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La ablación suma enemigos en Somalia

Algunas mujeres buscan terminar con la tradición, por el dolor y peligro que la práctica ocasiona.

«Lo primero que hago es entumecer la zona con agua muy fría. Así no podrán sentir ningún tipo de dolor. Después realizo un corte rápido en la izquierda, luego otro a la derecha. Continúo cortando de abajo a arriba. Para terminar, lo coso todo con una aguja bien gruesa e hilo. Dejo sólo un pequeño agujero para la menstruación y la orina», relata Idil Yusuf Ahmed.

Las manos de esta mujer, madre de ocho hijos (tres de ellos niñas), recrean con absoluta frialdad el procedimiento que sigue cada vez que circuncida a una niña en este campo de desplazados de Al Cadaala, a 10 kilómetros de la ciudad de Mogadiscio.

Sus manos han mutilado a centenares de niñas en los últimos tres años, el tiempo que lleva viviendo en este trozo de tierra lleno de polvo, arena y tiendas de colores, que albergan a más de 100,000 desplazados internos. Y es experta en lo que se conoce popularmente en Somalia como «circuncisión faraónica», la más brutal de las ablaciones.

«Es la forma más agresiva de mutilación genital femenina (MGF) y consiste en la extirpación de los labios mayores y menores y del clítoris. Después se cose ambos lados de la vulva hasta que está prácticamente cerrada dejando un único orificio. Es una práctica inhumana y brutal que causa cientos de muertos al año en Somalia», denuncia Sagal Sheid Ali, trabajadora social en Somali Women Development Center (SWDC).

La Organización Mundial de la Salud (OMS) señalaba en su último informe que unos 140 millones de mujeres y niñas sufren actualmente las consecuencias de la MGF. Es una «tradición» que pasa de generación en generación y que está presente en 28 países de África, pero que también ha comenzado a desembarcar en Europa y Oriente Medio.

Según la organización Save the Children, el 95 por ciento de las somalíes están circuncidadas, lo que convierte a Somalia en el país del mundo donde más se realiza esta práctica. «No es una cuestión religiosa, porque va en contra del islam. Es algo cultural, que pasa de generación en generación y se ha convertido en algo habitual entre las mujeres de Somalia», denuncia Sagal.

Los primeros pasos para erradicar esta técnica fueron dados por el gobierno de Somalia, que prohibió la MGF en la nueva Constitución, donde se considera una «tortura» para las mujeres. «La circuncisión de las niñas es una práctica tradicional cruel y degradante, y equivale a la tortura. La circuncisión de las niñas está prohibida», señala el artículo 15 de la Carta Magna. Pero la realidad es que no hay ninguna ley específica y la práctica se mantiene tanto en áreas rurales como urbanas de Somalia.

Habibo Mohamed Suso tiende la ropa sobre una endeble cuerda de esparzo para que se seque bajo el sol que castiga el campo de desplazados de Al Cadaala. Entre sus piernas corretean sus dos hijas pequeñas que juegan. Habibo tiene 25 años y siete hijos (cuatro niñas y tres varones). Como la mayoría de las mujeres de Somalia fue circuncidada cuando era muy joven. Y recuerda, como si hubiese sido ayer, aquel día como uno de los peores de su vida.

«Me pusieron un cuchillo ardiendo entre las piernas para comenzar a cortarme. Luego me untaron con ungüentos, lo que me provocó una terrible infección», recuerda haciendo una pequeña pausa para tratar de reprimir las lágrimas. «Cuando me casé (tenía 14 años), en mi noche de bodas mi marido tuvo que abrirme la vagina con un cuchillo porque la tenía totalmente cerrada. Y cuando di a luz (con 15 años) los dolores fueron terribles…», afirma esta mujer.

Aquel primer bebé fue una niña. Habibo trató de impedir que su hija pasara por lo mismo que ella pero, finalmente, la presión de su familia y de sus vecinos pesaron más que el sentido común y accedió a someterla a la circuncisión faraónica. «Lo hice como toda madre», se sincera. Mientras la comadrona mutilaba a su hija delante de ella, Habibo juró que ninguna de sus otras hijas sería jamás circuncidada.

«Es una práctica inhumana y quiero que mis hijas tengan una vida plena», afirma esta madre que se ha convertido en una de las más fervientes luchadoras contra la mutilación genital en el campo de Al-Cadaala. Los habitantes del campo de desplazados de Maslah se van acercando entorno a una mujer que cubre su cabello con un largo velo rosa. Los hombres a un lado y las mujeres a otro. Algunos se sientan sobre la arena caliente, otros se resguardan bajo la sombra de unos endebles árboles y el resto aguanta con estoicismo bajo el intenso calor que castiga Mogadiscio. La mujer habla con pausa. El silencio es absoluto. Todos la miran y la escuchan con respeto.

«No debéis someter a vuestras hijas a la circuncisión, porque esto les acarreará graves problemas en el futuro, afectará a su salud…», la mujer alza la voz para que todos la puedan escuchar. Los trabajadores de la ONG Somali Women Development Center (SWDC) acuden una vez al mes a este campo para tratar de concienciar a sus habitantes de que dejen de circuncidar a sus hijas.

«Es complicado hacerles ver que esta práctica que para ellos es algo tradicional afecta negativamente en la vida de sus hijas. Ha pasado de madres a hijas desde hace siglos y cambiar esa mentalidad no es tarea sencilla, pero cuando les ponemos delante ejemplos de lo que puede ocurrirles a sus hijas, entonces es cuando comprenden la situación y muchas comienzan a renegar de estas prácticas. Pero es un proceso largo y difícil», Sagal Sheid Ali.

«La circuncisión va contra el islam y contra las mujeres. No debemos someter a nuestras hijas a esta práctica inmoral y antirreligiosa», clama una mujer entre los asistentes. Todos se giran para mirarla. Algunos cuchichean entre ellos. «En nuestros tiempos, donde no teníamos educación, la circuncisión era una práctica normal entre las mujeres. Pero ahora, los tiempos han cambiado. Nuestros hijos tienen más educación y más conocimiento que nosotros así que no debemos someterlos a prácticas ancestrales», afirma con firmeza Maryah Habeeb Haydar.

Esta oronda mujer, que cubre su cabeza con un larguísimo velo blanco salpicado de motivos verdes, es la esposa de uno de los líderes religiosos más importantes del campo de desplazados. A sus 58 años es madre y abuela y lucha con fiereza contra la MGF. «Las mujeres somalíes nos encontramos indefensas y en una situación terrible. Somos nosotras las que imponemos tradiciones sin sentido a nuestras hijas, sin recordar lo que sufrimos», denuncia.

Maryah hace memoria y se traslada 44 años atrás, cuando fue sometida a la circuncisión faraónica. «Fue terrible. Recuerdo que en mi primera menstruación sufrí fuertes dolores, al igual que la primera vez que tuve relaciones sexuales con mi marido o cuando di a luz, que tuvieron que intervenirme quirúrgicamente para que mi bebé pudiera salir».

Maryah es consciente de su autoridad entre las mujeres del campo y la utiliza para tratar de cambiar conciencias y evitar que más niñas continúen sufriendo de manera innecesaria. Son actitudes como la de esta mujer la que están consiguiendo que el número de ablaciones disminuya en Mogadiscio. El Somali Women Development Center ha registrado un leve descenso en las niñas que han sido circuncidadas, pero en las áreas rurales donde no pueden llegar está práctica sigue siendo habitual.

National Geographic

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