Se estima que la Cueva de los Tayos, una de las atracciones naturales más fascinantes y enigmáticas del Ecuador, tiene unos 200 millones de años de vida. Para llegar a este sitio hay que dedicar un viaje de tres días por carretera desde Quito, la capital ecuatoriana, hasta completar los 460 kilómetros de distancia. La cueva se encuentra en medio de la selva tropical de la provincia de Morona, al oriente de la cordillera de los Andes, en la cadena montañosa del Cóndor.
La cueva ya era conocida por la tribu de los shuar (o jíbaros) desde hacía muchos años, pero no fue sino hasta el 21 de julio de 1969, que el hallazgo de la Cueva de los Tayos se denunció y se dio a conocer al mundo gracias a Juan Móricz (Körmend, 1923 – Guayaquil, 1991), un apasionado por la antropología y lenguas antiguas.
Este investigador de origen húngaro, pero nacionalizado argentino, entró en contacto con los shuar, quienes le dieron acceso libre a la cueva. Según Jaime Díaz Marmolejo, periodista del Diario El Universo, Móricz denunció el descubrimiento al presidente José María Velasco Ibarra el día 24 de junio de 1969. El 21 de julio siguiente lo protocolizó ante el doctor Gustavo Falconí Ledesma, en la notaría cuarta de Guayaquil.
Quien fuera su amigo, el abogado Gerardo Peña Matheus, asegura que el documento notarial de 1969 convierte a Móricz en el descubridor oficial de las cuevas. A partir de ahí se sucedieron numerosas expediciones para investigar el interior de la Cuevas de los Tayos.
Este sitio recibe su nombre de los tayos, una enigmática ave nocturna de color café que vive en cavernas profundas de lugares selváticos y tropicales de Ecuador, Colombia, Venezuela, Perú y Bolivia.
Si hay un detalle que hizo de la Cueva de los Tayos objeto de todo tipo de historias y teorías fue el hallazgo de Juan Móricz conocido como la biblioteca metálica. En una de las salas de la cueva se hallaron planchas metálicas con grabados que recordaban a los de la civilización sumeria. Según Móricz, estas imágenes relataban el origen e historia de una civilización.
En declaraciones para El Universo de Guayaquil, del viernes 6 de agosto de 1976, Juan Móricz aseguró:
“He descubierto en la región oriental, provincia de Morona Santiago, dentro de los límites de la República del Ecuador, objetos preciosos de valor cultural e histórico para la humanidad que consisten en láminas metálicas que contienen la relación histórica de toda una civilización perdida”.
Móricz remató: “Pueden tildarme de loco, pero hay seres superiores bajo la tierra”.
Teóricos de la conspiración y amantes de los misterios no tardaron en hacerse eco de las palabras de Móricz para darle a estos objetos todo tipo de interpretaciones ufológicas y fantásticas. Uno de los que defendió esta hipótesis con uñas y dientes fue Erich von Däniken, autor del libro El oro de los dioses, donde afirmaba la existencia de una supuesta civilización subterránea.
Esto desembocó en la más grande de las expediciones hechas hasta entonces a la cueva: una épica organizada en 1976 por los gobiernos de Ecuador e Inglaterra para indagar en el origen de estas placas metálicas y sus inusuales grabados.
Y es aquí donde el célebre astronauta Neil Armstrong entra en escena. Junto a un numeroso grupo de expertos, el estadounidense (que en 1969 había pasado a la historia al ser el primer hombre en pisar la Luna) llegó a Ecuador para visitar la enigmática cueva.
Armstrong llegó a Sudamérica por invitación del líder de la expedición, el ingeniero escocés Stanley Hall. Tan célebre invitado aprovecho el viaje para descender a las cuevas en agosto de 1976.
A su regreso a Quito, el astronauta se entrevistó con el periodista Carlos Vera, quien le preguntó: “¿Qué fue más emocionante: explorar la Luna o la Cueva de los Tayos?», a lo que Neil Armstrong respondió: «Es difícil comparar, pero en ambos casos uno siente que va a zonas desconocidas y se aprenden nuevas cosas; en esto último son experiencias similares».
Además, de acuerdo a una nota publicada en El País de España, Armstrong habría dicho: “He sido el primero en estar allá arriba… y quería ser el primero en estar aquí abajo”.
Nada más llegar a la cueva, el visitante se enfrenta a un descenso de 63 metros de profundidad y 2 metros de ancho. Dentro de la cavidad hay un espacio de 7.8 metros de ancho, de 15 a 35 metros de altura y 68 metros de largo. En la cueva existen túneles que podrían medir un total de 17.9 kilómetros, según un estudio de la Sección Nacional del Ecuador del Instituto Panamericano de Geografía e Historia de 2017.
Para adentrarse a la Cueva de los Tayos se debe hacer con un permiso oficial, pero sobre todo con la guía de los indígenas shuar. Ahí adentro hay un mundo tan vasto y profundo que ni ellos mismos conocen todas las cavernas. Las inmensas bifurcaciones que suben y bajan por diversos pasadizos, además de una caverna inundada de cinco metros de profundidad, hacen de este sitio uno de las grandes misterios de Sudamérica.
Miguel Garzón, cineasta profesional, filmó el documental Tayos en 2017 y para ello tuvo que pasar varios días dentro de esta maravilla subterránea:
«Ese mundo está lleno de vida. Hay insectos, arañas, tarántulas, serpientes, pájaros tayos. Es muy sorprendente», dijo.
El geólogo Theofilos Toulkeridis afirma que en el mundo existen tres tipos de cuevas: las producidas por accidentes morfológicos, las volcánicas y las kársticas. A esta última pertenece la Cueva de los Tayos. Además hay que tomar en cuenta que esta formación geológica tiene roca arenisca, algo único en Ecuador y en esa región de Sudamérica.
«Eso provocó una forma diferente de alteración cuando se formó la cueva, y por lo tanto tenemos paredes lisas, planas, que parece que fueron hechas por humanos», explica Toulkeridis a BBC Mundo.
Lo cierto es que el descenso a este mundo bajo nuestros pies despierta todo tipo de sentimientos y deseos de dar una interpretación a
lo que nuestros ojos observan. No queda más que maravillarse de lo que el mundo ha construido para nosotros.
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