Sarmsat dirige una escuela de música en Kabul, donde enseña incluso a niñas, algo que es raro en Afganistán.
Los músicos no se cuentan entre los preferidos de los talibanes, quienes en algunas partes de Afganistán prohíben las canciones y hasta los bailes en las bodas.
Hasta el derrocamiento de su régimen en 2001, los talibanes prohibieron la música en todas las provincias, por considerar que es contraria a los preceptos del islam, aunque Ahmad Sarmast resiste.
Sarmast es el fundador y director del Instituto Nacional de Música, en el que 170 niños a partir de 10 años estudian piezas tradicionales afganas pero también clásicas del mundo occidental. La formación dura 10 años y entre los estudiantes hay muchas niñas, algo que sigue siendo una rareza en Afganistán.
Diez de los alumnos de Sarmast tocaron recientemente en Berlín, con motivo de los 100 años del establecimiento de las relaciones entre Alemania y Afganistán, y por la celebración de la Semana Cultural Afgana.
Los alumnos se presentaron junto con los de la Escuela Superior Franz Liszt de Weimar, con los que colaboran desde hace cuatro años, desde que se encontraron por primera vez en un congreso y quedaron "muy impresionados de lo que el señor Sarmast hace allí en Afganistán, en medio de tan difíciles condiciones", explica Tiago de Oliveira Pinto, director de la cátedra de Estudios Musicales Transculturales en Weimar.
Sarmast cuenta en Kabul con una orquesta sinfónica completa con violines, violas y chelos, se entusiasma Oliveira, "pero además enseña música tradicional. Esto no es nada común en los conservatorios de Asia. Allí lo habitual es que frunzan la nariz ante su propia cultura musical".
Con ello, la escuela es la mejor y más profesional de todo el país. Weimar les ayuda con la estructuración del programa académico, por ejemplo con un curso de investigación y documentación de música tradicional.
Escuela e inspiración
El Instituto Nacional de Música afgano es una historia de éxito en un país al que no le sobran las historias triunfantes. Los niños estudian en un viejo edificio de dos pisos en el oeste de Kabul, con financiación del Banco Mundial (BM) y algo también del gobierno alemán. Las clases se centran sobre todo en música instrumental: todos los niños pueden elegir en el segundo año dos instrumentos, uno clásico como el piano o el violín, y otro afgano, como el rubab (un instrumento de cuerda) o el dol (tambores).
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Sarmast es hijo de un músico conocido, y lo han bautizado como "el salvador de la música afgana". Cuando en 2008 empezó a reunir dinero para la escuela se dio cuenta de que el presupuesto millonario para la reconstrucción del país había ignorado casi por completo la cultura milenaria afgana. La artesanía tradicional, la poesía, la música: muy pocas organizaciones se ocupaban de revivir esta parte de Afganistán.
Afortunadamente, Sarmast lo consiguió: en los últimos años sus alumnos han dado numerosos conciertos en Afganistán y también en el extranjero, por ejemplo en el Kennedy Center de Washington y "en al menos otros 20 países".
"Cada una de nuestras giras es para nosotros una misión", dice Sarmast, "y esta misión es para mostrar que hay transformaciones positivas en Afganistán".
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