Un barrio que floreció antes de la Revolución cubana acoge ahora, en sus piscinas abandonadas, a una Cuba que combate al calor de agosto.
Cuba, en sí mismo, es un país formado por varias islas del Mar Caribe. Su historia e identidad han estado definidas por un ir y venir de movimientos políticos que datan desde su época colonial, el convulso siglo XX y los tiempos recientes. A pesar de las dificultades implicadas en las transformaciones, los habitantes de este lugar ostentan una cultura rica, en la cual sus géneros musicales y su pasión por el baile van hasta delante, abriendo paso a una vida que ya no se concibe sin estos aportes.
Este archipiélago antillano da lugar a un clima tropical que alcanza, fácilmente, los 38°C en verano. De acuerdo con el Centro del Clima del Instituto de Meteorología de Cuba, agosto es el mes más caliente. El año en curso no ha sido la excepción, pues a las 09:30 el termómetro ya ha marcado hasta 32°C. La agencia de noticias AFP ha recabado testimonios de los locales, quienes aseguran que hace años no se experimentaba una estación tan calurosa como esta.
Frente al calor, los cubanos no se rinden, y para prueba se tiene la nueva vida que ellos están dando a piscinas en casas abandonadas. En concreto, el suceso se ha presentado en La Habana, la capital del país.
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Un ejemplo a lo anterior es lo que ocurre en Miramar, un barrio, del oeste de la ciudad, que floreció antes de la Revolución cubana. Allí, las familias acuden a las piscinas que quedaron a su suerte después de que los cubanos más adinerados dejaran la isla con el fin de buscar otras tierras.
Estos puntos, donde ahora acuden varios habitantes de La Habana, están ubicados en baldíos ocultos que además de la flora y fauna local son sitios que albergan basura.
«No es una playa como Varadero, pero los niños pueden pasar un buen rato», dice Alberto, un habitante de la capital, a AFP.
Un paraíso que se resiste
Las playas de postal, típicas de la imagen mental de Cuba, están a 20 minutos en automóvil desde la ciudad. La escasez de combustible y las dificultades con el transporte hacen que no sea tan viable ir a esos lugares. De modo que la alternativa que tienen los habaneros con esas piscinas en ruinas es más que tentadora.
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«Nosotros no podemos vivir sin la costa, el cuerpo solo te pide el agua de mar», dice Boris Baltrons, un trabajador independiente de 44 años, a AFP.
Con información de AFP
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