Los nombres de los planetas pertenecieron, hace miles de años, a los dioses más poderosos del panteón sagrado en Grecia. Zeus, Cronos, Hermes, Poseidón, Ares, Afrodita: todos son nombres de deidades poderosas que reinaron en las cumbres del Monte Olimpo. Milenios más tarde, los astrónomos concedieron la misma grandeza a los cuerpos celestes que componen nuestro Sistema Solar. Ésta es la razón.
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Como consecuencia de las campañas militares del Imperio Romano, los dioses griegos cambiaron de nombre: Júpiter, Saturno, Mercurio, Neptuno, Marte, Venus. A pesar de este cambio de identidad, los dioses griegos mantuvieron sus mismos atributos cuando fueron trasladados al panteón sagrado de los romanos. Incluso su configuración como seres celestes divinos permaneció intacta: se les seguían atribuyendo los mismos poderes sobre la naturaleza y sobre las pasiones de los seres humanos.
Sencillamente, que los cuerpos celestes de nuestro Sistema Solar reciben sus nombres de esta concepción del Universo. Diversas formaciones estelares, satélites e incluso galaxias enteras son identificados a partir de los mitos de la cosmonogía grecolatina.
De manera general, puede decirse que nuestro sistema solar pertenece a la Vía Láctea. Los planetas, por su parte, se han categorizado en dos grandes rubros: los terrestres y los jovianos, divididos por un gran cinturón de asteroides. Aquí te explicamos el origen del nombre de cada uno de ellos.
De acuerdo a la definición de la NASA, los planetas terrestres, son rocosos y compactos. A esta categoría pertenecen, en orden de aparición, los siguientes: Mercurio, Venus, Tierra y Marte.
Mercurio recibe su nombre de Hermes, el dios mensajero entre los seres humanos y Zeus. En la iconografía griega, se le representa generalmente con alas en los pies. Por su parte, Venus se nombró en honor a la diosa de la belleza y del amor, Afrodita. Marte, sin embargo, hereda la identidad de Ares, el dios de la guerra.
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Los planetas que caen bajo esta categoría se distinguen por sus dimensiones gigantescas. Entre ellos, está Júpiter, a quien le corresponde el nombre de Zeus, dios del rayo y del Universo. Inmediatamente después, se encuentra Saturno, quien en la tradición mitológica grecolatina, es el dios del tiempo.
El séptimo planeta del sistema solar es Urano. En estos términos, es un caso especial, ya que no recibió el nombre de ningún dios de la Antigüedad Clásica. Sin embargo, sí es un personaje mitológico: se trata de un titán que personifica al cielo estrellado. Por último, se encuentra Neptuno: el amo y señor de los mares en este panteón milenario.
Tanto los griegos como los romanos fueron observadores atentos del firmamento. Ya fuera para sus intereses comerciales en altamar o para sus investigaciones científicas, ambos pueblos fueron asertivos al distinguir la luz de estos astros de las demás estrellas: la diferencia radica, al día de hoy, en que los planetas se mueven alrededor del Sol.
Desde entonces, los romanos asignaron los nombres de sus propias deidades a los cuerpos celestes, otorgándoles los atributos que cada uno poseía. Siguiendo esta tradición, los planetas de nuestro Sistema Solar conservan estos rasgos de identidad. Aunque en la actualidad no se sigue esta tradición religiosa, los planetas conservan los nombres de los antiguos dioses romanos.
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