Nadie sabe cuándo, ni cómo, llegará el fin del Sistema Solar. Ni siquiera con el apoyo de la tecnología de punta del Telescopio Espacial James Webb —el más fino que se ha desarrollado en la historia de la ciencia— los científicos se han aventurado a disertar al respecto. De hecho, los astrónomos saben que es riesgoso proponer teorías sobre qué sucederá cuando ese día venga.
IFL Science lo ejemplifica con claridad: «No es como si supiéramos lo que sucederá a las 10:04 p. m. del 12 de noviembre del año 88,000,001,955.» Sin embargo, con datos estadísticos tomados de otros sistemas solares, se pueden sugerir escenarios posibles. Lo primero que tenemos que hacer, dicen los astrónomos, es ver la historia evolutiva de nuestro propio Sol. Esto es lo que sabemos.
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Actualmente, nuestro Sol es una estrella enana amarilla. Después de 4 mil 500 millones de años de evolución, se conserva como una bola gigantesca de hidrógeno y helio, que brilla incesantemente en el corazón del Sistema Solar. «Sin la energía del Sol», explica la NASA, «la vida tal como la conocemos no podría existir en nuestro planeta de origen».
Aunque desde el punto de vista de la Tierra parece que el Sol siempre es igual, la realidad es que es una estrella muy dinámica. Tan es así, que cada cierto tiempo nos azota con tormentas geomagnéticas poderosas. De no ser por el campo magnético terrestre, la coraza natural que protege a nuestro planeta, estos ‘latigazos’ de energía acabarían con la vida como la conocemos en la actualidad.
Hoy en día, el Sol está a la mitad de su vida. Sin embargo, en unos 5 mil millones de años, se habrá tornado mucho más roja y caliente. Aunque el proceso será lento y paulatino, la Tierra y los demás planetas del Sistema Solar se verán afectados radicalmente con los cambios de su astro central.
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Las estrellas se acercan al fin de su vida conforme consumen la energía que está en su interior. Esto mismo pasará con el Sol: conforme se termine el hidrógeno en el núcleo, también perderá la estabilidad de la que goza hoy en día. Esto provocará que su centro se contraiga, propiciando que su capa exterior se expanda.
Para entonces, la estrella adquirirá dimensiones que consuman a Mercurio y Venus. Por lo tanto, estará demasiado cerca de la Tierra. En nuestro caso, es probable que se aprecien estas consecuencias en el planeta:
Mientras que los primeros planetas en el Sistema Solar se verán consumidos por el Sol, es probable que los demás sean empujados hacia afuera por las cantidades monstruosas de energía que la estrella estará emitiendo.
Con el tiempo, el Sistema Solar se convertirá en una nebulosa planetaria. Cuando esto suceda, el Sol ya se habrá convertido en una enana blanca. Y estará solo por primera vez en decenas de millones de años: sin planetas que orbiten en torno suyo. Es poco probable que la humanidad aprecie estas consecuencias, ya que se estima que se manifiesten dentro de 600 millones de años.
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