. En obras como Fausto del alemán Goethe o el Moderno Prometeo de Mary Wollstonecraft Shelley, los descubrimientos científicos no son sólo una aportación al conocimiento humano, sino también una maldición. Desde Descartes hasta Einstein, los demonios de la ciencia son algo real pero no necesariamente son diabíólicos.
A lo largo de la historia, los filósofos y científicos han nombrado ‘demonios’ a los problemas que son misterios sin solución. Estos ‘demonios’ son paradojas, leyes antinaturales o simplemente, hipótesis cuyas condiciones son imposibles de replicar.
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El demonio de Descartes
Desde 1641, el pensamiento occidental incluyó a los demonios en sus concepciones del conocimiento. En sus Meditaciones Metafísicas, René Descartes hablaba del ‘cerebro en una cubeta’. Éste es el término contemporáneo para la hipótesis que explora al ser humano y su conciencia de la existencia como sólo eso, un pensamiento que se explora a sí mismo. De aquí nace la idea de poder estar viviendo una simulación y aunque dentro de la ciencia ficción tiene que ver con tecnología de alta gama, para Descartes tenía que ver con otro tipo de seres:
“Algún malévolo demonio de máximo poder y astucia ha empleado todas sus energías para engañarme.”
Con esto, el filósofo francés exploraba la posibilidad de que nada fuera real y de que los sentidos y las percepciones de la realidad pueden estar alterados más allá de nuestro control. Al ser algo que nunca podremos desentrañar por completo, hablar de demonios se volvió hablar de misterios. Igualmente, se refería a una fuerza fuera de nuestro entendimiento y de nuestro control que en encargaba de controlar la realidad en la que existimos.
Los demonios de la ciencia
De aquí, los ‘demonios’ fueron dando saltos en el pensamiento humano hasta llegar a la ciencia. En 1773, el astrónomo Pierre-Simon Laplace describió a una entidad capaz de entender todas las relaciones entre seres vivos y capaz de identificar el movimiento a través del tiempo, pasado y futuro. Aunque Laplace no se refirió a este ser como un demonio, se trata de un ente similar a lo que Descartes había descrito con anterioridad:
“Una inteligencia [el Demonio laplaciano] que conociera en un instante dado todas las fuerzas que animan la naturaleza y la situación respectiva de los seres que la componen, si además fuera lo bastante vasta para someter a análisis estos datos, abarcaría en el misma formula los movimientos de los cuerpos más grandes del Universo y los del átomo más ligero: nada sería incierto para ella, y el futuro, como el pasado, estaría presente ante sus ojos.”
Darwin y su demonio
Menos de un siglo más tarde, otro demonio apareció en la ciencia. Charles Darwin describió a un organismo improbable y las implicaciones que éste tendría para la evolución. Se trataba de un ser hipotético que resultaría si no existieran las restricciones biológicas evolutivas. En caso de existir, ese organismo maximizaría todos sus aspectos físicos y podría existir si no hubiera limitaciones en la variación genética.
Su propuesta nació inspirada en el demonio de Maxwell, quien hablaba de un ‘ser infinito’ que podría violar la segunda ley de la termodinámica. Un ser que podía desafiar el comportamiento de las moléculas. Más de 150 años después, los científicos lograron comprobar la existencia de esta hipótesis.
Las paradojas han constituido al corazón de la ciencia y el conocimiento por cientos de años. Desde una idea tan compleja como la de Descartes a nivel de pensamiento, hasta fenómenos cuánticos como la partícula demonio de David Pines, los misterios sin resolver han impulsado a la ciencia a explorar más de nuestro mundo y más de nosotros mismos.
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