Este reportaje sobre emisiones de carbono en India se publicó originalmente en National Geographic. Puedes leerlo en inglés aquí.
Una mañana cálida y húmeda de septiembre de 2021 en el estado central de Madhya Pradesh, en India, Chetan Singh Solanki bajó de un autobús en el que había vivido los últimos 10 meses y caminó hacia el auditorio de una preparatoria en el pequeño pueblo de Raisen, donde 200 estudiantes, maestros y funcionarios públicos se reunieron para escucharlo.
Solanki, un profesor de energía solar del Instituto Tecnológico de India (IIT) en Bombay, es un hombre delgado de cuarenta y tantos años con una apariencia de niño y una sonrisa fácil que son una ventaja para la misión que emprendió. A finales de 2020 tomó un sabático para realizar un viaje en carretera de 11 años alrededor de India e inspirar a la acción contra el cambio climático.
Su vehículo es una demostración móvil de la utilidad de las energías renovables: tiene paneles solares capaces de generar suficiente electricidad para las luces, los ventiladores, las computadoras, la estufa y la televisión que lleva a bordo. Después de colocarle una guirnalda y darle la bienvenida al escenario, Solanki hizo una solicitud inusual.
“Veo 15 ventiladores de techo en este auditorio. Es mediodía, hay muchísima luz solar afuera y, sin embargo, tenemos demasiadas bombillas encendidas aquí», apuntó. «¿De verdad necesitamos todos estos aparatos e iluminación? Apaguemos algunos y veamos si podemos estar bien sin ellos”.
Con la mitad de las luces y ventiladores apagados, el auditorio se sentía más caluroso y estaba más oscuro. Sin embargo, Solanki preguntó: “¿Realmente es tan necesario? Nos podemos ver, lo que significa que hay suficiente luz en este lugar», apuntó. «¿Hay alguien que se sienta mal porque apagamos algunos ventiladores y piense: ‘¿Dios mío, cómo sobreviviré?’”. El público rio.
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Este argumento de Solanki es uno de dos con los que espera persuadir a los indios de conseguir lo que él llama la swaraj o independencia energética. Una idea es ahorrar energía de manera directa al reducir su consumo e indirectamente al gastar menos recursos; la segunda es generar electricidad local de fuentes renovables como el sol para que cada población se vuelva autosuficiente.
La próxima década se prevé que las emisiones de gases de efecto invernadero de India incrementen con exageración debido al crecimiento de su economía y su población, que llegaría a 1,500 millones y superaría así a la de China.
“La ambición humana por el crecimiento económico ilimitado cambia con rapidez el clima del planeta», advierte. «Nuestra arrogancia nos hace pensar que podemos mantener el incremento del consumo sin ninguna consecuencia. Sin embargo, el mundo tiene recursos finitos. A menos que modifiquemos nuestro comportamiento, las futuras generaciones sufrirán mucho”.
Solanki creció en una aldea pequeña y fue el primero de su familia en obtener un grado universitario. En el IIT fundó un centro de tecnología de celdas solares. Al buscar impulsar las bases de una revolución solar, inició una organización sin fines de lucro llamada Fundación para la Swaraj Energética, que entrena a mujeres de zonas rurales para ensamblar y vender lámparas y paneles solares.
Hace tres años empezó a imaginar cómo habría respondido Mohandas Gandhi –un ídolo de Solanki– a la crisis climática. Así es como se le ocurrió realizar una travesía en carretera. Con ella espera desatar un movimiento masivo de la misma manera que Gandhi lo hizo al dirigir una marcha histórica de 25 días y 388 kilómetros durante la lucha de India por su independencia del régimen británico.
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La exhortación de Solanki hacia una vida simple puede parecer sorprendente en un país con un consumo per cápita tan bajo. En promedio, los indios usan bienes y servicios con un costo de casi 1,000 dólares al año, 40 veces menos que los estadounidenses.
