En la época prehispánica, el territorio que ahora conocemos como Mesoamérica abarcaba del altiplano central mexicano hasta los países como Honduras y Costa Rica. Si bien esta región fue habitada por muchas culturas, la mayoría de ellas tenía una figura similar a la del dios mexica Tláloc, pues las fuerzas naturales eran consideradas divinidades. En la zona maya, se encontraba el dios Chaac, en la zona zapoteca estaba el dios Cosiyo y el dios Dzahui reinaba los cielos mixtecos.
La lluvia era una parte fundamental de la vida ya que los habitantes del área dependían de los periodos agrícolas y en muchos casos, vivían ciudades lacustres. Por lo mismo, este fenómeno natural se convirtió en razón de adoración, transformándose en el dios Tláloc para el imperio mexica. En esta cultura, la deidad se asocia con los fenómenos meteorológicos que traen fertilidad. Las lluvias, tormentas y relámpagos estaban a su cargo y se le debían hacer ofrendas dignas para que el clima no arruinara sus cultivos o, en su defecto, para que no hubiera sequías.
Además, lo húmedo se relaciona con lo oscuro y esto a su vez con las cuevas, por lo que Tláloc era también un dios del Inframundo, “señor de la montaña, jefe de los muertos, dueño de la riqueza subterránea y de los animales salvajes,” como lo explica el doctor Alfredo López Austin.
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Por su naturaleza acuática, a esta deidad se le hacían ofrendas relacionadas con los lagos, los mares y las lluvias. En entierros dedicados al dios, se han encontrado caracoles marinos, peces de diferentes especies e incluso corales. Uno de sus elementos característicos es también el jade, pues su color simula el de las aguas y a veces se encuentra en el cauce de los ríos.
En la época prehispánica, los infantes se relacionaban con esta deidad a través del llanto. Para los mexicas, el llorar es hacer llover, entonces los niños estaban más cerca de Tláloc que cualquier otra persona de la sociedad. Su cercanía los convertía en un sacrificio apropiado para que los tiempos de lluvias fueran ideales.
Ay, en México se está pidiendo préstamo al dios
En donde están las banderas de papel
y por los cuatro rumbos
están en pie los hombres
¡Al fin es tiempo de su lloro!
(Extracto de Himnos Sacros de los Nahuas, traducción de Ángel Ma. Garibay)
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