En los mares agitados de Ghana, la pesca no es sólo para los valientes: es una tradición que da forma a las comunidades costeras y a su respeto por la naturaleza.
Este artículo se publicó originalmente en National Geographic. Puedes leer la versión original en inglés aquí.
En esta costa nuestra, nada es extraño.
Si te despiertas lo bastante temprano como para encontrarte con las canoas que arriban –en Port-Bouët, Costa de Marfil; en Ngleshi, Ghana; en Old Jeswang, Gambia; en Grand-Popo, Benín, en Apam, Ghana– oirás a los pescadores hablar fante, ga, ewe; todas lenguas de ghanesas.
Cuando los hombres se distinguen en cuerpos identificables bajo el sol que nace mientras tiran de las redes, los cantos se hacen más fuertes: “Ee ba ei, ee ba ke loo [Ahí viene, esta cargada de pescado]”. Cada red sube llena con lo que las profundidades tienen que ofrecer en las garras de la malla. Los peces se sacuden, se revuelven y saltan en la arena, donde reciben la luz del sol mientras manos diestras los clasifican en anchas palanganas metálicas.
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Nunca es lo mismo
La captura nunca es la misma. Sí, hay variedades comerciales que se reconocen con facilidad: pargo rosa, meros, atún, macarelas, Kpnala (una variedad de merluza). Pero, invariablemente, está lo codiciado: langostinos, anguilas, rayas y especies de formas y tamaños extraños, con y sin huesos, algunos con características que emocionarían a los escritores de terror, como la Phronima de mar abierto que inspiró Alien. Aunque aquí no habrá alaridos, sino especias para volverlas a todas deliciosas.
Los ga, la etnia a la que pertenezco, no tienen miedo a lo desconocido. El dicho “Ablekuma aba kuma wo [Que los extranjeros encuentren un hogar con nosotros]”, es una de las filosofías fundacionales en nuestra cultura; por ello, mi apellido europeo Parkes, importado por un abuelo de ascendencia jamaiquina desde Sierra Leona, se considera un nombre ga. Es una actitud que se repite entre la mayoría de los pueblos costeros de África Occidental: viajan sin dudarlo, acogen a los visitantes como las olas que enjuagan sus pies, vienen y van.
Sin embargo, en la estirpe de los pescadores, los ghaneses son únicos. En 1963, la ahora difunta revista West Africa llamó a los ghaneses “pescadores panafricanos” debido al número de países –desde Nigeria hasta Senegal– donde los fante, ewe y ga aplicaban sus conocimientos.
Criados en unos de los mares mas rudos a lo largo de la costa, los pescadores fanteparlantes de las regiones occidental y central de Ghana se volvieron no solo los mejores nadadores del orbe (viajeros de los siglos XVI y XVII que incluyen a Jean Barbot y Pieter van den Broecke se asombraron de sus habilidades para la natación), sino canoeros expertos.
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Los días tabú para pescar
Incluso entre los ga, los pescadores más venados, los woleiatse, provienen con frecuencia de la absefante akuso (red de familias), un grupo de fantes naturalizado ga. Esta facilidad de cambio identitario de fante a ga está fundada en valores compartidos ligados a la misión de mantener sus medios de vida. Ningún grupo pesca en el mar los martes o en agua dulce los jueves. Es tabú y, por ende, un descanso semanal que les permite a los espíritus del agua resurtir los peces, una acción conservacionista fincada en la cultura y la tradición.
De manera más tangible, la idea de conservación guía la variedad de habilidades adquiridas por las comunidades pesqueras de Ghana. Muchos pescadores son granjeros de medio tiempo que regresan a la tierra una o dos veces al año, cuando las reservas de peces son menos abundantes.
Los que se quedan imitan los patrones migratorios de las principales especies que se consumen donde viven o van a zonas donde pueden encontrar pesca alternativa. El machete del Atlántico que se consigue en Senegal y Gambia puede, por ejemplo, reemplazar al macabí, un manjar en la región de Ghana central.
Cuando la pesca cambia, la alimentación en Ghana se altera
La fluctuación de peces disponibles también ha alimentado la maestría en la captura y el ahumado a lo largo de la costa. Las buenas reservas de pescado ahumado aseguran que la proteína clave de la dieta costera esté disponible en cualquier momento, sin importar la temporada.
La realidad de aquellos hombres perdidos en el mar de vez en cuando y la impredecibilidad de la captura implican que las familias pesqueras anclen sus sueños a los giros del destino.
Los pescadores entregan su botín plateado a las mujeres de sus pueblos; ellas lo venden y hacen magia con las ganancias: comercian, cultivan y educan a sus hijos, quienes corren a lo largo de la costa inventando juegos mientras los hombres están lejos, montando olas. Aun cuando los hombres no regresan, dejan algo tras de sí. Mi primo, con quien compartía nombre, Ayikwei, fue uno de los que no volvió. En 1992, cuando hacía mi primer viaje para vivir fuera de Acra, la capital, hacia Tolon, casi 650 kilómetros al norte de Ghana, me dijo algo que siempre llevo conmigo:
“No tienes motivo para estar nervioso. Somos ga, con el agua detrás nuestro, no tenemos nada que temer”.
Ahora, adonde viaje, en medio de lo extraño, cierro los ojos y escucho el agua.
Los libros del escritor, poeta y artista Nii Ayikwei Parkes incluyen Tail of the Blue Bird. Esta es su primera colaboración para National Geographic. El fotógrafo francés Denis Dailleux, de la agencia VU, tiene sede en París y El Cairo. En su trabajo explora la relación de los ghaneses con el mar.
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