Arturo Estrada se deja maravillar por el mundo natural. Permite que su mente lo transforme para entregarlo, amorosamente amasado, a nuestros ojos y corazones.
La pintura de Arturo Estrada ha fascinado a públicos diversos. Su fluidez, contundencia y colorido convierten a sus obras en ventanas desde las que asomarse al sueño. Sus figuras se metamorfosean, sus lienzos danzan con la melodía de la vida. Las frutas son personas, las personas son árboles; una flor es una estrella, un pájaro y una piedra.
Sus orígenes
Arturo Estrada Hernández nació en 1925 en Panindícuaro, un pueblo enclavado en las montañas de Michoacán. El artista asegura haber conocido desde el primer instante su vocación: ser pintor. Creció observando el campo, las nubes y los animales. Veía al cuero transformarse en calzado en la zapatería familiar y, sobre todo, hojeaba libros y periódicos. Comenzó copiando fotografías e ilustraciones que encontraba en sus páginas.
Parte de su educación ocurrió durante la Guerra Cristera, en la que el culto católico pasó a la clandestinidad. Cuando aún era niño, fue aprendiz del imaginero Miguel Moreno, de quien aprendió el oficio de tallar efigies religiosas en madera y recibió sus primeras lecciones de pintura. Algunas de sus obras tempranas fueron retablos y escenas bíblicas. A los 15 años, ya con un camino andado en el arte, migró a la Ciudad de México para estudiar formalmente.
La Esmeralda
Arturo Estrada ingresó a la Escuela de Pintura y Escultura de la Secretaría de Educación Pública, conocida como La Esmeralda. La institución, de notoria misión social, se dedicaba a la formación de artistas. Proveía a sus estudiantes de todos los medios necesarios: además de ser gratuita, cubría el costo de los materiales y entregaba becas y otros estímulos.
En 1943, el pintor Antonio Ruiz, apodado el Corcito, entró a dirigir La Esmeralda e invitó a sus amistades —artistas de gran renombre— para que dieran clases en la escuela. Fue así como Frida Kahlo y Diego Rivera se convirtieron en titulares de las materias de Iniciación Pictórica y Pintura Mural, respectivamente. Estrada ingresó a ambos cursos, donde desarrolló una estrecha amistad con la pareja, misma que marcaría su vida y su pintura.
Frido Estrada
Divertida y esmerada, Frida Kahlo era una maestra poco común que rápidamente se ganó el cariño de sus alumnos. Cuando su salud se debilitó, el grupo la siguió hasta el jardín de la Casa Azul. Ahí establecieron un taller de pintura que de vez en cuando contaba con la presencia de su mentora.
Junto con los demás estudiantes de Kahlo, Arturo Estrada realizó su primer mural en la pulquería La Rosita, en Coyoacán. No era fácil trasladarse a aquel pueblo desde la Ciudad de México, por lo que el número de alumnos fue reduciendo hasta que quedaron los cuatro conocidos como Fridos. Junto con las de Fanny Rabel, Arturo García Bustos y Guillermo Monroy, la presencia de Arturo Estrada fue habitual en la Casa Azul durante más de diez años.
Los discípulos de Kahlo y Rivera pintaron murales en el auditorio de la Casa de la Madre Soltera y en la sala de banquetes del Hotel Posada del Sol (esta vez solamente Estrada, Monroy y García Bustos).
Maestro y artista emergente
Arturo Estrada equilibró su carrera creativa con la docencia en La Esmeralda durante más de cuatro décadas. Inició como profesor al poco tiempo de graduarse y a lo largo de los años impartió las clases de Óleo y Temple, Dibujo de Desnudo y Pintura Mural. En 1983 fue nombrado director de la escuela, cargo que aprovechó para elevar su oferta educativa al grado de licenciatura.
Desde muy temprano, su trabajo individual fue ampliamente celebrado, reconocimiento que le abrió valiosas puertas en su país y en el extranjero. Su experiencia como ayudante en murales de José Clemente Orozco, Juan O’Gorman y Diego Rivera lo calificaba para ejecutar importantes retos plásticos.
Para el Centro SCOP, diseñó el mosaico de piedra El aire. También recibió comisiones para el mural Tríptico de la Independencia, en Cuautla, Morelos, y la decoración de la Planta Potabilizadora de Nuevo Laredo, elaborada en mosaico italiano.
Después de participar en numerosas exposiciones colectivas, en 1955 presentó su primera muestra individual en el Salón de la Plástica Mexicana. La obra central de la exhibición fue el cuadro Vida-muerte de Frida Kahlo, que había pintado a partir de un apunte del funeral de su maestra. Tanto Diego Rivera como Juan O’Gorman publicaron positivas críticas sobre la exposición, que también fue elogiada por Miguel Covarrubias y el Doctor Atl.
Creador consagrado
En 1957, Marcel Duchamp visitó el estudio que Estrada compartía con otros artistas en la Ciudad de México. Luego de este encuentro, el francés apoyó la candidatura del michoacano a la beca de la Fundación William y Noma Copley, de la que era jurado. Gracias a este apoyo, Estrada viajó a Europa, donde se acercó al arte del Renacimiento y las vanguardias y convivió con otros ganadores de la beca, como Max Ernst y Roberto Matta. Al año siguiente, fue invitado a distintas ciudades de Alemania Oriental y la Unión Soviética, que recorrió de Rusia a Armenia en un viaje de estudio y vinculación.
Durante la década de 1960 fue convocado para pintar murales en la Casa de la Juventud de San Luis Potosí, en la Capilla Morelos de Nocupétaro y en el Museo Nacional de Antropología, donde plasmó las fiestas de la Virgen de Juquila, Oaxaca, en la obra Pedimento o manda. También pintó varias obras para la iglesia de San Andrés, en su natal Panindícuaro.
En 1988, Estrada realizó Medicina tradicional y medicina contemporánea. Este mural, ubicado en la estación Centro Médico del Metro de la Ciudad de México, es contemplado diariamente por miles de personas.
Arturo Estrada hoy
A los 99 años, Arturo Estrada vive el arte con un amor profundo. Recientes exposiciones de su trabajo han convocado al público, que no deja de maravillarse ante su ingenio. En 2024 recibió la Medalla Bellas Artes de Oro, otorgada por el gobierno a los más notables exponentes de la creación mexicana. Sencillo, apasionado y juguetón, el pintor disfruta de la vida con un entusiasmo que trasluce en cada uno de sus trazos.
Este artículo es de la autoría de Rodrigo Ortega Acoltzi, quien investiga y escribe sobre arte e historia. Puedes leer más de su trabajo aquí.
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