Con el ritmo actual de crecimiento económico de la nación, se prevé que la clase media se duplique para 2030 y alcance 800 millones de personas. Esto será un parteaguas muy bien recibido por India porque significa haber sacado a muchos de la pobreza, pero también será un tsunami de consumidores nuevos que incrementará de manera significativa la huella de carbono del país.
El 15 de agosto India celebrará 75 años de independencia. La nación ha logrado un progreso monumental durante este tiempo: alcanzó la autosuficiencia alimentaria, se ha transformado en un puntal tecnológico y es la sexta economía del mundo.
Hoy día, como una potencia mundial emergente, India redobla esfuerzos para combatir el cambio climático. Con la creación de 45 parques solares, un plan para que 40 % de los autobuses, 30 % de los automóviles particulares y 80 % de los vehículos de dos y tres ruedas sean eléctricos para 2030, y la misión de convertirse en un líder planetario en la producción de hidrógeno como alternativa a los combustibles fósiles.
Con todo el rápido crecimiento de su clase media, aumentará el consumo de energía durante las próximas dos décadas más que en cualquier otro sitio. Para cubrir la demanda es muy probable que India continúe por muchos años con su alta dependencia del carbón –un recurso abundante–, mientras que sus importaciones de petróleo seguirán incrementando. Las apuestas no podrían estar más altas. El porvenir del orbe depende, de muchas maneras, de cómo enfrentará este país el futuro.
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India es el cuarto emisor de gases de efecto invernadero, después de China, Estados Unidos y la Unión Europea. El primer ministro Narendra Modi se comprometió a alcanzar cero emisiones netas para 2070 –20 años después de Estados Unidos y 10 más tarde que China–. También, esta nación se fijó reducir la intensidad de sus emisiones –el volumen por unidad de producto interno bruto– antes del final de esta década 45 % menos que en 2005. Sin embargo, se pronostica que las emisiones totales del país continuarán aumentando hasta 2045, más o menos.
El horizonte lejano para llegar a cero emisiones netas y la insistencia en utilizar la intensidad de estas para medir el progreso decepcionó a algunos ambientalistas, pero los funcionarios indios dicen que el país hace un esfuerzo mayor del que le corresponde, debido a las restricciones naturales de una nación en desarrollo. Hasta hace unos 15 años, la posición de India (una idea que todavía prevalece entre algunos territorios con economías similares), es que las naciones industrializadas como Estados Unidos son las responsables de combatir el cambio climático, ya que han lanzado bióxido de carbono a la atmósfera mucho tiempo antes de que India hiciera lo propio.
Es difícil ignorar la disparidad en cómo se ha repartido la responsabilidad de este problema. Lo único que se necesita es comparar el estilo de vida occidental, donde tener un automóvil, casas con aire acondicionado y otras comodidades son la norma, con la manera en la que la mayoría de los indios viven –un estado de extrema austeridad– incluso hoy día.
Cuando el cambio climático encendió más las alarmas a mediados de la década de 2000, India estuvo dispuesta a buscar soluciones. “Había un sentimiento creciente de que necesitábamos ir más allá de adjudicar culpas –recuerda R.R. Rashmi, un ex funcionario público que representó a su país en las negociaciones sobre cambio climático varios años y ahora es becario en el Instituto de Energía y Recursos (TERI) en Nueva Delhi–. Es un problema mundial; todos debemos compartir la responsabilidad”.
India tiene muchas razones para estar preocupada. Los 7 mil 520 kilómetros de línea costera del país están bajo amenaza por el aumento en el nivel de los mares, en especial la baja costa oriental, lo que podría ser catastrófico para decenas de millones de personas. Esta primavera, después del marzo más cálido registrado, una prolongada ola de calor produjo temperaturas extenuantes arriba de 45 °C a lo largo de la mayoría del país y acabó con las cosechas. Las sequías también se vuelven más severas. Los ciclones golpean las costas cada vez con más furia e inundan zonas urbanas.
“Una depresión profunda puede convertirse en una tormenta ciclónica y esta, a su vez, en una tormenta ciclónica severa o muy severa,» advierte Suruchi Bhadwal, una investigadora del TERI. «La naturaleza de los eventos se está modificando”.
