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El regreso a Kobane

Los habitantes de la ciudad regresan, y entre escombros y cadáveres intentan recuperar el orden.

Sus pies tropiezan con los escombros que tapizan el suelo. Balsas de agua inundan las calles. El barro lo ensucia todo. "Esta era una de las calles más importantes de Kobane. Las mejores tiendas las podías encontrar aquí. Ahora la llamamos la calle del infierno", afirma Mohammad contemplando la escena post apocalíptica que tiene delante de él.

Kobane, en el norte de Siria, es una inmensa maraña de escombros. Casas destrozadas (se estima que más del 80 por ciento de las viviendas están afectadas por los bombardeos y cerca del 60 por ciento habrá que demolerlas). Tristeza. "Era una ciudad preciosa. Llena de vida. Pero ahora está vacía. Ya no queda nada de Kobane", se sincera el risueño adolescente.

A sus 13 años, Mohammad acaba de regresar de los campamentos de refugiados de la ciudad turca de Suruç. Allí estuvo viviendo durante cinco meses hasta que pudo volver a su ciudad natal junto con su familia. "Llegamos hace unos días y nos encontramos nuestra casa destrozada por los bombardeos; así que tenemos que vivir en casa de mi tío junto con toda su familia", comenta este joven kurdo.

Como él, cientos de kurdos están regresando a Kobane tras la huida de las tropas del Estado Islámico (EI). Las autoridades han pedido prudencia a los ciudadanos: aunque los combates se han trasladado a una treintena de kilómetros de la ciudad, Kobane aún no es lugar para vivir. La urbe carece de suministro eléctrico -sólo los que pueden permitirse un generador y gasolina se alumbran por las noches-, los cortes de agua son constantes, la comida escasea -la mayoría de los habitantes sobreviven gracias al pan que reparten las autoridades- y además, hay infinidad de bombas sin explotar.

"Más del 80 por ciento de los morteros caseros que usaba el Estado Islámico no han estallado, pero siguen conservando la carga mortífera en su interior. Además, hay docenas de bombas trampa escondidas en el interior de las casas o en las calles. El 40 por ciento de las bajas que estamos registrando actualmente son por culpa de estos artefactos explosivos", se lamenta Mustafa Bali, uno de los activistas de la ciudad de Kobane.

Sin embargo, eso no ha detenido a los habitantes de esta ciudad fronteriza entre Turquía y Siria. "Aquí es donde tenemos que estar. Esta es nuestra casa y nuestra tierra. Prefiero malvivir aquí que hacerlo en uno de esos campos de refugiados de Turquía", comenta con pesar Jihan, de 34 años.

Esta antigua costurera, quien busca con desesperación algunas manos mañosas que le ayuden a reparar su máquina de coser, vive junto con su marido y sus dos hijas, Darina (5 años) y Rosla (8). La familia regresó a Kobane en cuanto la ciudad fue liberada, pero su situación es muy delicada. Apenas tienen alimento que llevarse a la boca y viven en casa de sus suegros.

"En nuestro pueblo -a unos 25 kilómetros- continúan los combates entre las tropas kurdas y el EI", comenta Jihan. "El único miedo que tengo es que una de esas bombas que hay en las aceras estalle mientras mis hijas están jugando, por eso las prohíbo que salgan fuera. No quiero que les pase nada", sentencia la mujer.

Pero mientras las pequeñas Darina y Rosla son prisioneras en su propia tierra, más de dos centenares de niños kurdos han regresado a la escuela. Profesores y voluntarios reanudaron el pasado 3 de marzo las clases, después de 132 días de combates.

«La mayoría de las escuelas están destruidas y hay muy pocos niños en la ciudad, pero aun así hemos creído que lo mejor para los niños de Kobane es volver a la escuela y no estar tanto tiempo en la calle entre las bombas y los restos de los cadáveres del ISIS», afirma Rohat, de 17 años, voluntaria en la escuela.

Es el primer día de colegio y sólo unos pocos niños han regresado a las aulas. El resto juguetean por las calles de Kobane como si tal cosa. Mohammad y su primo deambulan sin rumbo fijo por esta ciudad deshecha a base de morterazos, artillería pesada y bombardeos aéreos.

"¡Puagggg!", exclama Mohammad poniendo cara de asco y acercándose a los restos de un combatiente del EI. "Nunca los había visto tan de cerca. La verdad es que es una cosa asquerosa", declara el muchacho contemplando los fragmentos de una pierna que pertenecieron a un yihadista.

Según estimaciones kurdas, cerca de 3,000 yihadistas habrían muerto en los combates. Una cifra que nadie puede calcular con exactitud debido a la destrucción de la ciudad: muchos cuerpos se encuentran bajo los escombros y otros tantos han sido volatilizados por los bombardeos aéreos. Pero el principal problema al que se enfrenta ahora la ciudad son las enfermedades infecciosas.

"Hay cientos de cuerpos en descomposición bajo los escombros y en las calles; cuando llegue el calor Kobane se convertirá en una ciudad donde las enfermedades infecciosas campen a sus anchas si nadie pone remedio", denuncia Sader Damer, director de las brigadas de limpieza.

"Los cadáveres están llenos de larvas que se convertirán en moscas y comenzarán a transmitir enfermedades. Tenemos que fumigar bajo los escombros para aplacar la epidemia antes de que sea demasiado tarde", explica.

Pero su preocupación pasa de puntillas por la ciudad. La población tiene otros problemas a los que prestar atención. "La gente está regresando y se está encontrando con que sus casas están completamente destruidas, por lo que deciden ocupar alguna menos dañada. Esto supondrá un grave problema cuando sus legítimos dueños la reclamen", cuenta Ibrahim Saleh, responsable de la única panadería del pueblo.

"Entendemos que quieran vivir en Kobane, por eso pedimos que se levanten campos de desplazados en suelo kurdo, en vez de en Turquía", añade.

National Geographic

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