A dos años del inicio de la pandemia de COVID-19, la aparición de variantes con la habilidad de aumentar su capacidad de transmisión y evadir la actividad de los anticuerpos neutralizantes adquiridos tras una infección previa ha cerrado la puerta de salida que se planteó al inicio de la emergencia sanitaria: la inmunidad de rebaño.
Aunque durante el primer año de pandemia la esperanza para revertir la situación estaba puesta en el desarrollo de vacunas seguras y eficaces contra COVID-19, el avance desigual de la inmunización a nivel mundial y la alta circulación del virus propiciaron la aparición de la variante Delta (abril de 2021) en India y siete meses más tarde, la detección de Ómicron en Sudáfrica, la actual responsable de la ola de contagios récord que aqueja al mundo desde inicios de 2022.
De ahí que la inmunidad de rebaño (entendida como el fenómeno que consiste en alcanzar un umbral de vacunación superior al 70 % de la población, que sumado al porcentaje de personas recuperadas otorgue una protección colectiva contra el virus) haya dejado de ser una opción para poner fin a la pandemia de SARS-CoV-2.
Y aunque no existe una definición formal ni un conjunto de pasos que determinen la ruta hacia el final de una pandemia, la OMS estipula que después de un amplio periodo de amplificación de la enfermedad a nivel mundial, sucede un momento donde la transmisión se reduce debido a la inmunidad o bien, las distintas intervenciones para controlarla.
En el momento actual de la pandemia de COVID-19, donde las vacunas protegen de forma eficiente contra la enfermedad grave pero no evitan el contagio y la variante Ómicron, más contagiosa y aparentemente más leve se ha vuelto dominante (es la responsable de más del 60 % de los casos a nivel mundial según la OMS), los indicadores dan cada vez más señales sutiles de que la pandemia provocada por el nuevo coronavirus cambiará su rumbo en los siguientes meses hacia una enfermedad endémica, pero…
A diferencia de una pandemia, caracterizada como una enfermedad que se transmite prácticamente en todo el mundo y afecta a un gran número de personas, se le llama endemia a la aparición recurrente de un agente infeccioso o enfermedad que mantiene una alta prevalencia crónica en un grupo de población o área geográfica determinada.
Si bien el tránsito de una pandemia a una endemia conlleva un descenso en la tasa de mortalidad (tal y como ha ocurrido con Ómicron en todo el mundo) y la disminución en la presión ejercida sobre los sistemas de salud, que una enfermedad se vuelva endémica no es un sinónimo de su erradicación.
En palabras de Michael Ryan, Jefe de emergencias de la OMS “endémico en sí mismo no significa que sea bueno, endémico solo significa que está ahí siempre«.
En un coloquio organizado a mediados de enero, Ryan explicó que si bien otras enfermedades crónicas que cobran cientos miles de vidas son consideradas endémicas, el alto nivel de contagios provocados por Ómicron sumado a una alta tasa de vacunación podría significar el fin de la pandemia; sin embargo, es probable que “nunca erradiquemos el virus” y sea necesario aprender a vivir con él:
«La gente opone la pandemia con la endemia, pero la malaria endémica mata a cientos de miles de personas, el VIH es endémico, la violencia es endémica en nuestras ciudades (…) lo que podemos terminar es la emergencia de salud pública de interés internacional. Ese será el fin de la emergencia y ese será el fin de la pandemia”.
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