La vulnerabilidad de India al cambio climático es la motivación principal para que los legisladores del país actúen, pero la preocupación acerca de la seguridad energética de India –este año, el país gastará 100 mil millones de dólares en importación de petróleo– es otro motor.
“India empezó realmente bien”, asegura Niklas Höhne, un investigador del Instituto New Climate en Alemania cuando se refiere en específico a la expansión de energías renovables y el desarrollo de sistemas de transportación que no dependen de combustibles fósiles. Sin embargo, señala que no todos los pasos que da esta nación son en la dirección correcta. El país depende de 285 plantas eléctricas de carbón y tiene planes de construir 48 más para finales de esta década.
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Para entender la dependencia India al carbón visité Jharia, en el estado occidental rico en este combustible de Jharkhand. Al pararme a la orilla de una fosa de 10 metros de profundidad y una circunferencia de varios campos de futbol, pude ver a los trabajadores que insertaban explosivos en los huecos. El eco resonó a lo largo de toda la mina. Las rocas volaron alto por los aires. Una nube de polvo se levantó sobre el sitio de la explosión.
India está abriendo más minas como esta para satisfacer sus necesidades crecientes. La decisión de quemar carbón en lugar de combustibles más limpios es impulsada por una sencilla razón: India tiene reservas enormes de carbón, cerca de una décima parte del total mundial. Con todo, su capacidad de producción de unos 780 millones de toneladas al año no es suficiente: el país importa cerca de 200 millones de toneladas al año.
Después de la explosión caminé sobre un cobertizo de metal corrugado donde se reunían los trabajadores y platicaban con Ram Madhab Bhattacharjee, miembro de un comité del gobierno que estudia el futuro del carbón en India. Según sus proyecciones, se espera que la demanda del país alcance cerca de 1,400 millones de toneladas métricas hacia 2035.
“No nos podemos dar el lujo de no incrementar nuestra producción», me confesó Bhattacharjee. «Una vez que lleguemos a 1,400 millones de toneladas podríamos estabilizarnos ahí entre cinco y 10 años, y después comenzar a declinar. Pero eso sería más o menos para 2050”.
Bhattacharjee recordó una conversación que tuvo días antes con un alto funcionario de Coal India, el productor de carbón más grande del mundo, quien le dijo: “Recibo muchísimas llamadas del secretario del carbón, del ministro del carbón y de las plantas de generación: todos piden carbón, carbón y más carbón”.
Reducir poco a poco la producción de este combustible también es un desafío: cerca de cuatro millones de indios dependen económicamente de él. “Ya hay muchísimo desempleo por aquí», me contó Jitender Singh, un minero. «Si termina la producción de carbón, las cosas empeorarían en esta región”.
Ninguno de los trabajadores con los que hablé, entre ellos Singh, sabía mucho del cambio climático. “No he tenido tiempo de mirar las noticias en la televisión», me confesó Rajesh Chauhan, un supervisor. «Trabajo mi turno aquí, luego me voy a casa y me encargo de mi familia”.
El país necesita prepararse para dejar el carbón, reconoce Sandeep Pai, un investigador del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales en Washington, D. C. que colabora con los legisladores de India para ayudarlos a dar forma a estos planes. Un imperativo es optimizar el consumo del combustible al extraer más energía por unidad. Debido a su proximidad a las minas y a los acuerdos con las compañías productoras, las plantas generadoras más viejas tienen mejor acceso al carbón que las más nuevas, que lo utilizan de manera más eficiente.
“Cuando se cierren algunas de estas plantas viejas, la demanda general de carbón disminuirá”, explica Pai. Los sitios dependientes del carbón, como Jharkhand, necesitarán crear fuentes de empleo alternativas. –un desafío que enfrentan otros lugares del mundo, como Virginia Occiden- tal en Estados Unidos–. “Algunos de estos estados tienen un buen potencial turístico”, reconoce Pai. Otra idea es rescatar minas abandonadas para la agricultura y diversos usos, una tarea que podría dar empleo a muchísimas personas durante años.
