En selvas ricas en minerales, militares maoístas encuentran un bastión a través de la violencia y la extorsión.
Extracto de la edición de abril de la revista National Geographic en Español.
Fotografías de Lynsey Addario
En India los conocen con una sola palabra: naxalitas, insurgentes maoístas en el corazón del conflicto interno más enraizado y de mayor duración del país. Su guerra de décadas ha sido descrita por el ex primer ministro Manmohan Singh como ?la mayor amenaza a la seguridad interna?.
Los naxalitas deberían ser reliquias históricas, en vez de luchar y matar en nombre de Mao mucho después de la muerte del líder de la China comunista. Sin embargo, las demandas de desarrollo y la economía globalizada habían lanzado una tabla de salvación a su guerra cuando la explotación minera y los derechos de la tierra se convirtieron en catalizadores de una lucha revitalizada.
De esta manera, las necesidades energéticas de India y el ansia de la industria por materias primas vincularon a los enojados asesinos de la selva con el carbón, el acero y la producción de energía, lo que unió estrechamente a los naxalitas con algunas de las comunidades más desfavorecidas del país: los adivasis, los habitantes tribales originales de la India. La insurgencia naxalita ha llegado a simbolizar un conflicto profético. Opone el desarrollo con la tradición, con los estados más ricos en minerales de India en su epidentro.
La guerra de los naxalitas siempre empezaba donde los caminos terminaban. Todos los decían. Policía, burócratas, paramilitares, tribus adivasis, los agricultores locales más pobres y los propios naxalitas. Era lo único en lo que todos coincidían.
Siempre había un punto en esas selvas del infame corredor de la India -sobre todo entre las que se encuentran en los estados de Chhattisgarh y Jharkhand- donde el camino se rendía ante la vegetación, donde la última y bien fortificada estación de policía marcaba el máximo alcance de la autoridad. Ahí se detenía.
¿Y después del final del camino? Se entraba en otro mundo, la India subdesarrollada, el territorio naxalita: una tierra de autoridad paralela, comunismo, tribunales populares, cuadros armados y dispositivos explosivos improvisados.
Los naxalitas tomaron su nombre de Naxalbari, pueblo de Bengala Occidental donde en mayo de 1967 ocurrió un frustrado levantamiento campesino contra los terratenientes y un inspector de policía murió bajo una lluvia de flechas. El derramamiento de sangre originó un movimiento fragmentado y amorfo, ligeramente inspirado en el modelo maoísta de revolución agrícola. A partir de ahí, los militantes maoístas fueron llamados naxalitas.
Los 92,200 kilómetros cuadrados de la selva de Dandakaranya, que se traduce libremente del sánscrito como ?selva del castigo?, se volvieron su santuario. Dandakaranya, que ocupa partes de varios estados, proporcionó a los naxalitas una especie de fortaleza: Abujmarh, una selva dentro de una selva, uno de los últimos territorios inexplorados de la India.
La muerte llegaba de muchas maneras en esa selva. Los naxalitas mataban a policías y paramilitares con bombas en carreteras y emboscadas. La policía mataba a los naxalitas en ?encuentros?, término vernáculo que abarca lo mismo tiroteos que asesinatos selectivos. Los sospechosos de ser informantes del gobierno eran juzgados en tribunales populares y asesinados con hachas y cuchillos, lo que provocó un alza en la tasa de homicidios, la cual no se reflejó en el conteo oficial de víctimas del conflicto de más de 12,000 muertos a lo largo de dos décadas.