A veces, los descubrimientos más impresionantes son una simple casualidad. Cuando John Maloof se dispuso a buscar fotografías antiguas para ilustrar la historia de su vecindario en Chicago, terminó con un tesoro en las manos: una caja con negativos de los años 60.
Lo que Maloof no sabía es que eran imágenes inéditas, y que, de no ser por esa casualidad, podrían haberse quedado en el anonimato para siempre. Se trataba de los negativos de Vivian Maier.
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En las fotografías, un universo nuevo, denso y complejo, abría sus puertas. Anne Morin se ha dedicado a estudiar, organizar y difundir este archivo y es curadora de varias exposiciones internacionales de Maier. En una entrevista exclusiva con National Geographic en Español, describe que entrar en la obra de Vivian Maier no fue algo fácil.
«Es como cuando Magallanes contempla el Pacífico, no sabe a dónde ir.»
A partir de sus agendas, postales, tickets y hasta cepillos de dientes, Anne ha logrado poco a poco resolver el acertijo que constituye la vida de Vivian, pues nadie en su círculo cercano sabía que ella tomaba fotos y, mucho menos, que tenía un ojo extraordinario.
Sobre la fotógrafa sabemos que se dedicó a ser niñera durante muchos años. Se quedaba con una familia y cuando los niños y niñas crecían, se mudaba para cuidar a otros. Eso la llevó de una ciudad a otra, haciendo complicado revelar los rollos que salían de sus cámaras.
Aproximadamente desde 1950 y hasta 1995, Maier construyó el mundo que Morin fue desentrañando poco a poco, valiéndose de objetos, palabras y las mismas fotografías para poder encajar las piezas sueltas que tenía sobre la vida de la artista.
‘Había que crear una arquitectura, una armadura para que quien quiera conocer la obra pueda tener una brújula con la cual navegar,» explica la curadora.
Para Anne, Vivian es tripartita: obra, enigma y descubrimiento. Su obra consta de 150,000 negativos; es densa y compleja. Por otro lado, la mujer detrás de la cámara constituye un enigma en sí misma. Hasta donde sabemos, Vivian Maier no tenía casa propia ni familia cercana; era una mujer solitaria y reservada.
«Sabemos muy poco de Vivian Maier,» cuenta Morin. «Es una vida silenciada y silenciosa.»
Sin embargo, encontró en la fotografía una habitación propia. Maier retrata niños, niñas, hombres, mujeres y, sobre todo, a sí misma. Buscando inmortalizarse con la luz que atravesaba sus cámaras, la fotógrafa también estaba luchando por un espacio en el mundo; reclamando su existencia a partir de la imagen y también reclamando la existencia del otro.
Finalmente, el descubrimiento de John Maloof ha permitido que el espacio que reclamó Maier se convierta también en un documental, una sala en un museo y que Vivian se quede habitando la cabeza de las personas que se acercan a su obra.
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