Michal Perlinski domina 33 idiomas, favorecido por ver las letras como colores.
En lugar de salir corriendo al patio a jugar con el resto de niños durante el recreo, a Michal Perlinski le divertía más sumergirse en sus libros de idiomas. Ahora, a sus 28 años, este estudiante alemán es capaz de recitar del tirón listas de palabras en 33 idiomas y de conversar cómodamente en la mayoría de ellos con los clientes que acuden a la tienda de "duty-free" en la que trabaja. En 15 de ellos, afirma que su nivel es fluido.
Su habilidad para los idiomas procede de una mezcla de fascinación, una excelente memoria y, según afirman neuropsicólogos, la sinestesia: la asimilación conjunta de varios tipos de sensaciones de diferentes sentidos en un mismo acto perceptivo. En el caso de Perlinski, esto se traduce en que interpreta las letras como elementos coloreados canalizados a lo largo del proceso cognitivo, lo que constituye su peculiar modo de aprendizaje.
"Veo las letras como colores, así las estructuro mejor", explica. Gracias a esa manera de funcionar de su cerebro, sólo necesita leer una lista de palabras un par de veces para que ésta se quede permanentemente grabada en su memoria. Actualmente, este joven de origen polaco es licenciado en lenguas eslavas y románicas. Los diccionarios siempre fueron para él fieles compañeros desde que comenzó a estudiar inglés en el colegio. Pronto, sintió que se aburría y decidió apuntarse también a clases de ruso y español.
Según el neuropsicólogo Sebastian Geukes, la combinación de la sinestesia con una memoria casi fotográfica como la de Perlinski es imbatible. "Traducir a colores es casi como una regla mnemotécnica para recordar contenidos no verbales. Y luego, la memoria se encarga de almacenarlos". Por eso, al experto no le sorprende que en el pasado Perkinski se sometiera a las pruebas del síndrome de Asperger, pues un talento tan peculiar suele estar ligado al autismo u otros trastornos. Sin embargo, no es el caso de Perkinski.
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Pese a esta habilidad excepcional, suspendió el examen al final de la secundaria debido a las matemáticas. "Necesito más tiempo que el resto para analizar los textos y establecer relaciones lógicas", declara. Pero gracias a sus aptitudes y a un apoyo del sistema educativo, pudo ingresar a la universidad.
El impecable orden que reina en su dormitorio es un reflejo de su manera de aprender. Y sus adoradas estanterías de diccionarios no son una excepción: se encuentran organizados por colores. Cuando no está estudiando, trabaja a tiempo parcial en una tienda del aeropuerto de Düsseldorf, en el oeste de Alemania, donde puede poner en práctica sus capacidades hablando con pasajeros de todas las partes del mundo.
"La gente se sorprende cuando les deseo un buen viaje en finlandés", cuenta. Cuando su dominio de este idioma mejoró, se dio cuenta de que el estonio era muy similar y comenzó a aprenderlo. Hasta ahora, afirma, el japonés ha sido la lengua más difícil a la que se ha enfrentado, pero un algún día le gustaría intentarlo con el amárico de Etiopía o el hausa de Nigeria.
Las lenguas "muertas", en cambio, no le atraen, porque uno de sus alicientes es la interacción con otras personas. Como se crió de manera bilingüe al mudarse de Polonia a Alemania cuando era aún muy pequeño, Perlinski posee unas bases naturales para el aprendizaje de los idiomas, afirma la lingüista Christiane Bongartz. Sin embargo, se muestra escéptica a la hora de creer que alguien pueda manejar tantas lenguas en un nivel coloquial.
"Las lenguas europeas y eslavas no deberían causar problemas, pues él se crió en el corazón de esos sistemas lingüísticos", señala Bongartz. Pero aunque pueda realizar progresos excepcionales en otros idiomas, es probable que se atasque en los patrones de palabras, expresiones y oraciones ya aprendidas. "Hay un punto en el que el cerebro traza una línea y la información nueva sólo se registra en la superficie", explica.
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