A orillas del río Usumacinta, la flauta de carrizo y el tambor anuncian una batalla: los mayas se preparan para levantarse contra un dios malvado. La Danza del Pochó, una tradición de origen prehispánico, recorre las calles de la ciudad entre flores, máscaras, sombreros y hojas secas. Los pasos de los danzantes marcan los primeros festejos del llamado carnaval más raro del mundo en Tenosique, en Tabasco.
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Cada domingo, desde el comienzo de la celebración, los residentes de este municipio, ubicado cerca del Petén en Guatemala, se reúnen para ejecutar la danza. En el martes de carnaval, lo hacen una vez más para la última representación cargada de rasgos prehispánico, que ilustra la eterna lucha entre el bien y el mal. En el evento final, ellos simbólicamente queman al dios Pochó.
Desde hace cientos de años, esta tradición ha unido a todo un pueblo. En el siglo XIX, ya existían registros de la representación de este baile, y desde entonces, la plaza, las calles y los patios de las casas han sido el escenario propicio para su preservación. La danza, con características de los pueblos mayas, ha sido reelaborada y readaptada desde tiempos coloniales. Roger Suárez Vela, conocido como el Guardián de la Tradición, reconoce que la Danza del Pochó ha experimentado cambios y se ha adaptado a los tiempos, pero aún mantiene su originalidad y misticismo.
Tres personajes con singulares atuendos son protagonistas de esta celebración: el cojó, la pochovera y el tigre, que realmente representa a un jaguar. Antiguamente, la danza se realizaba en los patios de las casas, pero con el paso del tiempo se ha masificado y miles de personas cada año se reúnen en la plaza principal.
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Los cojóes, criaturas surgidas de la pulpa del maíz, ofendieron al dios Pochó y fueron obligados a disfrazarse como hombres de madera. Ellos visten una capa blanca, faldas de hojas de castaña y cubren sus torsos con costales de henequén. Además, sus tobillos los envuelven con hojas secas de plátano y “codos de fraile”, los cuales suenan constantemente durante el baile. En sus rostros, llevan máscaras de madera y sombreros adornados con hojas y flores de tulipán.
“Un elemento inseparable del cojó es su larga sonaja de bastón llamada chikish, semejante a las denominadas chicahuaztli en náhuatl, las cuales estaban asociadas a ceremonias de petición de lluvias. Estos personajes suelen llevar recipientes con agua, talco o harina, con los que frecuentemente bañan a los espectadores”, explicó el historiador tabasqueño Tomás Pérez Suárez en la revista Arqueología Mexicana.
Las pochoveras, doncellas de las flores y sacerdotisas del dios malvado, se encargan de mantener el fuego y vigilan el altar. Portan blusas blancas con olanes y encajes, faldas floreadas, collares y sombreros con hojas de cojó y tulipanes. Ellas cuidan a los jaguares, representados por adultos y niños disfrazados. Estos personajes cubren sus cuerpos con arcilla color beige sobre la que pintan manchas negras similares a la de los imponentes felinos. Por último, se envuelven con pieles de jaguar o venado, y portan un silbato y flores que cuelgan de su frente.
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El cojó (del maya yucateco Koh’oob, que significa enmascarados) es el personaje masculino y posiblemente el grupo más nutrido de la representación. Ellos son el alma de la danza, pueden hacer bromas a los asistentes, dirigir ironías, hacer cantos o juegos. En cada uno de sus movimientos está presente su sonaja de bastón de guarumo.
Las pochoveras tienen un papel más silencioso, en comparación con su contraparte masculina. Ellas son guiadas en su valseo por una capitana que lleva una bandera roja. Para que la fiesta empiece, son indispensables los hombres del tambor, la flauta de carrizo y el capitán.
La danza comienza con la música, y mientras los cojoes y las pochoveras forman círculos concéntricos, los tigres permanecen en el interior moviéndose de forma libre. Las sacerdotisas ocupan el círculo interior y giran en el sentido de las manecillas del reloj, mientras que los hombres de madera bailan y giran en dirección opuesta. En cada parada del recorrido ejecutan los mismos pasos hasta llegar a la plaza central, donde se repite por última vez.
Aunque se cree que el carnaval de Tenosique es considerado el más raro del mundo debido a la Danza del Pochó y sus personajes, el arqueólogo Tomás Pérez Suárez explica que esto se debe, en realidad, a que la duración de este festejo depende de la posición de la Luna. Por esta razón, puede durar de 4 a 7 semanas y siempre comienza el 19 de enero, en vísperas de la fiesta de San Sebastián.
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