A medida que el clima del mundo cambia, reubicar árboles puede proporcionar a los bosques vulnerables una vía para vencer el calor.
Este artículo sobre árboles se publicó originalmente en National Geographic. Puedes leer la versión original en inglés aquí.
Agujas doradas cubren el suelo y se pegan al cabello de Greg O’Neill como brillantes luces amarillas mientras se abre paso por una arbolada de alerces altos y elegantes en el valle de Okanagan, en Columbia Británica, Canadá.
“Un árbol hermoso», comenta. «Es una especie orgullosa. Cuando encuentra su lugar ideal, crece en abundancia”.
Pero el “lugar ideal” para muchos árboles aquí, y en cualquier otro sitio, cambia a medida que el clima de la Tierra se calienta. De hecho, estos alerces abundantes no brotaron de sus árboles padres en este valle, ni siquiera en este país. Vinieron de Idaho, Estados Unidos, 457 kilómetros al sur, donde sus ancestros se adaptaron a condiciones que ahora son comunes aquí: veranos más cálidos, inviernos ligeramente más cortos y patrones de lluvia distintos.
Son parte de un experimento diseñado para dar respuesta a una interrogante cada vez más urgente: ¿cómo podemos ayudar a los bosques a que se adapten al ritmo del cambio climático causado por la actividad humana?
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Los árboles no pueden caminar
En lotes como este, desde el norte de California hasta el territorio del Yukón, O’Neill –un científico forestal del gobierno de Columbia Británica– y sus colegas han sembrado plántulas de alerces y otras especies recolectadas de bosques a lo largo de la costa occidental para probar la teoría de la migración asistida. Quieren ver qué tan lejos y rápido necesitan mover a las poblaciones de árboles hacia el norte para seguir el ritmo del cambio climático.
El problema es sencillo, explica Cuauhtémoc Sáenz Romero, investigador de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, en México. “El clima se puede mover… pero los árboles no pueden caminar”.
Desde finales del siglo XIX, cuando los seres humanos comenzaron a quemar combustibles fósiles y a lanzar grandes cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera, las temperaturas promedio del mundo han aumentado alrededor de 1.1°C. Si la tendencia actual de emisiones continúa su trayectoria, podrían subir al menos un grado más en la próximas décadas.
Los retoños persiguen sus climas preferidos
En todo el mundo, los bosques pueden expandir su rango hasta cerca de 900 metros cada año, pues a menudo los retoños persiguen sus climas preferidos hacia los polos o cuesta arriba. Para mantener el ritmo con el cambio actual necesitarían ir de seis a 10 veces más rápido. Hoy día, en Columbia Británica, la disparidad es aún mayor: una investigación de 2006 sugiere que las zonas climáticas de la provincia se moverán hacia el norte a una velocidad de casi 10 kilómetros por año.
Para un lugar como Columbia Británica, donde los bosques cubren casi 60 % de la provincia y son la columna vertebral de su economía e identidad cultural, un ecosistema incompatible con el clima representa una amenaza existencial. Un árbol inadecuado –cuya genética sea acorde a una realidad climática diferente– es más susceptible a los desastres climáticos, las enfermedades y las plagas.
A principios del siglo XXI, esto se convirtió en realidad. Años de sequías debilitaron muchos árboles. Los inviernos más templados permitieron que el escarabajo del pino de montaña se esparciera hacia el norte. Decenas de millones de árboles murieron cada año entre 1999 y 2015. Una temporada récord de incendios forestales en Columbia Briánica en 2003 arrasó con más de 2 600 kilómetros cuadrados de bosque ya muerto por los escarabajos y las sequías.
48 sitios, 47 arboladas y 15 especies distintas
En 2009, el Servicio Forestal de Columbia Británica comenzó el experimento de migración asistida más grande del mundo. En 48 sitios, O’Neill y sus colegas plantaron meticulosas cuadrículas de retoños de 15 especies distintas recolectadas en 47 arboladas entre Oregón y Prince George, Columbia Británica (152 mil 376 plantas en total).
Desde hace casi 10 años, muchos de los árboles que prosperan vienen de poblaciones alrededor de 500 kilómetros al sur, una muestra de lo mucho que ha cambiado el clima. Los datos preliminares eran tan convincentes que, en 2018, la agencia forestal de esta provincia adoptó una política que exige que los científicos forestales utilicen semillas de zonas climáticas más cálidas para los 280 millones de árboles que plantan cada año.
El experimento revirtió una de las reglas más básicas de la ciencia forestal actual: plantar local. Dentro y fuera de Columbia Británica, los científicos discutieron con vehemencia sobre la ética de mover especies lejos de sus rangos habituales. Después de todo, las introducciones en el pasado a veces causaron problemas espantosos de poblaciones invasoras.
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El riesgo de la inacción
Otros contraargumentaron que los humanos ya habían impuesto cambios sin precedentes en los ecosistemas y que el riesgo de la inacción podría ser más grave. En Columbia Británica, aun con mucha ayuda, la velocidad a la que se pueden adaptar los bosques tendrá límites estrictos.
Debido a que nadie sugiere talar árboles saludables para replantar, los científicos forestales solo pueden avanzar en tierras quemadas o de tala. Al ritmo actual, la provincia no podrá reemplazar por completo sus bosques devastados en menos de 80 años. Incluso entonces, más que rebasarlo, los árboles nuevos se mantendrían a la par del cambio climático.
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«Tenemos que saber que sobrevivirán»
En un lluvioso jardín de investigación en la UBC campus Vancouver, la candidata a doctorado Beth Roskilly examina un matorral de alerces pequeños provenientes de todo el oeste de América del Norte que fueron plantados muy cerca entre sí en un arriate elevado. Busca poblaciones que sean tolerantes al calor y las sequías, además de resistentes al frío.
“Si movemos alerces al norte, tenemos que saber que sobrevivirán”, afirma.
Mientras tanto, las presiones climáticas aumentan. En junio de 2021, la genetista en árboles Sally Aitken manejaba cerca de la frontera entre Estados Unidos y Canadá cuando, en medio de una ola de calor récord, observó con horror que los abetos de Douglas secretaban una resina pegajosa y un olor nauseabundo a trementina.
“Nunca había visto árboles tan estresados”, recuerda. Al día siguiente, los incendios gigantescos arrasaron la región; las lluvias sin precedente provocaron deslaves durante varias semanas ese otoño.
A pesar de estas amenazas climáticas, Aitken está por completo segura: “No es que sean una causa perdida», declara. «Solo buscamos la manera de mantener el ritmo”.
Este artículo es de la autoría de Alejandra Borunda. Se publicó en la edición impresa de National Geographic en Español de mayo 2022.
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