Con frecuencia los animales son adoptados por el militar estadounidense a quien acompañaron en las operaciones.
Jason Bos llevaba tiempo esperando este día: durante varios años, él y su ex «compañera» Sila trabajaron juntos para el Ejército estadounidense en Irak rastreando bombas. Eran amigos hasta que los separaron. Por eso cuando casi dos años después se reunieron en el aeropuerto de Chicaco O’Hare, el feliz Bos se apresuró a abrazarla.
Sila es un perro militar, uno de los aproximadamente 2,500 veteranos cuadrúpedos que actualmente sirven a Estados Unidos. Se les emplea como perros rastreadores o de patrulla y se consideran socios de sus compañeros. A menudo, el vínculo entre ambos es tan estrecho que los soldados acaban adoptando a los perros cuando estos, por edad o por motivos de salud, tienen que abandonar el Ejército. Ese fue el caso de Bos y Sila, aunque no en todos los casos resulta tan sencillo.
Por ejemplo, cuando un perro militar llega a la edad de «jubilación» estando en el extranjero, no siempre se garantiza que su regreso a Estados Unidos corra a cargo del Ejército. «Normalmente lo asumimos nosotros», cuenta Jason Silvis, director de operaciones militares en el departamento de formación de perros soldado en Texas. «Pero al final, depende de quien esté a cargo del cuartel donde sirve el perro».
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El problema es que técnicamente, el animal deja de pertenecer al Ejército una vez «jubilado», señala Mark Stubis, portavoz de la American Humane Association. Desde abril, esta organización benéfica ha llevado de regreso a Estados Unidos a una veintena de perros, a los que seguirán otros 14 en los próximos meses. «Una persona que deja de pertenecer al Ejército no puede volar tan fácilmente en un avión militar, y lo mismo sucede con los perros».
Poe eso, la American Humane Association es cada vez contactada por más militares a los que les gustaría «adoptar» a su socio, pero que no pueden permitirse pagar el traslado. Según Silvis, no obstante, se trata de errores de comunicación. «Creo que en esos casos el afectado simplemente no habló con la gente adecuada», afirma. El procedimiento con la jubilación de un perro establece que siempre se contacte primero a su compañero.
«Hay una cosa clara: ningún perro se deja abandonado en una zona de guerra ni en una perrera», sostiene. «Sólo cuando dentro del Ejército no se encuentra a nadie que quiera hacerse cargo del perro tenemos una lista de espera de 300 interesados a los que les gustaría adoptar a uno de estos veteranos». Algo que también confirma Stubis, que no obstante es más partidario de la reunión entre perro y compañero. «Es de gran ayuda para ambas partes para superar el estrés postraumático y lo vivido en la operación».
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