Mientras la mayoría del planeta se mantuvo encerrado, los bosques tropicales del mundo se redujeron aún más, especialmente en Latinoamérica.
Numerosas historias sobre cómo los animales volvían a las ciudades a raíz de los encierros por la emergencia sanitaria global de COVID-19 afloraron en los medios de comunicación. Algunas de ellas fueron falsas, con un imperativo moral implícito con respecto a la destrucción de la naturaleza a consecuencia de la actividad humana. Nueva información, sin embargo, revela un tamiz más oscuro de la pandemia: mientras los seres humanos se mantuvieron encerrados, los bosques húmedos del mundo se redujeron aún más.
¿A qué se debe este repunte en la reducción de bosques húmedos?
A pesar de que las actividades cotidianas se restringieron severamente en 2020 para evitar la transmisión del virus, los territorios selváticos (especialmente los latinoamericanos) se redujeron notablemente en los meses de pandemia.
Las alertas de las poblaciones étnicas periféricas —que generalmente habitan en las cercanías de la selva amazónica— fueron ignoradas por los medios globales. Sin embargo, cifras recientes recabadas por Global Forest Watch denotan una pérdida significativa de los bosques húmedos en lo que va de la emergencia sanitaria, a la que no se le ve un fin próximo:
«Vimos un aumento del 12% en la pérdida de bosques primarios a pesar de que la pandemia y los cierres resultaron en una disminución del 3.5 % en la actividad económica en todo el mundo», señaló al medio alemán Mikaela Weisse, investigadora de Global Forest Watch.
Entre los países más gravemente afectados, Brasil está en primer lugar entre aquellos que más bosques primarios perdieron a lo largo del pasado año. México, por su parte, figura en el décimo lugar. Según el estudio de la institución, la principal causa de esta devastación está relacionada con la obtención de materias primas «en Bolivia, Paraguay y Argentina, y en menor medida en Colombia«, detalló la investigadora.
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Consecuencias en cadena a nivel ambiental
La pérdida de estos ecosistemas nativos de la región latinoamericana desencadena una serie de impactos negativos a nivel climático y ambiental. No sólo propulsa la pérdida de la biodiversidad en la zona, sino que promueve una serie de incendios poco comunes, tormentas y brotes incontrolables de plagas de insectos.
Contrariamente a lo que se supuso en un principio, 2020 no fue un año que favoreciera la lucha contra la deforestación en el mundo, señala Global Forest Watch:
«[…] fue un año en el que muchas empresas, países y organizaciones internacionales se habían comprometido a reducir a la mitad o detener por completo la pérdida de bosques. Las continuas pérdidas de bosques tropicales primarios dejan claro que la humanidad se ha quedado corta en el cumplimiento de estos objetivos».
Los parches erosionados crecen en la Amazonía brasileña, en favor de la agricultura, la obtención de maderas preciosas y la gentrificación. En un afán de restablecer sus economías, los países que cuentan con estos recursos naturales los explotarán aún más, indiscriminadamente y de maneras poco éticas.
A pesar de las resistencias de los pobladores originarios y de organizaciones sin fines de lucro que se encargan de conservar los bosques tropicales, la tendencia parece no tener marcha atrás.
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