La paciencia y la perseverancia son dos virtudes que todas las grandes mentes científicas deben poseer. Albert Einstein ciertamente no carecía de ninguna. Esta es la historia de cómo, luego de casi una década de soportar burlas e incredulidad, fue posible demostrar la teoría de la relatividad.
La Teoría de la relatividad es un conjunto de hipótesis muy sólido que busca definir, con precisión matemática, la relación entre los cuatro elementos más fundamentales del universo: tiempo, espacio, masa y energía.
Técnicamente, la «Teoría de la relatividad» no es una teoría por sí misma . De hecho, es un nombre coloquial que engloba dos teorías estrechamente ligadas: la relatividad general y la relatividad especial.
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Estas teorías unifican estos cuatro conceptos en tan solo dos. El espacio-tiempo (descrito por la relatividad general) y la equivalencia masa-energía, descrita por la famosa ecuación E=mc².
La relatividad general define al espacio-tiempo como una «tela». Esta puede deformarse en la presencia de un objeto sumamente masivo, atrayendo a otros cuerpos con masa o incluso a la misma luz.
En la bóveda celeste de la Tierra, contamos con muchos objetos de masa enorme. Sin embargo, pocos de ellos cambian de posición aparente con la misma rapidez conveniente que el Sol, de modo que era necesario observar una estrella cuya posición en el cielo fuera similar a la del este.
En un escenario convencional, esto resulta imposible, ya que implicaría realizar la observación de día. Pero existe un escenario particular en el que las estrellas y el Sol son visibles en pleno día: un eclipse solar.
Durante el eclipse solar del 29 de mayo de 1919, dos grupos de investigadores británicos colocaron equipo de observación en lugares muy alejados: Sobral, en Brasil, y la isla de Príncipe, en África.
Desde estos lugares, lograron medir una desviación en las coordenadas celestes de estrellas cuya luz debía pasar muy cerca del Sol para llegar a la Tierra. Este desplazamiento coincidió a la perfección con lo predicho por la relatividad general de Einstein y le valió a Arthur Eddington y a su colega Frank Watson Dyson el respeto y aceptación de la Royal Society.
Y en cuanto a Einstein, los resultados le ganaron la aceptación unánime de la comunidad científica, haciendo a sus teorías y experimentos relevantes hasta el día de hoy.
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