Hace 78 mil años, una madre acostó a su bebé por última vez. En una cama de tierra, con un velo especial, Mtoto encontró su lugar de perpetuo descanso.
África es un campo fértil para descubrimientos arqueológicos. No es extraño encontrar vestigios de humanos en el sistema de cuevas conocido como ‘Cuna de la Humanidad’, en Sudáfrica, donde diversos científicos identifican el origen de nuestra especie. El reciente hallazgo de la tumba de Mtoto, un niño encontrado al sureste de Kenia, es prueba fehaciente de esto.
Restos de un niño de 78 mil años
En swahili, «Mtoto» se traduce como niño. De acuerdo con el equipo de investigadores que lo hallaron en Kenia, sus restos datan de hace 78 mil años y forman parte del funeral más antiguo del que se tiene registro hasta hoy.
La tumba de Mtoto se encontró a unos 16 kilómetros de la playa en Kenia. Se trataba de un niño de apenas dos o tres años. Sin embargo, lo que verdaderamente destacó del entierro fue el cuidado con el que fue dispuesto, en ese pasado tan remoto.
De acuerdo con los científicos, el niño perteneció a una vieja comunidad de Homo sapiens que, en busca de comida y mejores condiciones climáticas, pudo haberse asentado en la actual zona costera de Kenia. Si bien es cierto que existen ejemplos más antiguos en Europa y Asia, ninguno se había encontrado con tal detalle de preparación, como si hubiera sido parte de un rito funerario.
Paul Pettitt, un experto en entierros del Paleolítico que no participó en la investigación, lo describió sencillamente como «muy impresionante» para muerte.
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Pensamiento mágico y prácticas rituales prehistóricas
Si alguna certeza tenemos como seres humanos, es que la muerte nos espera. Esta seguridad parece haber acompañado también a los seres humanos prehistóricos, que conformaban sus comunidades en torno a la caza y a la recolección. Sin embargo, parece ser que esta premisa flaqueaba en torno al fallecimiento accidental de niños y bebés.
El sistema de cuevas Panga ya Saidi, lugar en donde se encontró la tumba de Mtoto, da indicios claros del dolor que acompañó a las madres en aquel pasado remoto al perder a sus hijos pequeños. Envueltos de manera ceremonial, los restos del niño parecen haber estado preparados para pasar a mejor vida. En torno suyo, se encontraron herramientas de piedra, cuentas de conchas y restos de animales sacrificados, posiblemente con motivo de su deceso.
Los restos del niño eran demasiado frágiles para transportarse a un laboratorio para su análisis, después de las múltiples excavaciones realizadas en el sitio. Por esta razón, sólo se tienen reconstrucciones digitales de lo que fueron sus huesos: los investigadores privilegiaron su preservación in situ para evitar una posible pérdida de material por relocalizarlo.
Mtoto: el niño dormido
Al enterarse de la existencia de los restos orgánicos de Mtoto, María Martinón-Torres, directora del CENIEH, no pudo ocultar su sorpresa: “Todo estaba en su lugar”, dice la experta, quien dirigió la investigación. “No era solo un fósil. Tenemos un cuerpo. Tenemos un niño». Para entonces, ya se habían exhumado la totalidad de su columna vertebral perfectamente articulada, así como la base de su cráneo.
Los científicos a cargo de Martinón-Torres se percataron de que todavía quedaba la mandíbula inferior del niño, así como las raíces de sus dientes primarios. En otro bloque próximo, se encontraron las costillas y algunos huesos de los hombros, que conservaban sus posiciones anatómicas naturales.
“Los huesos se estaban convirtiendo literalmente en polvo”, dice Martinón-Torres. «Llegamos justo a tiempo, antes de que finalmente desaparecieran». Dada la relación de la cabeza con las vértebras cervicales, los expertos determinaron que el cuerpo había sido envuelto en un velo después de ser acostado sobre alguna especie de almohada, que se perdió con el paso del tiempo.
Por esta razón, Mtoto fue apodado como «el niño dormido«. Según los científicos, sus restos podrían revelar —así como los de otros casos similares— un extenso pensamiento trascendental de los seres humanos primigenios. El cuidado con el que fue dispuesto no sólo evidencia del dolor de los padres, sino la esperanza de que su hijo hubiera cruzado un umbral hacia otro mundo.
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