Para dar la bienvenida al Sol de verano, los antiguos pobladores de Sinaloa, al norte de México, grabaron figuras humanas y patrones geométricos sobre monolitos gigantescos. Firmemente acomodados sobre la costa, bajo el abrazo del Pacífico mexicano, las piedras han permanecido prácticamente intactas por miles de años.
Ésta es la razón.
Podría ser, de acuerdo con Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de México, que estas representaciones estuvieran dedicadas a un antigua deidad solar. Más que nada, por la ubicación en la que fueron plasmadas:
«Debido a su localización en el trópico de Cáncer, entre el 20 y el 23 de junio, es observable el punto de detención máximo que el astro alcanza en su ciclo anual», explica el INAH en un comunicado.
Joel Santos Ramírez ha investigado el sitio durante años. Según sus cálculos y observaciones astronómicas, parece ser que desde Las Labradas de Sinaloa «es posible observar en el horizonte, durante el ocaso, el punto de detención máximo que alcanza el sol en su ciclo anual de sur a norte», explica el especialista.
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De acuerdo con el investigador del INAH, lo más probable es que las figuras geométricas grabadas sobre las piedras representen a los astros más importantes que se pueden observar sobre la bóveda celeste. No sólo eso: lo más seguro es que los antiguos pobladores de Sinaloa quisieran apelar a los elementos naturales.
«[…] en su aspecto espacial y geométrico como centro, origen y lugar de convergencia; en sus aspectos naturales: como luz, fuego, calor, movimiento ondulatorio, y metafísicos: como objeto de contemplación, culto, adoración, exaltación y transformación», detalla el especialista para la institución.
Santos Ramírez y su equipo de investigadores piensan que éste fue un punto de referencia calendárico para los pueblos que diseñaron Las Labradas, en Sinaloa. Más que nada, porque los días de junio son los más largos del año. En esta región del país, marcan el inicio de la temporada de lluvias, asociado antiguamente con la fertilidad y el fin de la sequía.
Es probable que los habitantes precolombinos de la zona quisieran obtener el favor de los elementos naturales básicos para sus cosechas. A partir de la datación realizada por el INAH, se piensa que este yacimiento arqueológico estuvo en uso entre 2500-1000 a.C., «por lo que representa el más remoto localizado, hasta ahora», en el norte del país.
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