Con frecuencia, puede notarse que la palabra “satélite” es usada para referirse a algo, o alguien, que depende de otra entidad y vive bajo su influjo. Su etimología, del latín satelles -itis, hace referencia al soldado encargado de dar guardia y seguridad a un miembro de la nobleza. Cuando se habla de un satélite natural, en ámbitos científicos, se conserva parcialmente el sentido de lo anterior, aunque por supuesto, es adaptado a otra escala.
La respuesta, en realidad, es muy sencilla: un satélite natural es un cuerpo – no hecho por el ser humano – que orbita alrededor de otro en el espacio. Visto de esta manera, como indica la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, por sus siglas en inglés), la Tierra y la Luna son ejemplos de satélites naturales. El primero porque se mueve alrededor del Sol; el segundo por hacer lo mismo en torno al planeta azul.
A un satélite natural también se le llama “luna”. Estos cuerpos pueden ser de diferentes tamaños, formas y tipos. Regularmente son sólidos, pero los hay también con atmósferas. La NASA señala que la mayoría se formaron, probablemente, hacia los inicios del Sistema Solar, cuando discos de gas y polvo fueron atraídos por la gravedad de los planetas.
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Agencias como la mencionada han dado constancia de la existencia de cientos de lunas en el Sistema Solar. Buena parte de la amplitud que engloba la definición de satélite natural se ejemplifica con el hecho de que algunos asteroides cuentan igualmente con cuerpos circundantes.
Por otra parte, existen los satélites artificiales. Básicamente, estos son aparatos complejos hechos por el ser humano y sirven para enviar y recibir comunicaciones de uso masivo. Orbitan alrededor de la Tierra y resultan esenciales para fines militares, educativos, de salud, entre otros más.
De acuerdo con Britannica, hasta el momento se conocen 171 lunas, o satélites naturales, en el Sistema Solar. Ni Mercurio ni Venus cuentan oficialmente con este tipo de cuerpos alrededor de sí. Los reportes de la enciclopedia apuntan lo siguiente:
De las lunas conocidas en el Sistema Solar, la de la Tierra es la quinta más grande. El satélite natural de este planeta gira alrededor de él a 385 mil kilómetros. Su superficie es sólida y rocosa, albergando múltiples cráteres generados por el impacto de asteroides, meteoritos y cometas. A pesar de ello, la Luna posee una atmósfera muy fina conocida como exosfera.
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Sobre el origen del satélite natural de la Tierra, existe una teoría llamada el “gran impacto”. Conforme a ella, la Luna se formó cuando un planeta del tamaño de Marte impactó contra la Tierra hace más de 4 mil 500 millones de años.
Del supuesto choque, Theia – el planeta embrión con el que colisionó la Tierra – resultó ser el astro más afectado, pues perdió gran parte de su masa. El evento tuvo implicaciones en la atmósfera terrestre. Según la teoría, muchos de los escombros del planeta embrión quedaron atrapados en el campo gravitatorio de la Tierra, dando lugar así a la conformación de un nuevo cuerpo: la Luna.
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