Desde tiempos inmemoriales, la Ciudad de México ha estado coronada por volcanes. El Popocatépetl y el Iztaccíhuatl son emblemas capitalinos: forman parte de la línea del horizonte de la capital mexicana, cuando el smog y el viento así lo permiten, con su silueta reconocible en la frontera entre el Estado de México y Puebla.
Después de milenios, la actividad humana generó que el glaciar más importante de uno de ellos desapareciera para siempre.
Tanto el Popocatépetl como el Iztaccíhuatl tienen una presencia cultural milenaria en la cosmogonía de los pueblos originarios mexicanos. En el caso del segundo volcán, cuenta la leyenda que un guerrero tlaxcalteca se enamoró de una joven gobernante de un pueblo aledaño.
Al mismo tiempo, una guerra sanguinaria entre los aztecas y los tlaxcaltecas se desató. Antes de que el soldado partiera a librar una batalla contra el enemigo, pidió la mano de la joven a quien le había jurado amor incondicional. Su padre, un cacique poderoso, le concedió su bendición, siempre y cuando volviera sano y salvo del frente de batalla.
A la espera, la novia se vistió de blanco. Sin embargo, alguno de los enemigos de su prometido le informó que había perdido la vida. Ella se enfermó de tristeza, y falleció poco tiempo después sin saber que la noticia era falsa. Cuando el guerrero volvió victorioso de la guerra, se enfrentó con la noticia de que su amada había muerto.
A manera de rendirle homenaje, ella subió a un monte con una antorcha incandescente, donde la vela hasta la fecha. Con el tiempo, se convirtieron en volcanes. Hoy, milenios después de que la leyenda se fincó en la tierra, el Iztaccíhuatl perdió su vestido blanco a causa del calentamiento global.
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Una investigación reciente de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) declaró al Ayoloco, el glaciar más grande que recubría al Iztaccíhuatl durante todo el año, extinto. Su fin se debió a la actividad industrial desmedida y al aumento en las temperaturas a nivel global. Una de las masas de hielo más emblemáticas de México desapareció.
A manera de homenaje, los investigadores Hugo Delgado Granados y Anel Pérez Martínez, en conjunto con los vulcanólogos y montañistas de la institución, colocaron una placa conmemorativa que lleva inscrita la siguiente leyenda:
«A las generaciones futuras: Aquí existió el glaciar Ayoloco y retrocedió hasta desaparecer en 2018. En las próximas décadas, los glaciares mexicanos desaparecerán irremediablemente. Esta placa es para dejar constancia de que sabíamos lo que estaba sucediendo y lo que era necesario hacer. Solo ustedes sabrán si lo hicimos».
Delgado aseguró que uno de los efectos inmediatos de esta desaparición es el acceso al agua dulce con el que contaba la Ciudad de México. Sin la presencia de los casquetes de hielo, la temperatura en la zona también incrementará, y los ciclos de la lluvia se verán gravemente condicionados.
Con respecto a la placa, instalada a 4 mil metros de altura en el Iztaccíhuatl, Anel Pérez Martínez enfatizó que “ésta no es una placa de honor, es una placa del deshonre, de la vergüenza que nos da, no el cambio climático, sino la emergencia climática”.
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