Con los encierros multitudinarios que impusieron diversos países a raíz de la pandemia por COVID-19, la actividad humana que requería de combustibles fósiles se cayó. Nunca antes había habido un pretexto tan poderoso para dejar de usar el coche. Como consecuencia, los niveles de ozono en la atmósfera bajaron hasta límites históricos. Aunque ésta parece una excelente noticia para el planeta, no es una solución final a la crisis climática global.
El ozono (representado como O3) es un gas compuesto a nivel molecular por tres átomos de oxígeno. A nivel atmosférico, se encuentra en estado puro y generalmente se localiza de 10 a 40 kilómetros sobre el nivel del mar en nuestro planeta, en la estratosfera. En este espacio, el aire se depura y los rayos UV del sol se filtran, de manera que sean menos dañinos para la vida en la Tierra.
Como consecuencia de los gases de efecto invernadero, la contaminación por ozono se ha convertido en un problema de talla global. Se conoce coloquialmente como smog y, de acuerdo con The American Lung Association, es perjudicial para la salud respiratoria en las especies animales del planeta —no sólo para los seres humanos.
Al inhalar este tipo de ozono, los tejidos internos del organismo se «oxidan». Esta reacción produce inflamación interna, como si se tratara de una quemadura de sol sobre el pulmón. Se ha detectado que, sólo en Estados Unidos, afecta a millones de personas, particularmente durante las etapas de vacaciones de verano.
Por primera vez en décadas, el 2020 registró niveles de ozono mínimos, a comparación con la producción anual «cotidiana» de este compuesto químico en el ambiente. De acuerdo con la NASA, se redujo en un notable 2 %, ya que las emisiones de Asia y América descendieron dramáticamente. Sin embargo, la institución alerta que este decrecimiento no es definitivo en lo absoluto.
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El problema de la reducción repentina en los niveles de ozono atmosférico radica en que se dio a causa de una situación pasajera. La coyuntura de encierro que se vivió a raíz de la crisis sanitaria global es solamente un paliativo en términos de la baja en este compuesto en la atmósfera, ya que lentamente está recuperando las cifras anteriores.
De acuerdo con un estudio publicado en contaminación atmosférica por la emisión de gases producidos por combustibles fósiles está en el centro del asunto. Además de tener efectos nocivos para la salud humana, es el factor que detona la crisis climática global que está padeciendo nuestro planeta.
Jessica Neu, quien investiga la composición química de la atmósfera en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA, se mostró sorprendida con este porcentaje: «Me sorprendió mucho lo grande que fue el impacto en el ozono global», confiesa. «Esperábamos una respuesta más local en la superficie».
Aunque el 2 % podría no parecer mucho, los expertos que llevaron a cabo el estudio destacan que, de no haber sido por la pandemia, esta cifra se hubiera alcanzado dentro de 15 años. Aunque el ozono no es malo en sí mismo, sí puede irritar los pulmones y disparar el riesgo de accidentes cardiovasculares en las personas.
La contaminación por los niveles de ozono que los humanos producimos se queda directamente en la atmósfera. Se genera cuando la luz del sol interactúa con partículas de óxidos de nitrógeno, liberados por coches, plantas de energía y la actividad industrial. Al momento de retomar el ritmo normal de producción, es muy probable que el terreno ganado en favor del planeta se vuelva a perder.
Aunque estas reacciones están sujetas al clima y a la participación de otros contaminantes químicos, la pandemia arrojó nueva luz sobre los efectos positivos que la reducción por contaminación de este tipo aporta al planeta. A los ojos de los científicos encargados del estudio, éste es un nuevo «escenario de oportunidad».
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