El fracaso de Peabody Energy demuestra la acelerada decadencia de la industria del carbón.
Peabody Energy, la carbonera más grande del mundo occidental, se declaró en bancarrota el miércoles pasado. La noticia es una señal muy visible de que, posiblemente, la energía del carbón ha alcanzado el punto sin retorno en un mundo que busca recursos energéticos más limpios.
En diciembre pasado, en París, cerca de 200 países se comprometieron a recortar sus emisiones de gases de invernadero que atrapan calor. La combustión de carbón para generar electricidad emite el doble de dióxido de carbono que el gas natural, y los contaminantes resultantes se han vinculado con miles de muertes y ataques de asma solo en Estados Unidos. Además, el carbón encara ahora la fuerte competencia del gas natural, y las energías eólica y solar.
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Las tendencias del mercado por la demanda de carbón ?se han vuelto notablemente negativas en los últimos meses, contradiciendo muchos pronósticos aún optimistas?, dice Tim Buckley, del Instituto de Economía Energética y Análisis Financiero, grupo de investigación que apoya la energía sustentable.
Con sede en St. Louis, Peabody se suma a otras carboneras estadounidenses que hace poco se declararon en bancarrota, entre ellas Arch Coal y Alpha Natural Resources. Peabody produce alrededor de 170 millones de toneladas anuales de carbón, casi un quinto del suministro estadounidense (el mayor productor mundial, Coal India, produce casi el doble).
La demanda del producto también está menguando: la Administración de Información Energética de Estados Unidos predice que, en 2016, el gas natural superará al carbón como el combustible principal para generar la electricidad del país. El año pasado, se clausuró 80 por ciento de la generación eléctrica producida con carbón.
Este panorama incierto va más allá de Estados Unidos. China, el mayor contaminador mundial, dice que su consumo de carbón ha caído en los últimos dos años, y hace poco detuvo la construcción de nuevas plantas operadas con carbón en 15 regiones.
El mercado cambiante parece haber tomado por sorpresa a las compañías estadounidenses. ?Todos pensaron que seguirían exportando montones de carbón a China ?comentó Katherine Hamilton, consultora energética, en un reciente podcast de Energy Gang-, y eso, simplemente, no sucederá?.
Las importaciones de India también han caído, y pese a que el país está incrementando la producción interna, también está impulsando la expansión de la energía solar, con planes para instalar una capacidad de cien gigavatios en los próximos seis años.
De hecho, Buckley señala que India ha invertido de manera tan masiva en la energía solar, que ahora le resulta más barata que la energía de una planta nueva que opera con carbón importado: ?Nadie en la industria de carbón, nadie en la [Agencia Internacional de Energía], nadie en Peabody vio venir eso?.
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Los esfuerzos para obtener energía de carbón ?limpia?, o al menos lo bastante limpia para pasar una inspección regulatoria ?por ejemplo, capturando carbono en la chimenea-, siguen siendo muy costosos y no han sido comprobados. Uno de ellos, el proyecto Boundary Dam de Canadá, valuado en 1.1 mil millones de dólares, enfrenta fuertes presiones políticas porque, hasta ahora, los resultados han sido inferiores a los esperados.
Entre tanto, las opciones de energía más limpia, apuntaladas por el acuerdo de París y una creciente conciencia de los costos sociales y de salud que conlleva el carbón, siguen avanzando conforme los precios continúan cayendo.
?Peabody colapsó porque la compañía se resistió a cambiar con la época?, afirma Jenny Marienau, del grupo ambientalista 350.org, describiendo la bancarrota como un ?heraldo del final de la era de los combustibles fósiles?.
No obstante, el carbón difícilmente desaparecerá. China e India han aprobado cientos de plantas de carbón nuevas, y el combustible se usa mucho en numerosos países, desde Australia hasta Turquía. Y aunque el carbón sea desplazado por el gas natural, la transición para abandonar todos los combustibles fósiles aún dista mucho de hacerse realidad, como esperan los defensores climáticos.
Sin embargo, la bancarrota de Peabody simboliza una tendencia incontrovertible, según Buckley, quien asegura que la industria se ha negado a aceptar el hecho de que está en decadencia, no solo por las nuevas reglas climáticas, sino por pura economía.
?Nada apunta a que la demanda de carbón volverá a aumentar?, dice, añadiendo que si Peabody se recupera de la bancarrota, encarará un mercado de carbón ?drásticamente más pequeño?.
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