El terremoto de la noche del 7 de septiembre de 2021 recordó una máxima que puede resultar incómoda: México es una zona en constante amenaza sísmica.
Sin embargo, el riesgo no se distribuye de manera uniforme, sino que se concentra en el centro y sur del país: mientras el 80 % de los terremotos se producen en las costas de Guerrero, Oaxaca y Chiapas, aproximadamente el 30 % de la población habita en zonas con niveles altos o muy altos de peligrosidad sísmica.
Y aunque los registros históricos del Servicio Sismológico Nacional (SSN) demuestran que el mes con mayor frecuencia de sismos fuertes es diciembre, la memoria colectiva centra su atención en los sismos de septiembre de 1985 y 2017, los más mortíferos en la historia de México.
Entre 1899 y 1911, la brecha de Guerrero fue el epicentro de cuatro sismos con magnitudes entre 7.5 y 7.8. Tras más de un siglo sin producir terremotos considerables, la región que se extiende por 150 kilómetros en la costa Grande (desde Papanoa a Acapulco) es señalada por expertos como el sitio del que vendrá el siguiente gran sismo en México.
“La brecha de Guerrero es una zona bien delimitada en donde no han ocurrido grandes sismos desde hace mucho más tiempo del que los especialistas esperan”, explica Víctor Manuel Cruz Atienza, Investigador del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) a National Geographic en Español.
Esta brecha sísmica se divide en dos: el primer segmento y más antiguo se extiende por 150 kilómetros desde Acapulco hasta Papanoa, donde el último gran sismo ocurrió hace 110 años. El segundo segmento, se amplía desde el este de Acapulco hasta Copala, la frontera con Oaxaca, donde el terremoto más reciente (responsable de la caída del Ángel de la Independencia) ocurrió en 1957.
La ausencia de grandes terremotos en los últimos años hacen de la brecha un lugar anómalo en la zona de subducción mexicana, donde el tiempo que comúnmente transcurre entre dos sismos grandes varía entre 30 y 50 años.
La premisa anterior, aunada a los datos históricos que demuestran la alta sismicidad de la región, ha llevado a los especialistas a coincidir en que la energía acumulada en la brecha tiene que liberarse en algún momento.
Y aunque la evidencia para esperar un sismo significativo (magnitud 8) originado en la brecha de Guerrero es uno de los temas más álgidos en la sismología en México, Cruz Atienza sugiere que de acuerdo a los estudios más recientes, el tiempo transcurrido desde el último gran sismo es aún insuficiente para dar inicio a una gran ruptura en este segmento que provoque un terremoto mayor:
“Aunque la extensión de la brecha sísmica de Guerrero podría albergar un terremoto de magnitud superior a 8, este escenario es menos probable a que rompa esa brecha en sucesivos eventos de magnitud inferior”.
Según las condiciones que Cruz Atienza ha podido analizar, es más probable que un terremoto inicie en un segmento aledaño (y que esa ruptura logre penetrar y romper la brecha sísmica), a que un gran terremoto de magnitud superior a 8 tenga lugar dentro de la famosa brecha de Guerrero.
“Sabemos que la Placa de Cocos converge con la de Norteamérica a una velocidad promedio de 6.5 a 7 km por año y que la Costa se va hacia el norte a unos dos centímetros por año. Si tenemos un perfil de estaciones de GPS a lo largo de toda la Costa del Pacífico, podemos distinguir diferentes tasas de acumulación de energía o velocidades con la que se está acumulando” explica.
Además del esperado sismo en la brecha de Guerrero, Cruz Atienza toma en cuenta otro fenómeno que se encarga de liberar energía en esta zona: se trata de los sismos lentos, deformaciones silenciosas e imperceptibles para los humanos, que pueden prolongarse durante meses.
Aunque cada región posee una periodicidad distinta, Guerrero y Oaxaca presentan los sismos lentos más grandes del mundo y según las observaciones actuales, estos ocurren cada 3.5 años.
La ocurrencia de estos sismos (que duran meses en el caso del segmento de la brecha sísmica más antiguo) libera una parte de la energía sísmica acumulada; sin embargo —advierte el experto— a pesar de dicha relajación, la acumulación de energía continúa con el tiempo.
Desde 2016, Víctor Cruz Atienza coordina un proyecto de colaboración científica sin precedentes entre la UNAM y la Universidad de Kioto con un objetivo inédito: instrumentar una red sismo-geodésica en la brecha sísmica de Guerrero que permita medir la deformación del continente bajo el mar y aumentar las estaciones en tierra, de modo que detecte cualquier movimiento en esta zona crítica.
Con instrumentos nunca antes utilizados en territorio nacional instalados entre 1,000 y 4,500 metros de profundidad, el equipo detecta cualquier tipo de sismicidad que tenga lugar cerca de la trinchera oceánica (el sitio donde entran en contacto las dos placas tectónicas y donde eventualmente podría generarse un tsunami).
Cruz Atienza explica que además del grupo de trabajo de desarrollo observacional y el grupo que se encarga de desarrollar teorías y modelos computacionales de terremotos y tsunamis, otro equipo se encarga de transformar el conocimiento producido por la investigación en medidas más efectivas que beneficien a la población y reduzcan el riesgo a estas amenazas naturales.
Ante la premisa de que los sismos no se pueden predecir, el sismólogo prefiere redefinir una máxima en la sismología contemporánea:
“El hecho de que al día de hoy todavía no sea posible predecir un terremoto, ni saber cuándo, en qué lugar y de qué magnitud va a ser, no significa que en un futuro no podamos lograrlo”, asegura.
Para poder lograr tal hazaña, Cruz Atienza considera vital comprender los fenómenos observables que ocurren previo a la ruptura de un sismo, de modo que sea posible elaborar nuevas teorías que permitan construir nuevos modelos capaces de explicar la realidad y, en un futuro no tan lejano, avanzar en la predicción de terremotos.
“Se ha aprendido muchísimo en los últimos años acerca de procesos que tienen lugar previo a la ruptura de grandes terremotos. Esta instrumentación suboceánica nos permite estar más cerca de donde potencialmente podrían ocurrir grandes sismos y potenciar tsunamis”.
Finalmente, el científico advierte sobre la necesidad de continuar la investigación científica que permita conocer cada vez más de los sismos y generar conocimiento al respecto: “si no hay comprensión del fenómeno, no podemos aspirar a nada, ni siquiera a la prevención de los desastres”, concluye.
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