Declarado Patrimonio Mundial por la Unesco, el Camino Real Tierra Adentro, creado por Hernán Cortés, cruza parte de México y exhibe riqueza histórica y cultural.
Todos los días un mar de lugareños, absortos en la cotidianidad y sin asombro, recorre las calles del centro histórico de Ciudad de México.
Con ellos se mezclan los turistas en busca de fotografías y dispuestos a recorrer el mayor museo vivo de la capital mexicana, con sus templos prehispánicos e imponentes edificios coloniales que hoy en día albergan comercios, viviendas, librerías, oficinas o instituciones.
"Siempre hay que mirar hacia arriba", dice el historiador Armando Ruiz, en un recorrido guiado por los vestigios del Camino Real de Tierra Adentro, la ruta comercial más extensa de América durante 300 años a partir del siglo XVI en la Colonia española.
"Si lo hacen descubrirán inscripciones, placas, escudos y otras cosas que arrojan pistas de la historia que nos rodea y que muchas veces desconocemos", afirma Ruiz.
Originalmente el Camino Real de Tierra Adentro, también llamado El Camino de la Plata, iba de la capital mexicana a Querétaro, en el centro del país. Con el tiempo alcanzó Nuevo México y Texas, entonces parte de la Nueva España.
De una calle a otra, mientras camina por el centro histórico capitalino, el cronista explica el origen de este trayecto que forma parte de la lista de Patrimonio Mundial por la Unesco.
La ruta fue creada por Hernán Cortés para el comercio de las abundantes riquezas encontradas en la Nueva España.
Los pequeños locales e imprentas de la Plaza de Santo Domingo, que actualmente elaboran invitaciones para eventos sociales e incluso títulos universitarios apócrifos, están entre muros cargados de historia.
Frente a ellos se levanta imponente el antiguo Tribunal del Consulado, punto de entrada y salida de herramientas, comida, textiles, vino y materiales en la época colonial (1521-1821). Hoy es la sede de la Secretaría de Educación Pública.
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Transitar completo el Camino Real de Tierra Adentro implicaba andar a pie o lomo de caballo por 2,600 kilómetros, gastar tres años en sus senderos o también dejar la vida en manos de asaltantes y chichimecas, aguerridas tribus seminómadas.
"No hay que verlo solo como un camino, sino como una conexión entre épocas, personajes históricos que lo recorrieron, mestizaje cultural, productos, comidas y todo lo que sirvió para difundir", explica el arqueólogo José Antonio Urdapilleta cuando la visita guiada prosigue rumbo al Estado de México, al norte de la capital mexicana.
La imagen se repite en todo el territorio mexicano: santos y vírgenes piadosas engarzadas en opulentos retablos coloniales cubiertos de hoja de oro. Son muestra de la riqueza de las minas del centro y el norte de México, transportadas por esta ruta y explotadas por familiares políticos y rivales de Hernán Cortés.
Unos 50 kilómetros al norte Ciudad de México, en Tepotzotlán, los jesuitas edificaron la Parroquia de San Pedro Apóstol en el siglo XVII, en una ramificación del Camino Real de Tierra Adentro, para preparar a los evangelizadores con destino al norte de México. Lo mismo hicieron franciscanos y dominicos.
Afuera una placa indica que forma parte de los 60 sitios de esta ruta inscritos desde 2010 por la Unesco en su declaratoria de patrimonio cultural de la humanidad.
Ruiz y Urdapilleta aseguran que, en realidad, son muchos más los sitios. Su trabajo es recuperar la memoria histórica de la ruta a la cual se debe el desarrollo de importantes ciudades como Aguascalientes, Chihuahua, Querétaro, Guanajuato y Ciudad Juárez.
"Se creó en 1550 con los hallazgos de las minas de oro y plata del Bajío y el norte de México. Sin embargo, hay otra razón: Hernán Cortés teme otra derrota similar a la de ‘la noche triste’ (30 de junio de 1520). Entonces planifica una salida estratégica de la ciudad", narra Urdapilleta.
Su plan, prosigue, "es dar a sus hombres de confianza los solares y negocios aledaños a la ruta de escape. Ningún indígena puede asentarse en ese paso".
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Sin saberlo, la mayoría de los habitantes actuales de aquella ruta, que atraviesa 11 estados mexicanos, conviven o transitan sobre vestigios de puentes y caminos, algunos aún con empedrado y materiales originales.
Marcelino, un lugareño de mediana edad de Tepejí del Río, Querétaro, solo levanta los hombros en señal de negativa, cuando se le pregunta si sabe de cuándo data el puente que pretende cruzar. Justo en el centro, una talla en piedra revela la fecha, 1825.
Además, la falta de cuidado amenaza con extinguir las huellas del trayecto que la Unesco definió como el "primer itinerario cultural terrestre trazado por los españoles en América".
En los alrededores del Hotel de las Diligencias, hacienda del siglo XVIII hoy abandonada y semiderruida, el tiempo parece haberse detenido. Aún se usan los caballos como medio de transporte, hay caminos de tierra y las casas no tienen época.
Siglos atrás fue fuente de trabajo para la localidad de Arroyo Zarco y punto medio del trayecto entre Ciudad de México y Querétaro. Entre sus huéspedes estuvieron el archiduque de Austria Maximiliano de Habsburgo (1832-1867) y el dictador mexicano Porfirio Díaz (1830-1915), pero la hacienda no está integrada entre los sitios reconocidos y protegidos por la declaratoria.
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