La excentricidad de la órbita y la inclinación del eje de la Tierra oscilan en un ciclo de casi 100 mil años, además de que influyen en el ángulo e intensidad de la radiación solar que recibe en el planeta. Esto da origen a periodos de hielo y deshielo en los glaciares y casquetes polares.
En el punto máximo de una era de hielo, gran parte del agua del globo se encuentra congelada y el mar puede estar hasta 100 metros más bajo que su nivel actual. En los 2 millones de años más recientes, el clima y el nivel del mar han oscilado de manera periódica entre glaciares e interglaciares.
El interglaciar más próximo ocurrió hace unos 125 mil años, época en la que la Tierra se calentó aún más que en la actualidad y gran parte de los hielos polares se derritió. Debido a la importancia de este evento para entender y predecir el cambio climático de hoy día, los científicos han hecho grandes esfuerzos por conocer las variaciones en el nivel del mar desde entonces.
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Una aproximación fascinante provino de un botánico de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, el doctor Carlos Manuel Burelo Ramos, que nació y creció en Balancán, cerca de la frontera con Guatemala. Ahí, Burelo Ramos vivió la devastación causada por el Plan Balancán-Tenosique, un fallido proyecto de desarrollo que desmontó cerca de 200 mil hectáreas de selva para transformarlas en pastizales y cultivos.
Este plan pretendía convertir a la selva en zonas de producción de granos para abastecer al país, con la falsa idea de la alta fertilidad de su suelo, y sin considerar que esa riqueza se debía a la presencia de los árboles (los restos vegetales que caen y se descomponen liberan nutrientes que de inmediato son reabsorbidos por las raíces).
Al eliminar la selva se rompe el ciclo, no hay caída de nutrientes y no queda casi nada para el suelo. Son los árboles los que almacenan dichos compuestos químicos, no la tierra, por lo que la agricultura es viable en los suelos de la selva tropical durante lapsos muy cortos.
Esto dejó como resultado un territorio deforestado, la descarga directa de agroquímicos hacia los ríos y niveles de pobreza superiores a 60 % en la población. Sin embargo, gracias a su naturaleza pantanosa, las riberas del río San Pedro Mártir se salvaron en buena medida de los equipos de desmonte, que incluye unas comunidades de mangle rojo que Burelo exploraba de joven.
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Años después, el enigma de los mangles del río San Pedro seguía allí. El Rhizophora mangle es un árbol que vive en las costas tropicales y que se dispersa por medio de las corrientes oceánicas. Parecía difícil encontrar una explicación sobre su presencia en la periferia de las selvas de la Cuenca del Petén, a 120-175 kilómetros en línea recta del golfo de México, y a 17-40 metros sobre el nivel del mar.
Para tratar de encontrar una respuesta, Burelo Ramos contactó a otros investigadores; en poco tiempo se formó un equipo multidisciplinario con expertos de México, Estados Unidos, Colombia y Reino Unido.
Un estudio genético comparó muestras de mangles del golfo de México y el Caribe con las del río San Pedro y demostró que estos últimos habían llegado a las selvas desde el golfo hace unos 125 mil años. La edad inferida por técnicas moleculares correspondía con la del último interglaciar, pero una pregunta fundamental permanecía: ¿cómo habían llegado tan alto y tan lejos de las costas que vemos hoy día?
La respuesta posible era que, durante el más reciente gran aumento del nivel del mar, las aguas del golfo de México habían cubierto la totalidad de las tierras bajas de Tabasco hasta las cascadas de Reforma, muy cerca de donde el río San Pedro confluye con el Usumacinta, y a 120 kilómetros de la costa actual, lo que los convierte en los manglares más tierra adentro del planeta.
Sin embargo, si lo que el hallazgo genético sugería a los investigadores era cierto, debía haber fósiles marinos en la región, algo que aún no se documentaba. No obstante, una expedición geológica pronto develó que las terrazas sedimentarias de Balancán y Reforma, de donde hoy día se extrae grava para construcción, son, en efecto, de origen marino.
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Los investigadores encontraron antiguos bancos de arena costeros, cordones litorales de grava rodada, restos de conchas de caracoles marinos y bancos de conchas de ostión de Virgina (Crassostrea virginica), que habita en lagunas costeras rodeadas de manglares. En conclusión, el golfo de México había llegado hasta el río San Pedro hace cientos de miles de años.
Estudios complementarios realizados por botánicos de Tabasco demostraron que no solo los manglares habían arribado a esta región: 31 % de la flora del río San Pedro (112 especies) está formada por plantas costeras comunes en playas y lagunas del golfo de México, pero difíciles de encontrar en las selvas interiores.
Junto con el mangle rojo, un completo ecosistema costero relictual había migrado a las riberas del San Pedro durante el interglaciar más reciente, una memoria viva de los grandes eventos de cambio climático en el pasado.
A pesar de esto, la región aún sufre cambios drásticos en el uso de suelo por la agricultura y ganadería, pero el riesgo principal es el fuego: que más naturales o provocadas convierten en cenizas estos ecosistemas únicos.
Desde la publicación del estudio “Relict inland mangrove ecosystem reveals last interglacial sea levels” en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) existe gran interés en México y el planeta sobre este “mundo perdido”.
Aunque una pequeña fracción de manglares se encuentra protegida por Tabasco dentro de la Reserva Ecológica Cascadas de Reforma, el Congreso del estado inició acciones para preservar este ecosistema y revertir, aunque sea solo de manera parcial, la destrucción causada por la defoestación y la tala de las selvas en décadas pasadas.
De igual manera, la Universidad Politécnica Mesoamericana (Guatemala) junto con la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas de México (Conap), han propuesto que los humedales del río San Pedro sean declarados de importancia internacional por el Convenio RAMSAR.
Lograr la protección efectiva de este ecosistema único es uno de los retos más importantes hoy día. Que se decrete como Área Natural Protegida por el gobierno de México es uno de los desafíos inmediatos para la comunidad académica, pero sobre todo, para las comunidades en las cercanías del río, ya que ello generaría las condiciones para que se regulen actividades como la pesca, de la cual dependen muchas familias.
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Ante el proyecto del Tren Maya que se lleva a cabo en la región, estos manglares aparecen como un novedoso recurso ecoturístico que demanda una planeación para conservarlos.
El relicto ecológico del río San Pedro provee una imagen de la intensidad de los cambios climáticos del pasado y revela cómo el aumento en el nivel del mar –inducido por las glaciaciones en los polos– fue capaz de influir sobre los ecosistemas y moldear los paisajes tropicales que conocemos hoy día.
Al desentrañar los cambios ambientales del pasado, los resultados del grupo de investigadores abren oportunidades para entender, prevenir y mitigar el cambio climático del presente y el futuro, así como el aumento del nivel del mar.
Este texto es de la autoría de Carlos Manuel Buerlo es investigador de la UJAT. Octavio Aburto, es fotógrafo asociado al iLCP y Exequiel Ezcurra es consejero emérito de la CONAMP.
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