Se podría decir que la Patagonia chilena es un laboratorio natural para el estudio del cambio climático. Ya que, se han comenzado a ver los efectos del deshielo.
AFP.- En uno de los lugares más inhóspitos del planeta, el mar de la Patagonia chilena está dando luces sobre el futuro del cambio climático y sus efectos en ballenas, delfines, lobos marinos, algas o moluscos.
«Este lugar es como un experimento propio de la naturaleza, porque nos permite, sin tener que experimentar en el laboratorio, saber qué pasaría, sin necesidad de imaginarlo», explica a la AFP el biólogo marino Maximiliano Vergara, candidato a doctor en ciencias de la Acuicultura de la Universidad Austral (UACh).
A inicios de diciembre de 2018, una nueva expedición del Centro de investigación dinámica de ecosistemas marinos de altas latitudes de la Universidad Austral (Ideal) llegó hasta este lugar para analizar variables químicas, físicas y biológicas de estas aguas, que presentan ya un menor nivel de pH, salinidad y calcio, especialmente en la parte más superficial, como consecuencia del cambio climático.
En una pequeña embarcación pesquera adaptada para fines científicos, tras más de un día de turbulenta navegación por el Estrecho de Magallanes -el principal paso entre los océanos Pacífico y Atlántico- el equipo logró llegar al Seno Ballena para recoger los datos de un sistema de sensores instalado en abril, que realiza mediciones del agua cada tres horas.
«Lo que estamos estableciendo ahora es nuestra línea de base de información. Esto va a ser lo que a futuro nos va a decir cómo estaba el sistema ahora y proyectar hacia adelante», explica Vergara, mientras extrae los datos del equipo que permite contar con información continua, especialmente relevante en un lugar de tan difícil acceso.
Otros miembros de la expedición recogen muestras de agua para medir los efectos del deshielo del gigantesco glaciar Santa Inés, ubicado en la cabecera del Seno Ballena, y que se encuentra en claro retroceso, mostrando ahora manchones de roca que en una pasada expedición -la de abril- no se vislumbraban.
«Las aguas de las altas latitudes, tanto del hemisferio norte como del sur, contienen una gran cantidad de información biológica y fisicoquímica que pueden servir para la toma de base de decisiones importantes en los planes de conservación de los países desarrollados», dice por su parte el biólogo Máximo Frangópulos, profesor de la Universidad de Magallanes y jefe de la última expedición del centro Ideal.
Ubicado al oeste del Estrecho de Magallanes, al interior del parque marino Francisco Coloagne, Seno Ballena es también el lugar donde cada año vienen a alimentarse decenas de ballenas jorobadas. Estos gigantescos cetáceos recorren miles de kilómetros en busca de alimento, en un trayecto que va desde Magallanes al Ecuador y Centroamérica, donde se reproducen en aguas cálidas.
Conocidas por su grandes aletas -que pueden llegar a medir hasta cinco metros- estas ballenas escogen cada año este lugar por ser uno de los hábitats marinos más ricos del planeta, con una abundancia de sardinas y kril, un crustáceo parecido a un pequeño camarón.
Pero el cambio climático podría alterar este equilibrio, con serias consecuencias especialmente para las ballenas.
«Un cambio dentro de las microalgas puede generar cambios en la estructura secundaria (del sistema marino) o animales que se alimentan de éstas», explica a la AFP Marco Antonio Pinto, biólogo marino y candidato también a doctor de la UACh.
El temor de los científicos es que si se desencadenan floraciones algales desmedidas, podría generarse también la mortalidad de algunas especies, en un fenómeno conocido como «marea roja». Al sobrepoblar el sistema, las algas -que realizan fotosíntesis- consumen una gran cantidad de oxígeno, asfixiado a algunas especies o también contaminándolas con toxinas.
Debido al aumento del dióxido de carbono en el mar -que baja el pH del agua y aumenta su acidez- muchos invertebrados con estructuras de calcio, como el kril, el principal alimento de las ballenas, ven también interrumpido su desarrollo.
«Esto es un rompecabezas que estamos armando… para ver cómo el cambio climático puede repercutir no solamente al sistema básico marino, sino que también transmitirse hacia los mamíferos de mayor tamaño y eso también va a generar un impacto social y económico en la zona», agrega Pinto.
La centolla, un apetecido crustáceo que se extrae de estas aguas y es clave para la economía de la región de Magallanes, necesita del calcio para endurecer su caparazón.
Dentro de los cambios visibles, los científicos han registrado una menor presencia de ballenas jorobadas en la zona, junto a una mayor presencia de algunas especies de delfines. Este año, por ejemplo, fueron avistados en estas aguas un delfín liso y algunos lobos antárticos, que no estaban presentes en esta región de Chile, la más cercana a la Antártida.
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