La Luna podría ser una de las razones principales de que la Tierra sea un oasis lleno vida en medio del hostil caos cósmico
La Tierra es sumamente afortunada. La relación entre nuestro planeta y su satélite natural (la Luna) es tan perfecta que incluso contribuye al próspero florecimiento de la vida terrestre, a través del ciclo de mareas y al proveer algo de luz durante la noche.
Sin embargo, no todos nuestros vecinos cósmicos corrieron con esta suerte. Algunos cuentan con demasiados, otros no tienen con ninguno y, en casos particulares… es complicado. Aclaremos qué se necesita para ser dejar de ser una simple roca estelar y recibir el distinguido rango de «luna» o (más propiamente) «satélite».
Criterios para ser una Luna verdadera
Para ser clasificado como una luna verdadera, un cuerpo celeste debe cumplir con ciertos criterios:
- Orbitar un planeta: Debe estar en una trayectoria alrededor de un cuerpo más grande.
- No ser un planeta: No debe tener suficiente masa para ser considerado un planeta.
- Gravedad propia: Debe tener suficiente gravedad para mantener una forma casi esférica.
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Aparte de los satélites, existen otros cuerpos que orbitan planetas pero no cumplen con estos criterios. Por ejemplo, los «asteroides troyanos» se encuentran en las mismas órbitas que un planeta, pero no cuentan con el impacto gravitacional necesario. Otro caso son fragmentos de material, como las nubes de polvo que causan las lluvias de estrellas o el caso de los bellos anillos de Saturno.
Bajo estas reglas, Venus y Mercurio se encuentran solos en la inmensidad del espacio. Esta ausencia puede ser atribuida a su proximidad al Sol; la gravedad de nuestra estrella es tan inmensa a comparación de los pequeños planetas que los cuerpos candidatos a convertirse en satélites probablemente fueron succionados a su interior en la era temprana del Sistema Solar.
Más que una cara bonita
Las lunas no solo son fascinantes por su belleza; también ejercen influencia física notable sobre sus planetas. Por ejemplo, nuestra Luna es responsable de las mareas, al ejercer una atracción gravitacional sobre la enorme masa conjunta del océano. Este efecto es esencial para muchos procesos biológicos de la vida marina y costera.
De manera similar, Júpiter ejerce una poderosa influencia gravitacional sobre su luna Europa, creando fuerzas de marea que provocan deformaciones en Europa y generando calor interno que podría mantener agua líquida bajo su superficie helada. En años recientes, esta teoría ha convertido a la luna galileana en el mejor candidato para contener vida extraterrestre en nuestro Sistema Solar.
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Los sistemas luna-planeta también cuentan con otra bondad gravitacional: forman un escudo contra colisiones de asteroides. Basta con mirar la luna a través de un telescopio (o incluso la cámara de tu teléfono) para notar que está lleno de cráteres. Gracias a la Luna, la Tierra ha tenido un número reducido de colisiones.
Un caso desafortunado
Esto es especialmente notorio en comparación con el caso particular mencionado al inicio: Marte. El ‘Planeta rojo’ tiene una extraña relación con sus satélites, Fobos y Deimos, e incluso hay quienes no las consideran «lunas significativas». Solo hace echarles un vistazo para notar que su forma irregular; y un vistazo a la escabrosa superficie marciana para notar su ineficacia para protegerlo de asteroides.
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Este es un claro ejemplo de que la ausencia de un satélite puede influir tanto en la estabilidad climática como en la historia geológica de un planeta. Por si lo anterior no bastaba para apreciar la enorme fortuna que tenemos, aún queda una contundente y asombrosa razón más para hacerlo. El tamaño de la Luna y su distancia de la Tierra es matemáticamente perfecta para producir un eclipse total de sol.
Lejos de robarse tu vista, observar un eclipse de forma segura es una experiencia inolvidable que incluso puede traer algunos beneficios considerables a tu salud.
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