A pesar del daño que el hidrógeno molecular está generando en la atmósfera, pocos estudios abordan su comportamiento y consecuencias.
El dióxido de carbono y el metano han antagonizado la lucha por preservar la capa de ozono. Éste es el recubrimiento natural con el que cuenta nuestro planeta para filtrar la radiación ultravioleta del Sol que, de otra manera, sería nociva para la vida como la conocemos. La capa ha sufrido agujeros en el pasado como consecuencia de la actividad humana; sin embargo, el hidrógeno molecular podría estar entre los actores más graves y había pasado desapercibido —hasta ahora.
¿Cómo impacta a la capa de ozono?
Hacia finales del siglo XX, el aire en el Ártico mostró un incremento en 70 % de sus niveles normales de hidrógeno molecular (H2). En la actualidad, aunque ya existe legislación que regula las emisiones de combustibles fósiles, no existen especificaciones para este gas nocivo. Por lo tanto, el daño que está haciendo en la atmósfera continúa.
Conforme la capa de ozono se hace más delgada, los fenómenos meteorológicos y los desastres naturales se hacen aún más violentos y erráticos. De acuerdo con un estudio reciente de la Universidad de California, el problema data de la Revolución Industrial, desde el siglo XIX:
«Nuestra reconstrucción paleoatmosférica de los niveles de H2 ha mejorado enormemente nuestra comprensión de las emisiones antropogénicas desde el comienzo de la revolución industrial», explica John Patterson, científico medioambiental de la institución.
Cuando este compuesto no logra atrapar el calor del Sol, afecta la distribución de ozono y metano en la atmósfera. Junto con el dióxido de carbono, éste último es de los gases más tóxicos que se emite como consecuencia de la actividad humana. Por esta razón, la cantidad de hidrógeno molecular también afecta los cambios en la temperatura global.
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Poca información y malas noticias
A pesar del daño que el hidrógeno molecular está generando en la atmósfera, pocos estudios abordan su comportamiento y consecuencias a largo plazo. Según los autores del estudio en Estados Unidos, podría ser que hayamos «desestimado significativamente nuestras emisiones» de este gas. De manera casi ininterrumpida, sus niveles han aumentado en las últimas décadas.
Algunos de los factores que los investigadores identificaron como los más ‘peligrosos’ es la desatención de la industria automotriz hacia la problemática. Otros procesos industriales también están como principales sospechosos. Sin embargo, confiesan que todavía no hay evidencia concluyente para saber de dónde están viniendo emisiones tan masivas del compuesto.
Según los estimados de la Universidad de California, aunque fuera un porcentaje mínimo de reducción en las plantas industriales, la huella ecológica mundial se reduciría considerablemente. A pesar de ello, el verdadero impacto positivo estaría en el cambio de modelo energético que hemos venido arrastrando desde la Revolución Industrial, a base de carbono y combustibles fósiles.
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