El vecindario galáctico al cual pertenece la Tierra alberga entre 100 y 400 billones de estrellas, y cuenta con un diámetro mayor a los 100 mil años luz. Se estima, además, que su edad es casi tan antigua como la del Universo mismo. Ante la majestuosidad y dimensión de esta, desde tiempos lejanos, los seres humanos han llevado su imaginario hasta las alturas, con el fin de comprender y referenciar los misterios del firmamento. En esa tarea de significar el espacio, nos encontramos ante una pregunta básica: ¿por qué la Vía Láctea se llama así? Aquí te lo contamos.
La Vía Láctea se llama así por un mito griego que explica la naturaleza de su apariencia. Sin embargo, es a los romanos a quienes se les atribuye el nombramiento. Originalmente, el mundo helénico se refirió a ella como Kyklos Galaktikos (“Círculo de Leche”) y, más tarde, los romanos hicieron su traducción al latín, de la cual se derivó el nombre que hoy conocemos.
El mito da cuenta de las continuas infidelidades de Zeus, quien, en un estado patológico, llegó a procrear fuera de su unión con la diosa Hera. Para lograr saciar los deseos carnales, la deidad buscaba el consuelo de otras de su misma condición, pero también de seres mortales.
De entre todas esas faltas al compromiso, la acción de Zeus que más humillante resultó para Hera fue aquella ocasión en que él la traición con Alcmena, nieta de Perseo y Andrómeda y heredera de Micenas.
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Para ese momento, Alcmena todavía no había consumado el matrimonio con Anfitrión, pues este se encontraba lejos, buscando justicia por la muerte de sus hermanos a manos de los tafios. En tal situación, Zeus aprovechó la ausencia para tomar la forma del vengador y, de esta manera, engañar a Alcmena, haciéndola creer que su prometido estaba de regreso y triunfante tras el cumplimiento de su faena.
Alcmena se entregó al momento, dando por hecho que estaba compartiendo la intimidad con el ser amado. El Sol, por orden divina, tomó un descanso, lo que prolongó esa noche de deseo que daría la semilla de vida a Heracles, mejor conocido por su nombre latino: Hércules.
Hera, desde luego, estaba resuelta a no criar a ningún hijo que Zeus hubiese tenido con alguien más. Pese a ello, Hermes, el heraldo de los dioses, tenía claro que el último descendiente mortal de Zeus no alcanzaría los honores del cielo si no era alimentado con leche divina. En vista de la condición, Hermes dejó al recién nacido bajo el seno de Hera. Cuando ella despertó, y vio al pequeño Heracles mamando de su pecho, lo apartó violentamente, pero la leche siguió brotando, esparciéndose entre las estrellas.
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Desde ese punto, Hera emprendió un camino de venganza, motivada por el enojo hacia Zeus. En diversas ocasiones, la diosa intentó arrebatarle la vida al pequeño Hércules. Pero, de una u otra forma, sus intentos estuvieron destinados al fracaso. Finalmente, el héroe mitológico ascendió al Olimpo, después de hallar la reconciliación con Hera. A pesar de todo, la leche de la diosa siguió surcando el cielo y formando la Vía Láctea
“Una galaxia es un conglomerado de cientos de miles de millones de estrellas, gas interestelar (fundamentalmente hidrogeno) y polvo interestelar (granos de silicatos). Se mantiene como sistema gracias a la atracción gravitacional”, explica el Dr. Armando Arellano Ferro, investigador nacional emérito y miembro del Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Una galaxia, como la Vía Láctea, tiene tres grandes regiones que conforman su estructura:
La diversidad de estrellas en una galaxia es bastante amplia. Éstas varían de acuerdo a su masa, tamaño, estado evolutivo y composición química, la cual depende, principalmente, del momento en el que se formó el astro.
Sobre esto último, las estrellas más viejas, es decir, las de formación temprana, tienen menos contenido de elementos químicos pesados. Por su parte, las jóvenes se constituyeron a partir de material procesado por generaciones anteriores y, en consecuencia, son más ricas en elementos químicos pesados.
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