Rambouillet es un pueblo al norte de Francia, a unos 50 kilómetros de París. Además de 22 mil hectáreas de bosques vírgenes, no hay muchos sitios turísticos que atraigan a las personas. Por el contrario, los locales se han enfocado en preservar la reserva natural protegida, a la que sólo tienen acceso algunos ciclistas y visitantes que practican el senderismo.
En aras de reducir la contaminación lumínica, un proyecto local propuso instalar una serie de tubos en las carreteras principales. Acompañando la vía pública, estos cilindros emanan una luz azul intensa, que no genera impacto de carbono alguno. En lugar de producir energía por medio de la electricidad, estos dispositivos rebosan en organismos bioluminiscentes.
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Según la describe el Instituto de Ecología del Gobierno de México, la bioluminiscencia es «un proceso que se da en algunos organismos vivos, en donde se crea una reacción química que produce luz«. La mayoría de los ecosistemas marinos cuenta con ella en la superficie, ya que, con el movimiento, algunos crustáceos microscópicos se encienden con este fulgor azul.
Sin embargo, también se tiene registro de este fenómeno en hongos, plantas, animales y bacterias. Por ello, los habitantes de Rambouillet consideraron pertinente experimentar con este mismo fulgor para alumbrar sus avenidas principales. De esta manera, la dependencia a la luz eléctrica perdería intensidad, y podrían abastecerse sólo con bioluminiscencia.
De acuerdo con la cobertura de la BBC, la idea es obtener este fulgor «de una bacteria marina recolectada en la costa de Francia llamada Aliivibrio fischeri«. Estos organismos se almacenarán en tubos con agua salada, «lo que les permite circular en una especie de acuario luminoso«, añade el medio.
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El proyecto que se planteó en las carreteras de Rambouillet no sólo está teniendo un impacto positivo a nivel local. Por el contrario, espacios más grandes y congestionados, como el aeropuerto internacional Roissy-Charles-de-Gaulle en la capital, están implementando esta tecnología natural.
Más que nada, porque no requiere de inversiones considerables, y reduce el impacto de carbono que implica el uso de energía eléctrica. Así operan los tubos bioluminiscentes, según explica el corresponsal Peter Yeung para BBC Future:
«[…] la luz se genera a través dprocesos bioquímicos internos que forman parte del metabolismo normal del organismo, su funcionamiento casi no requiere más energía que la necesaria para producir los alimentos que consumen las bacterias».
Sin embargo, este tipo de tecnologías también implican un riesgo. Como las bacterias bioluminiscentes están vivas, se requiere de condiciones climáticas específicas para que emitan el fulgor azul. «No es tan fácil», apunta Carl Johnson, profesor de ciencias biológicas en la Universidad de Vanderbilt. «Además, el fenómeno dependerá mucho de la temperatura y dudo que funcione en el invierno«.
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