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India está encaminada hacia un futuro en el que una gran parte de su energía provendrá del sol, el viento y el agua. Desde 2010, cuando el Gobierno indio estableció una meta modesta de 20 gigavatios de capacidad solar para 2022, este número ha crecido de manera impresionante.
El impulso ha sido el desplome en los costos de las celdas fotovoltaicas y una iniciativa gubernamental para crear grandes parques donde las empresas generadoras reciben incentivos para construir plantas solares. India rebasó la meta original cuatro años antes de la fecha límite y está en la carrera para alcanzar una nueva de 100 gigavatios para finales de año. La capacidad de producción actual de energía renovable de India es cerca de 151 gigavatios provenientes de fuentes solares, eólicas, de biomasa e hidroeléctrica. Sin embargo, el año pasado Modi anunció que esta nación producirá 500 gigavatios para 2030.
Para conseguir esta ambiciosa cifra, India depende de la expansión de los proyectos solares y eólicos en estados como Rajastán, donde dos tercios de su territorio es desierto. En verano, las temperaturas pueden superar 45 °C. El calor y los fuerte vientos de este punto obligan a los pobladores a permanecer en interiores durante horas.
Las condiciones son tan inhóspitas que enormes extensiones de tierra están por completo deshabitadas por humanos. Subodh Agarwal, el admi- nistrador principal de un distrito en la zona desértica del estado durante los años noventa, recuerda haber quedado atrapado en tormentas de polvo. “Los caminos desaparecían bajo la arena”, añade.
Hasta hace poco, este paisaje infernal era considerado un páramo. No obstante, parte de este comenzó a tener una transformación extraordinaria. En una localidad llamada Bhadla, una zona de 57 kilómetros cuadrados se convierte en un mar azul de filas y filas de paneles solares. “Es un color que la gente no está acostumbrada a ver en el desierto”, reconoce Agarwal, que ha sido parte de esta transformación como el ex director de la Rajasthan Renewable Energy Corporation, una agencia gubernamental que reserva tierras y encuentra inversionistas para realizar proyectos solares y eólicos.
El parque solar de Bhadla es uno de los más grandes del mundo y es capaz de producir unos 2.25 gigavatios de electricidad, energía suficiente para alimentar un millón de hogares. En Rajastán se han encargado muchos más y otros están en desarrollo. Visité uno cerca de Jaisalmer, una ciudad en la frontera con Pakistán que es mejor conocida por su magnífica fortaleza medieval.
Al entrar al parque manejamos a un costado de miles de cajas de paneles solares apilados uno sobre otro en una zona del tamaño de una cuadra, que esperaban para ser desempacados e instalados en las hileras de pilares metálicos. Varias hectáreas ya tienen paneles instalados. Cada pocos días necesitan ser limpiados con manguera para remover la gruesa capa de polvo que se acumula en su superficie.
Al caminar entre dos hileras escuché el zumbido de un motor que inclina los paneles unos grados para ajustarlos al ángulo de los rayos del sol a medida que pasa el día. Dentro de un edificio cercano, cinco ingenieros estaban sentados frente a pantallas de computadora para verificar si algún módulo necesitaba asistencia.
“Ahora mismo estamos produciendo 167 megavatios de electricidad”, me presumió un ingeniero mientras señalaba una gráfica en su monitor que mostraba la producción eléctrica en ascenso continuo desde la mañana. “Alcanzaremos el pico entre las 12:00 y la 1:00, y después bajará hasta el atardecer”.
Un obstáculo para India es la escasez de producción local de celdas solares. Los paneles en el parque que visité eran fabricados por completo en el territorio, pero la mayoría de las instalaciones solares dependen de las importaciones de China. A principios de este año, el Gobierno indio anunció un programa de 2 mil 600 millones de dólares para acelerar la manufactura de equipos solares dentro de sus fronteras.
India apuesta por los proyectos a gran escala, pero también existe la esperanza, personificada por Solanki, de que la población en general se una a la revolución solar. Por ejemplo, los agricultores pueden aprovechar un nuevo programa gubernamental que les permite arrendar sus tierras de cultivo –que antes estaban restringidas a la agricultura– para establecer plantas y bombas solares.
