Con secuoyas gigantes que alcanzan más de 115 metros de altura, este bosque regresa a manos de los nativos americanos.
500 kilómetros al norte de San Francisco, el Parque Nacional Redwood es el hogar de los árboles más altos de todo el mundo, las secuoyas rojas (Sequoia sempervirens), una especie de conífera cuyo único hábitat se limita a una franja de 724 kilómetros entre el Sur de Oregon y California.
Hace más de cinco siglos, los bosques de secuoyas al norte de California formaban parte del territorio de la tribu de nativos americanos Sinkyone; sin embargo, tras la llegada de los colonos al norte de California, tuvieron que abandonar la parte del bosque que históricamente les perteneció y fueron desplazados forzosamente.
A mediados del siglo XIX, la explosión de la fiebre del oro provocó la explotación indiscriminada de las secuoyas y la especie estuvo cerca de llegar a un punto de no retorno. No obstante, 170 años después, un área de 2.11 kilómetros cuadrados vuelve a sus pobladores originales:
Conocida anteriormente como Andersonia West, esta zona del bosque ubicada en el condado de Mendocino fue adquirida por Save the Redwoods League, una organización no gubernamental que se encarga de proteger el bosque de las secuoyas rojas, en julio de 2020.
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Desde entonces, la organización ha trabajado para donar y transferir este territorio al Consejo Sinkyone, un acto de justicia que no sólo permitirá conservar la flora y fauna del sitio, también renombra al lugar como Tc’ih-Léh-Dûñ (sitio donde corren los peces), tal y como se le conocía antes de la llegada de los colonos.
“El Consejo Sinkyone hoy representa a los pueblos indígenas que son los administradores originales de esta tierra. Su conexión con el bosque de secuoyas es antigua y profunda. Creemos que la mejor manera de proteger y sanar permanentemente esta tierra es a través de la administración tribal», explicó Sam Hodder, presidente de Save the Redwoods League.
En 2021, un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO) reveló que los pueblos indígenas son los mejores gestores de la naturaleza y poner los bosques a su cuidado es indispensable para minimizar los efectos de la crisis climática. Según el estudio, las tasas de deforestación son «significativamente más bajas en los territorios indígenas y tribales donde los gobiernos han reconocido formalmente sus derechos colectivos a la tierra».
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