Quienes viven en ciudades grandes lo saben. Al mirar a las alturas, por primera vez en milenios de historia natural, no hay estrellas que se asomen al firmamento. No es que no existan, sino que no se perciben: la contaminación lumínica es tal, que su fulgor se ve completamente asfixiado. Hemos perdido el cielo oscuro.
Aunque durante milenios los noches completamente negras.
Aunque la Ciudad de México y otras capitales del mundo adolecen de falta de oscuridad, hay poblados que están luchando en contra de la pérdida de la oscuridad nocturna. Incluso, según documenta la BBC, se están certificando internacionalmente para conseguir el ‘estatus de cielo oscuro‘. Así funciona.
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Según explica Frankie Adkins para el medio, en los últimos 25 años, la bóveda celeste se ha contaminado en un 49 % más por las luces insistentes de las ciudades grandes. Desde los grandes corporativos que se resisten a apagar sus oficinas, hasta el cambio rítmico de los semáforos solitarios: todo aquel fulgor innecesario producido por los seres humanos deslumbra el centellar natural de los astros.
Estos estímulos, además de inhibir la oscuridad nocturna, están teniendo consecuencias en el ritmo circadiano de los seres vivos. Éste opera con base en el reloj biológico, y «regula los cambios en las características físicas y mentales que ocurren en el transcurso de un día», explica el National Institute of Child Health and Human Development (NIH) en Estados Unidos.
Hormonas, transmisiones neuronales y otras funciones corporales están regidas por la manera en la que los organismos administran sus descansos. En el caso de la gran mayoría de los mamíferos, depende enteramente de tener un cielo oscuro que les permita dormir profundo. En este grupo estamos incluidos los seres humanos.
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Encontrar estos espacios de oscuridad natural se vuelve cada vez más difícil en las ciudades grandes y medianas, explica Adkins. En miras de regular el constante estímulo luminoso artificial, hace 24 años se fundó la International Dark-Sky Association (IDA): «trabajamos para para proteger los cielos nocturnos para las generaciones presentes y futuras«, reza su portal oficial.
Antes que nada, la institución denuncia que la contaminación lumínica es un peligro para la salud de las especies, así como una amenaza ecológica del planeta:
«El uso cada vez mayor y generalizado de la luz artificial por la noche no solo perjudica nuestra visión del universo, sino que también afecta negativamente a nuestro medio ambiente, nuestra seguridad, nuestro consumo de energía y nuestra salud».
Bajo el entendido que la luz artificial humana por las noches «es ineficiente, demasiado brillante, mal enfocada, mal protegida y, en muchos casos, completamente innecesaria», la IDA planeta un reconocimiento internacional para aquellas ciudades que protejan el cielo oscuro. En lugar de desperdiciar la electricidad, trabajan en miras de preservar el derecho natural y biológico para un anochecer despejado.
La contaminación lumínica ha asfixiado tanto el cielo oscuro, que los niveles de fatiga en las grandes ciudades han alcanzado extremos nocivos para la gente. Según Adkins, existe una «correlación entre la exposición a la luz por la noche y los síntomas depresivos«, entre otros padecimientos mentales.
Aunque estas problemáticas ya aquejan a millones de personas alrededor del mundo, el argumento antropocéntrico no es suficiente para mitigar la luz artificial que desperdiciamos. Cientos escarabajos están perdiendo el rumbo. Habituados por milenios al fulgor nocturno de la Vía Láctea, perdieron la guía natural para regresar a casa. Hoy, ese mapa estelar les ha sido privado como consecuencia de la actividad humana: la contaminación lumínica se los impide.
Hay quienes no son tan optimistas en la lucha por restablecer el cielo oscuro. Astrónomos de la NASA aseguran que, incluso, llegará un día en el que las luces que se vean en las alturas sean de satélites artificiales, y no de astros. Quizá sólo baste con mirar al firmamento para darse cuenta de que, en efecto, nos hemos enajenado de las estrellas —y que esa distancia ya nos perjudica, lastima a otros seres vivos, y nos deslumbra con una promesa de progreso que nunca llega.
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