El 28 de enero de 2000, un equipo de investigación del Instituto de neurología del London College liderado por la investigadora irlandesa Leonor Maguire presentó los resultados de una investigación que abriría la puerta a una nueva era en el mundo de la investigación del cerebro.
El objeto de estudio: Los taxistas de Londres. La premisa del experimento ¿Qué ocurre en los cerebros de los taxistas tras años de memorizar calles, direcciones y diferentes rutas?
Las preguntas a responder ¿El cerebro se quedará igual, como se pensaba en aquel momento, o ese entrenamiento mental continuado generaría cambios cuantificables? Y la pregunta más importante ¿se podría utilizar esta información para mejorar la salud de la población?
Los resultados cambiarían para siempre la idea que tenemos del cerebro, sus capacidades y sobre todo sus posibilidades. Se analizaron los cerebros de 30 taxistas, 15 novicios y 15 expertos. Las resonancias magnéticas mostraron que la zona denominada hipocampo posterior, vinculada con la memoria espacial, era de mayor tamaño en los taxistas expertos que en los novicios.
Acababa de nacer el concepto de plasticidad cerebral.
Este nuevo concepto abrió toda una serie de incógnitas para los investigadores. E inmediatamente algunos se interesaron por los “atletas olímpicos de la meditación”. Maestros de tai chi, artistas marciales y monjes budistas fueron puestos a prueba bajo la lupa de la ciencia occidental.
Si los taxistas habían experimentado cambios tan importantes en sus cerebros fruto de su actividad diaria ¿qué ocurriría con aquellos que, deliberadamente, entrenaban sus cerebros para mejorar sus capacidades?
Así el número de ensayos controlados aleatorios respecto a las prácticas de atención plena salto de 11 en el periodo 2004-2006, a unos increíbles 216 de 2013 a 2015.
Los resultados de estas investigaciones fueron todavía más sorprendentes que el de los taxistas del Londres. En especial la conocidísima investigación del doctor Richard Davidson de la Universidad de Wisconsin que dio a conocer al mundo al monje budista francés Matthieu Ricard, que sería rebautizado como el hombre más feliz del mundo.
Los resultados mostraron que mientras Ricard practicaba meditación su cerebro desarrollaba una actividad superior a la normal en la corteza cerebral pre-frontal izquierda. Esto indicaría una gran predisposición para el bienestar, las emociones positivas y la gestión de estrés. De hecho Matthieu Ricard dio resultados muy por encima de lo que se creía posible.
La ciencia demostraba así que aquellas personas que entrenaban sus cerebros de una cierta manera les resulta mucho más fácil ser felices que al resto.
Sara Lazard, de la universidad de Harvard también estudia el impacto de las prácticas meditativas sobre el cerebro. En una de sus investigaciones Lazard y su equipo descubrieron que los meditadores de largo recorrido poseen las regiones del cerebro asociadas con la atención, la interocepción y el procesamiento sensorial más gruesas que los meditadores esporádicos o los no meditadores.
Estos datos proporcionaron nueva evidencia. Ciertas áreas del cerebro se pueden desarrollar durante toda la vida si practicamos cierto tipo de ejercicios. Igual que los músculos en el gimnasio.
Madhav Goyal es investigador de la Universidad Johns Hopkins (EEUU). Goyal revisó 47 estudios con 3.515 personas. Su revisión concluyó que las técnicas meditativas pueden ayudar de manera moderada a la recuperación de pacientes afectados por depresión y ansiedad.
De momento no hay resultados completamente concluyentes. Por eso tanto en la Universidad de Wisconsin (EEUU), como en Harvard (Estados Unidos), Maastricht (Países Bajos) y Leipzig (Alemania) se sigue investigando para entender los efectos a corto y largo plazo de la meditación sobre el cerebro y como eso puede ayudar a los ciudadanos a mejorar su calidad de vida.
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