En la lluvia, al interior de los tractos digestivos de diversos animales y recientemente en la placenta humana, los microplásticos están sobrepoblado los ecosistemas terrestres. Las consecuencias ya están afectando gravemente a la fauna salvaje, así como los recursos naturales que los seres humanos necesitamos para vivir. Las consecuencias del problema apenas se están manifestando en el planeta —y no son buenas noticias.
La invasión de microplásticos se ha rastreado hasta los núcleos de hielo en el Ártico. No es sorpresa, entonces, que lleguen a los animales que utilizamos para comer, a las frutas y a las verduras. Según un estudio reciente, 136 mil toneladas de microplásticos se expulsan del océano cada año. Gran parte de ellas terminan en el aire que respiramos y en el agua potable que consumimos.
Sin importar qué tan pequeños sean, los residuos plásticos son dañinos para el ambiente. Son un desafío porque, muchas veces, son 150 más pequeños que un cabello humano. Por esta razón, es muy fácil que se integren a la cadena alimentaria, y se convierten en una amenaza para los procesos metabólicos de los seres vivos —y nosotros, los serse humanos, no estamos exentos de ello.
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Las consecuencias de ingerir este tipo de residuos pueden ser muy graves. Se ha demostrado que muchos microplásticos alteran la actividad reproductiva y hormonal de las personas. En los casos más severos, puede causar cánceres agresivos. En otros, se alojan en las placentas de mujeres embarazadas, con consecuencias poco favorables para su proceso de gestación.
Las madres que han sido analizadas dieron a luz bebés sanos. Sin embargo, esto no quiere decir que la presencia de microplásticos en el organismo sea segura. Los resultados del estudio sugieren que parte significativa de la energía se utiliza en estas partículas cuando ingresan al cuerpo, lo que puede generar complicaciones graves en el embarazo.
La problemática ha preocupado a diversos campos de estudio del quehacer humano. Por esta razón, Fion Ferreira ha desarrollado un ferrofluido casero, que logró eliminar el 88 % de los microplásticos en las muestras de agua que utilizó. Además, estos dispositivos se pueden integrar a los sistemas de filtración existentes en las aguas residuales.
En un futuro cercano, se plantea la posibilidad de usar esta tecnología en aparatos que puedan limpiar los océanos, instalados en barcos comerciales. De cualquier manera, el agua del mar se utiliza para enfriar sus motores. Aunque el reto es de dimensiones titánicas, éste es un buen primer paso para darle solución.
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