Son apenas las 5:30 de la mañana en la isla de Marajó, allí donde el río Amazonas inicia su majestuoso encuentro con el océano Atlántico. Jeová, acompañado de su cuñado João, se prepara para realizar una de las labores más riesgosas en todo el territorio brasileño: la cosecha de açaí.
Con un cuchillo atravesado en la espalda y una peconha —un aro flexible hecho de hojas de palmera o fuertes bolsas plásticas que proporciona tracción en los pies para trepar—, ambos escalarán decenas de esbeltas palmeras de açaí, que alcanzan alturas de entre 10 y 15 metros. Trabajarán a contrarreloj, hasta que el abrasador calor del mediodía ponga fin a su jornada.
Mientras tanto, a la sombra y lejos del vaivén de las palmeras que oscilan bajo el peso de los recolectores, Joelma, esposa de Jeová, se encarga de una tarea esencial. Con destreza, separa las pequeñas y oscuras bayas de açaí de las ramas que, cada tanto, vienen con alguna araña o escorpión, y las prepara para su transporte. Estas frutas viajarán durante horas a través de las estrechas ramificaciones del río Amazonas y la agitada bahía de Marajó, hasta llegar a su próximo destino.
La familia de Jeová es una de las más de 120,000 familias que dependen casi enteramente de la recolección de açaí para subsistir. Como ocurre con la mayoría de los pequeños productores tras la cosecha, cargarán las bayas frescas en el barco de algún transportista que las llevará al puerto de Belém. Pero a partir de allí, el destino del açaí es un misterio para ellos: podría acabar en un mercado local o en mesas de cualquiera de los cinco continentes. El açaí, esa exótica superfruta amazónica de la que cada día conocemos un nuevo beneficio para la salud, a está conquistando paladares alrededor del mundo y expandiéndose hacia nuevos horizontes a rápida velocidad.
En la última década, las exportaciones de açaí han crecido más de un 14,000%, pasando de unas modestas 40 toneladas a más de 5,937 toneladas anuales. El Estado de Pará, en Brasil, es responsable del 95% de la producción. Hoy, el negocio del açaí mueve más de mil millones de dólares al año, y es considerado más rentable incluso que productos tradicionales como el ganado y la soya.
Sin embargo, lo que para grandes inversores representa un negocio rentable, plantea serios desafíos para la Amazonía y su biodiversidad. Más allá de las jugosas estadísticas, se esconde una realidad preocupante: la rápida expansión de las palmeras de açaí, impulsada por la creciente demanda global, está alterando los paisajes amazónicos y poniendo en peligro los frágiles equilibrios ecológicos de la región.
En las islas inundables donde el açaí es manejado por las comunidades tradicionales, la diversidad biológica disminuye a medida que las palmeras dominan la escena. Un estudio publicado en 2021 en Science Direct, establece que el manejo del açaí está empobreciendo la diversidad de especies vegetales las áreas donde naturalmente crece la palmera y con ella, se ven afectados también los polenizadores, que son clave para la producción del açaí y la prestación de servicios ecológicos.
Pero el cambio más radical se observa al otro lado del río, en tierra firme, donde una nueva forma de cultivo está ganando terreno: plantaciones de açaí en monocultivo, gracias a nuevas semillas disponibles en el mercado que permiten la producción mediante sistemas de riego artificial y el uso intensivo de agroquímicos. Este modelo, diseñado para maximizar la producción, sacrifica la riqueza ecológica en nombre de la eficiencia, amenazando con desnaturalizar uno de los frutos más emblemáticos del bosque tropical.
Lo que hace apenas unas décadas era una actividad de subsistencia para las comunidades ribereñas, profundamente arraigada en prácticas culturales y ecológicas, está sufriendo una transformación vertiginosa bajo la lógica del mercado global. En este nuevo paradigma, la productividad se coloca como prioridad, relegando la conservación ambiental y debilitando el vínculo histórico entre las personas y el territorio que habitan.
Carlos Nobre, uno de los investigadores más relevantes sobre la Amazonía y el cambio climático, ve en el açaí, junto con otros productos de valor agregado, una oportunidad única para evitar el punto de no retorno ecológico de la Amazonía, basada en una una bioeconomía que respalde a las comunidades tradicionales y mantenga a la selva en pie, mientras genera empleo digno y sostenible. Según un artículo del World Economic Forum coescrito por Nobre, Julia Arieira y Diego Oliveira Brandão, la restauración de la selva mediante sistemas agroforestales con especies autóctonas podría abrir una nueva era para la región. Este enfoque tiene el potencial de generar valor agregado y alcanzar ingresos proyectados de 8,200 millones de dólares anuales para el 2050, un panorama esperanzador para un ecosistema bajo presión.
Mientras Jeová se alista para un nuevo día de trabajo junto a su familia, la industria del açaí atraviesa una profunda transformación para adaptarse a las demandas del mercado. El futuro de la Amazonía y de las más de 120,000 familias que dependen de este fruto está más que nunca en manos de decisiones estratégicas. Es crucial que la brújula política pronto se oriente hacia la conservación de estos ecosistemas, integrando tecnología e innovación con los conocimientos ancestrales de los pueblos tradicionales.
Este texto y sus fotografías son de la autoría de Pablo Albarenga. La historia pertenece al proyecto The Food Paradox de Pablo Albarenga, que ha sido financiado por National Geographic Society junto a The Climate Pledge.
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