La mayor innovación en la historia de la humanidad no fue la herramienta de piedra.
Extracto de la edición de enero de la revista National Geographic en español.
Fotografía de Stephen Alvarez
Es como si camináramos dentro de la garganta de un animal enorme. La lengua de un camino de metal desciende hacia la oscuridad. El techo se cierra y, en algunos lugares, las pesadas paredes de la cueva se estrechan tanto que tocan mis hombros. Después, los flancos de piedra caliza se abren y entramos en el vientre de una extensa cámara.
Aquí están los leones de las cavernas.
Y los rinocerontes lanudos, los mamuts y el bisonte europeo, una colección de criaturas antiguas que corren en estampida, luchan, acechan, en silencio total. Afuera de la cueva, todos ellos están ya extintos. Pero aquí siguen vivos, en las paredes sombreadas y agrietadas.
Hace unos 36,000 años, alguien caminó desde la boca original de esta cueva hasta la cámara donde nos encontramos y, con una luz parpadeante, empezó a dibujar leones de las cavernas, manadas de rinocerontes y mamuts, un bisonte magnífico y una criatura quimérica -parte bisonte, parte mujer- conjurada desde un enorme cono de roca saliente. Otras cámaras albergan caballo, íbices y uros; un búho trazado con lodo por un solo dedo en una pared de roca; un bisonte enorme formado con huellas de manos empapadas en ocre y osos de las cavernas caminando lentamente, como si buscaran un lugar para una larga siesta invernal. Con frecuencia, las obras están trazadas con tan solo una única y perfecta línea continua.
En total, los artistas dibujaron 442 animales, quizá a lo largo de miles de años, y utilizaron 36,000 metros cuadrados de la superficie de la cueva como lienzo. Algunos animales están solos, incluso escondidos, pero la mayoría se congrega en grandes mosaicos como el que veo ahora en la parte más profunda de la cueva.
Oculta por un desprendimiento de rocas durante 22,000 años, la cueva fue descubierta en diciembre de 1994 cuando tres espeleólogos subieron con dificultad por una grieta estrecha en un acantilado y bajaron hacia la entrada oscura. Desde entonces, la cueva que se conoce como Chauvet-Pont-dÁrc ha sido ferozmente protegida por el ministerio de cultura francés.
Nos encontramos entre los muy pocos a quienes se les ha permitido realizar el mismo recorrido que hicieron los artistas antiguos. Todos los trazos al carbón, todas las manchas de ocre parecen tan frescos como si los hubieran hecho ayer.
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