Mes tras mes, la órbita de la Tierra atraviesa regiones de nubes de polvo, hielo y rocas dejadas por el paso de distintos cometas cerca del Sistema Solar interior. Cuando estas partículas entran en contacto con la atmósfera, producen destellos que atraviesan el cielo nocturno fugazmente, dando forma a una lluvia de estrellas. A finales de noviembre, los restos del cometa 55P/Tempel-Tuttle son los responsables de una de las lluvias de estrellas más impredecibles del año: las Leónidas.
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Las noches del 17 y 18 de noviembre serán el pico de actividad máxima de esta lluvia de estrellas. Por lo tanto, el mejor momento para mirar al cielo y cazar Leónidas. Como su nombre lo indica, la mayoría de meteoros son visibles cerca de la constelación Leo.
Sin embargo, no es necesario ubicar esta constelación, pues las estrellas fugaces suelen aparecer súbitamente desde cualquier región de la bóveda celeste.
Aunque en condiciones normales se calculan unos 15 meteoros por hora, las Leónidas son impredecibles. En las noches de actividad máxima, su intensidad puede aumentar dramáticamente durante algunos minutos u horas.
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Con más de 100 meteoros por hora en las noches de actividad máxima, las Perseidas (agosto) y las Gemínidas (diciembre) son las dos lluvias de estrellas más populares debido a su intensidad. Si su pico coincide con una noche despejada y la Luna nueva, el espectáculo está asegurado.
Sin embargo, en 1833, las Léonidas multiplicaron por diez la intensidad de las lluvias de estrellas más populares. Así, provocaron una tormenta de meteoros con miles de estrellas fugaces por hora.
La madrugada del 12 de noviembre de 1833, la costa este de Estados Unidos fue testigo de la primera tormenta de meteoros de la era moderna. La intensidad de los meteoros fue tal, que el cielo se iluminó con decenas de miles de bolas de fuego por hora y provocó que durante los siguientes años, los astrónomos se interesaran cada vez más por comprender el origen de las lluvias de estrellas.
La tormenta de meteoros ocupó las portadas de los principales diarios en Estados Unidos y se convirtió en un tema popular durante el resto del año. Las crónicas de periódicos locales como el Richmond Enquirer o la Phoenix Gazette relataban cómo el cielo se cayó durante 9 horas, en las que quienes no despertaron por el resplandor que se colaba por las ventanas, lo hicieron entre gritos de fascinación y miedo.
Al amanecer de la mañana siguiente, Denison Olmsted, un profesor de la Universidad de Yale que presenció impactado el fenómeno, escribió un comunicado que se publicó en el Daily Herald con la intención de recolectar la mayor información posible sobre lo que ocurrió la noche anterior. La carta fue replicada en revistas y periódicos de todo el país y decenas de suscriptores respondieron contando detalles sobre la tormenta.
Se trató de uno de los ejercicios de observación científica ciudadana más famosos de la historia. Gracias a las decenas de testimonios, los astrónomos coincidieron en que el radiante (el punto del que parecen surgir la mayoría de meteoros) de la lluvia de estrellas más intensa de noviembre era la constelación de Leo. Desde entonces, se identificó a esta lluvia de estrellas como las Leónidas.
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En 1866, los astrónomos Ernst Tempel y Horace Tuttle descubrieron (cada uno por su cuenta) un cometa cuyo tránsito por los planetas interiores del Sistema Solar coincidía con las tormentas de Leónidas, que ocurrían cada 33 años.
El cometa fue bautizado como Tempel-Tuttle y un año después, el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli concluyó que todas las lluvias de estrellas provenían de un cuerpo progenitor y que éste no podía ser otro que los cometas.
Desde entonces, cada mediados de noviembre los astrónomos esperan la llegada de las Leónidas, una lluvia de estrellas considerada de intensidad baja-media (de 10 a 20 meteoros por hora), pero impredecible en los picos que pueden dar lugar a una tormenta.
Y aunque en la actualidad existen distintos modelos para pronosticar la intensidad de las Leónidas año tras año basados en las nubes de polvo dejadas por el paso del Tempel-Tuttle en sus tránsitos más recientes, aún hacen falta más datos para establecer con precisión cuándo será la próxima ocasión en que una región del planeta atraviese una enorme nube de polvo cósmico y se den las condiciones para observar una tormenta de meteoros.
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