En estados soleados como Rajastán y Guyarat, los dueños de casas y empresarios instalan módulos solares en sus techos. Las mujeres de las zonas rurales de Rajastán y Majarashtra, con la ayuda de la Fundación para la Swaraj Energética de Solanki, crean empresas para fabricar productos solares.
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El ministro de transporte de India, Nitin Gadkari, un político sincero que pareciera tener una sonrisa eterna, se presentó a inicios de este año ante el parlamento en Nueva Delhi en un automóvil impulsado por hidrógeno. Tenía una intención. Como declaró ante los reporteros, el gobierno pretende convertir este país en un líder en la producción de hidrógeno verde.
La mayor parte de este elemento químico que se produce en la actualidad proviene de combustibles fósiles. El hidrógeno verde se obtiene al separarlo del oxígeno en el agua a través de electrólisis alimentada por energías renovables. Como combustible para el transporte puede reducir las emisiones en India, pues al quemarlo no se producen gases de efecto invernadero.
También reduciría la huella de carbono de las industrias que lo necesitan en la producción de fertilizantes y acero. A diferencia de las energías solares y eólicas, que son intermitentes, el hidrógeno verde puede ser almacenado para un uso futuro, igual que los combustibles fósiles.
A medida que los precios de las energías renovables y los electrolizadores bajan, se espera que el hidrógeno verde sea más barato. India busca reducir su precio 75 % para 2030, señala Amitabh Kant, director ejecutivo de NITI Aayog, la agencia de planeación del país. “India ha sido un promotor de las energías renovables. El reto ahora es convertirse en un impulsor de la molécula limpia, y eso es el hidrógeno verde”, afirma. La idea es que, al aumentar la producción, bajen los precios y se convierta en una alternativa viable al petróleo, en especial para camiones de carga, embarcaciones y aviones que no pueden alimentarse con baterías.
Cerca de una cuarta parte de las emisiones de India provienen de la industria, que cada vez tiene más presiones regulatorias para cambiar a combustibles más limpios y tener más eficiencia energética. La industria cementera del país –solo detrás de la del hierro y el acero en cuanto a la producción de emisiones y que representa 8 % del total– se ha vuelto más verde.
Una tonelada métrica de cemento producida en India tiene una huella de carbono menor que el promedio mundial como resultado de recuperar más calor de desperdicio de los gases de chimenea, de combinar el cemento con la ceniza volátil de las plantas de generación eléctrica a carbón y de utilizar alternativas verdes de combustible.
En una planta cementera del grupo Dalmia Bharat en la ciudad de Ariyalur, en el estado de Tamil Nadu, los ingenieros de la fábrica utilizan la basura municipal que no es biodegradable junto con desechos industriales, como residuos de pintura y hule, para utilizarlos como combustible para el horno donde se calientan la cal y la arcilla en el proceso de fabricación del cemento. Quemar estos desechos produce por lo general humos tóxicos, pero pueden ser incinerados a muy altas temperaturas para no contaminar la atmósfera.
“La energía que añaden estos desperdicios reduce aquella que se requiere para mantener la temperatura en el horno”, señala T.R. Robert, el jefe de la planta. Utilizar basura ha ayudado a disminuir el consumo de carbón de la planta 15 %.
De manera similar, otras industrias, entre ellas la del acero, aceleran sus esfuerzos para mejorar la eficiencia energética impulsadas por un programa de “realizar, lograr, comerciar”, que permite que las empresas ganen créditos al cumplir con las metas de eficiencia establecidas y después los vendan a otras que se quedaron cortas. El gobierno fomenta con especial entusiasmo el mejoramiento de la eficiencia energética de las casas y edificios comerciales nuevos, que se erigen a un paso vertiginoso.
