Exequiel Ezcurra y Bruce Berger nos dan un recorrido por el tesoro de las montañas de Baja California Sur: Giganta y Guadalupe.
¿Cuándo se nos perdió el pasado?, ¿cuándo olvidamos la sombra de esos palmares magníficos?, ¿cuándo abandonamos los oasis?, ¿cuándo nos ganó la soberbia al sentirnos dueños absolutos de recursos que por un momento creímos infinitos, inacabables?
En Baja California Sur hubo un tiempo en el que los manantiales del desierto regaban los cultivos de los valles con acequias y canales llenos de verdor, y en el que el agua que bajaba de la sierra era generosamente compartida con el resto de las especies vivas en hermosos oasis de palmas y frutales. Un tiempo en el que los manglares y esteros de la costa vivían con el agua dulce que llegaba por el cauce rocoso de los ríos. Entregaban su riqueza de peces y larvas y nutrientes al mar abierto después de cada chubasco. Un tiempo en el que entendíamos las señales de los demás seres vivos y hablábamos el lenguaje de la tierra, y en el que la única agua que consumíamos era la que corría y danzaba por arroyos y cañones proveniente de los ricos veneros de la sierra.
La Giganta y Guadalupe: después vino el espejismo de la tecnología
Con bombas y turbinas y motores se empezó a saquear el agua de las entrañas de la tierra como si nunca se fuera a acabar. Creímos que podríamos convertir el desierto en un edén y comenzamos a talar las grandes planicies, a cortar cardones centenarios e inmensos mezquites, verdes y frondosos, para abrir la tierra seca a grandes proyectos de desarrollo.
Parecía que ya nunca más necesitaríamos esos estrechos y pedregosos cañones serranos, ni esas viejas construcciones de adobe y cantera y hojas de palma, ni esos pueblos como sumidos en un pasado superado por el progreso y la tecnología. El agua manaba a raudales de los pozos horadados en lo profundo del suelo del desierto.
Sólo un camino posible
Pero el agua del subsuelo se acaba y, al tornar el siglo XXI, la crisis de los acuíferos subterráneos se hizo dolorosamente evidente en miles de campos agrícolas abandonados y una creciente escasez de agua en las ciudades sudcalifornianas. El futuro llegó antes de lo esperado y con dolor nos dimos cuenta de que no era lo que habíamos soñado. El agua de los pozos profundos está dejando de manar, los vergeles artificiales nunca dieron los frutos prometidos, los grandes distritos agrícolas se ven polvorientos y resecos. Observándolos, nos preguntamos con angustia qué sigue. Miramos el desierto sin agua y buscamos un camino alternativo para el progreso.
En realidad, hay solo un camino posible y consiste en recuperar los antiguos saberes del agua, en caminar hacia arriba por las sierras siguiendo la ruta de los arroyos, la senda del agua misma.
Saberes del agua, paisajes de la esperanza
Los bosques de montaña y los oasis de los cañones profundos ocupan una pequeñísima fracción de la superficie de Baja California Sur. Aún así proveen de vida a toda la península. Los primeros pobladores indígenas lo sabían muy bien. Los jesuitas lo entendieron a la perfección. Los habitantes de la sierra lo viven cotidianamente y lo comprenden en todo detalle.
El agua proviene de la sierra y sin los veneros de esta la región se muere.
Toda la vida proviene de la sierra porque las montañas son el origen de las aguas. Sin una serranía saludable y conservada no hay futuro para la región. De eso se compone el porvenir sudcaliforniano: de la sierra, de la vida que brota de ella; de la naturaleza profunda del agua que corre desde lo alto de las montañas hasta lo más recóndito de los cañones para alimentar de vida al desierto.
Un corredor prístino
El corredor de La Giganta a Guadalupe representa la parte más prístina de Baja California Sur, a pesar de que nunca ha gozado de protección oficial. Proteger esta región como una nueva reserva de la biosfera resguardaría un paisaje volcánico asombroso en el que han evolucionado formas de vida únicas; desde una rara especie de ambrosía que crece en una sola meseta hasta un palo de fierro que puede vivir mil años y producir una de las maderas más densas y duras del mundo, pasando por una profusión de fauna única y maravillosa, en la que destaca como exponente superlativo una subespecie endémica de borrego cimarrón.
La región guarda pinturas rupestres con estilos que no existen en ningún otro lugar. Tiene cañones y cimas que no han sido aún explorados por la ciencia. Hay una cultura de ranchos que ha evolucionado su propia artesanía tradicional, señera y deslumbrantemente hermosa, y que desea seguir viviendo en el mundo contemporáneo adaptando su vida tradicional a la dinámica de un área protegida capaz de amparar su naturaleza singular y su cultura ancestral. Sobreviven aquí restos de un dialecto de 300 años de antigüedad. Con trazas quizá del antiguo guaycura, debe estudiarse y rescatarse por lingüistas antes de que el paso del tiempo lo haga desaparecer.
La Giganta y Guadalupe
El majestuoso paisaje volcánico del corredor de serranías de La Giganta y Guadalupe, la intrincada trama de sus formas de vida raras y únicas. La preservación de una cultura ambientalmente sabia que ha cambiado muy poco en los últimos siglos. Todo ello nos lleva a reflexionar con una perspectiva de largo plazo, oteando al pasado para atisbar el futuro.
Las maravillosas serranías que todavía vemos hoy, los paisajes deslumbrantes de las laderas agrestes donde llegan los chubascos, los conocimientos ancestrales que impulsan la vida de los oasis y de los ranchos pueden todos asegurarse para las generaciones venideras, mientras que la población local podrá pasar sus conocimientos profundos y sabiduría tradicional a sus descendientes si actuamos ahora para detener los riesgos que amenazan un tesoro natural y cultural que se perderá para siempre en caso de no actuar con decisión. El resto del mundo podrá también disfrutar la Reserva de la Biosfera Sierras de La Giganta y Guadalupe bajo el cuidado de un sistema que, en colaboración con sus pobladores nativos, sea capaz de conservar estos paisajes de la esperanza y los saberes tradicionales del agua y del desierto.
Las serranías tienen aún miles de secretos que contarnos. Es nuestra responsabilidad descifrarlos con precisión y detalle, en la plenitud de un nuevo tiempo en el que podamos proteger efectivamente esta maravillosa área natural.
Este artículo fue escrito por Exequiel Ezcurra y Bruce Berger y aparece en la versión impresa de National Geographic del mes de julio 2023. Las fotografías son de Miguel Ángel de la Cueva.
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