“En la próxima década esperamos construir 80 % más de todo lo que se ha edificado en el país en los últimos 40 o 50 años«, afirma Abhay Bakre, director de la Oficina de Eficiencia Energética de India. «La mayoría tendrá aire acondicionado”. Buena parte de estas construcciones se levantan en 100 localidades que el gobierno busca convertir en “ciudades inteligentes” al añadir nuevas zonas urbanas con edificios eficientes energéticamente y establecer una infraestructura mejorada, como instalaciones para optimizar el manejo de desechos y mejor transporte público.
El gobierno ha actualizado el reglamento de conservación de energía para los nuevos edificios comerciales grandes; Bakre es optimista en cuanto a que los avances en diseño y materiales reducirán de manera drástica su carga energética.
“Si le pides a un arquitecto que diseñe un edificio hoy», explica Bakre, «no presentará el mismo esbozo que hace 10 años. Aprovechará mejor la luz natural, utilizará mejores aislamientos e iluminación, aires acondicionados, bombas y servicios hidráulicos más eficientes”.
En las visitas a India que he realizado las últimas dos décadas, he presenciado el crecimiento y la opulencia de su clase media. Los cambios en el estilo de vida son notorios no solo en los relucientes centros comerciales de las grandes ciudades como Delhi y Bombay, también en urbes más pequeñas donde las calles estrechas que en otros tiempos estaban atestadas de bicicletas y palanquines ahora rebosan de autos y motocicletas. En Dhanbad platiqué con un vendedor de coches llamado P.J.
Kumar en una agencia de moda, cuyo personal, hombres y mujeres, vestía de manera elegante. Me contó que hace 20 años los empresarios compraban la mayoría de los carros que vendía. “Ahora, los burócratas y profesionistas jóvenes pueden adquirir un auto. La base de clientes ha crecido mucho”, añadió. Kumar comenzó a vender automotores hace tres décadas en lo que entonces era la única agencia de Dhanbad. Hoy día hay una docena.
Comencé a escribir este artículo cuando viajaba con Chetan Singh Solanki mientras realizaba su travesía a través de Madhya Pradesh para difundir su mantra de la independencia energética. Después de dejarlo fue difícil no sentir un poco de culpa al hospedarme en hoteles con habitaciones con control de temperatura, agua caliente en la regadera e inodoros con descargas con la fuerza de un ciclón miniatura.
Estos servicios no son excepcionales para los turistas que visitan países desarrollados, pero apenas ahora se vuelven comunes en la vida diaria de muchos indios. Cuando regresé a Estados Unidos llamé a Solanki para preguntarle si el mensaje que llevaba a sus compatriotas acerca de una vida austera no era demasiado idealista y un poco injusto, ya que a las personas de las naciones ricas no se les pedía que renunciaran a sus comodidades.
Se rio. “Si tenemos esta discusión de quién debe reducir el consumo primero, entonces el fin del mundo no estará lejos –advirtió–. Estados Unidos podría contraargumentar: ‘Muy bien, consumiremos menos, pero tu país tiene una población muy grande. ¿Por qué no reducen el número de personas?’”.
Desde que nos conocimos, su fundación ha empezado a ofrecer un programa en línea de alfabetización energética. En un evento reciente, un hombre que había tomado el curso subió al escenario y testificó que este lo había motivado a cancelar sus planes de comprar un aire acondicionado para su casa, me contó Solanki. “El hombre dijo: ‘Mi esposa estaba furiosa, pero después de que ella también tomó el curso, estuvo de acuerdo» ‘.
Estoy segura de que Solanki convencerá a otros, pero no pude más que sentir desesperanza de lo diminuto que parecía este logro de cara a la crisis climática. La fuerza moral de su mensaje era innegable. Sin embargo, ¿acaso lo escucharán tanto sus conciudadanos como el resto del mundo?
Su esperanza es que India predique con el ejemplo. “Difundiré este mensaje aquí y veremos cómo lo toma la gente», me explicó. «Después, lo llevaré a otros países”.
Este artículo es de la autoría de Yudhijit Bhattacharjee, originaria de India, y fue ilustrado con fotografías de Arko Datto, a quien le interesan los proyectos a largo plazo de temas sociales, políticos y ambientales.
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