El “ombligo” de la Tierra era un lugar que recibía a visitantes de todas partes para leer su porvenir. Esta es la historia del Oráculo de Delfos.
En una mañana de invierno, con un sol que calienta tímidamente pero que brilla en todo su esplendor sobre las montañas de Grecia central, llegamos al centro del universo. Cuenta la mitología griega que a las faldas del imponente Monte Parnaso de picos rocosos, barrancos profundos y densos bosques de pinos y olivos, lugar donde moran las musas, está ubicado el “ombligo” de la Tierra: el oráculo de Delfos.
Un designio divino
Sería el mismísimo Zeus (dios olímpico) quien tomara las medidas del universo para encontrar su exacto punto medio. Haciendo volar dos águilas doradas desde los dos extremos opuestos del cosmos, esperó ver el punto preciso donde las aves cruzaran sus vuelos, y en ese momento el dios del trueno, dejaría caer desde lo alto del Olimpo, el Ónfalo Sagrado, un artefacto pétreo. Dicho objeto era la misma piedra con la que su madre, la diosa Rea, engañara a Cronos (titán), su padre, aquel día lejano en el que el terrible titán engullera esta piedra envuelta en pañales muy confiado, pensando que estaba tragándose a su sexto hijo, Zeus, y con eso, creía este ingenuo titán, que lograría evitar su destino: ser destronado por su propio hijo.
Esta piedra, llamada Ónfalo, caería en el centro del templo de Apolo en Delfos, en lo que se conoce como Adyton, que es el nombre que recibe la habitación dentro del templo donde se encontraría el oráculo y el asiento de la sacerdotisa, conocida como pitia.
La ventana al futuro
Y es que la función principal de Delfos era el oráculo. De Grecia y de todas partes del mundo acudían numerosas personas al santuario para consultar sobre las cuestiones más diversas.
Sentada sobre un trípode, la pitia recibía las preguntas que se deseaba que contestara y estando en trance (mucho debido a los gases que emanaban de una profundísima grieta en el fondo del templo) respondía la sacerdotisa. A menudo sus pronunciamientos los hacía de manera incoherente y metafórica, y eran entonces se interpretaban a través de los exégetas o sacerdotes del templo.
Entramos al sitio arqueológico y tomamos el camino sagrado que nos lleva por todo el complejo, vamos andando con calma, con pasos lentos dados entre ruinas, entre pedazos de mármol tallado, restos de columnas y elementos arquitectónicos, estamos en temporada baja y casi no hay turistas, la mañana es limpia y la vista se pierde.
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Camino sagrado al dios del Sol
Los visitantes de la antigüedad tendrían una experiencia muy diferente a la nuestra, ya que este era un santuario panhelénico (pan=todos, helénico=ciudadanos de la Hélade) es decir, no pertenecia a ninguna polis de la Hélade en particular sino que era un santuario compartido por todos los griegos, y solía ser muy visitado.
En la antigüedad, el Camino Sagrado que subía hacia el templo de Apolo, estaría flanqueado por pequeños “templos”, en su mayoría dóricos. Pero lo cierto es que estos templos fungirían como tesorerías, ya que e estaban destinados a recibir y almacenar los tesoros que cada una de las polis del mundo helénico ofrecía al santuario y al dios Apolo.
La religión griega era una de transacciones, uno le ofrecía al dios sacrificios y riquezas y el dios para retribuir te favorecía. Se dice que en la tesorería de Atenas, construída con blanco mármol de la isla de Paros y que ocupaba un lugar prominente dentro del complejo (hoy la vemos reconstruida) se llegó a almacenar el botín de guerra que fuera arrebatado a los persas en la batalla de Maratón (490 a.C.).
Un oráculo en Delfos, el ‘ombligo de la Tierra’
En el mismo templo de Apolo, el cual estuvo recubierto de mármol y embellecido con esculturas realizadas por los mejores artistas de la época, como Paxias y Androstenes, se incorporaban en las metopas los escudos persas que fueran capturados durante la batalla.
También, en ambos lados de la vía, se veían 500 magníficas esculturas de bronce que Esparta regalara al santuario, creando un resplandeciente “muro escultural” que despediría brillantes destellos al ser tocado por los rayos del sol
Una de las características más conocidas de este templo son las 150 máximas que estuvieran inscritas en sus muros y columnas; frases populares, proverbios, aforismos que durante la antigüedad fueron atribuidos al mismísimo dios Apolo y después a los siete sabios de Grecia.
De esas 150 máximas había tres que ocupaban un lugar prominente al ser inscritas en las columnas del pórtico de la entrada, de modo que eran visibles por todos los visitantes:
«Conócete a ti mismo.»
«Nada en exceso.»
«La confianza trae la ruina.»
justo debajo de estas tres frases aparecía grabada una enigmática letra E, la quinta letra del abecedario griego, epsilon. Ya desde la antigüedad ríos de tinta han corrido tratando de explicar lo que la letra E significaba, pero lo cierto es que hasta el día de hoy lo único que tenemos son teorías e hipótesis al respecto y nada a ciencia cierta. Lastimosamente, hoy en Delfos no quedan ni rastros de estas famosas máximas entre las ruinas del templo.
La casa sobre la montaña
Dejamos atrás la tesorería de Atenas y seguimos el ascenso hasta llegar a lo que en otro tiempo hubiera sido la entrada al templo de Apolo. La recompensa para aquellos que suben es grande, y es que al dar la espalda al grandioso Monte Parnaso, y encarar el paisaje, se abre una maravillosa vista de verdes y azules montañas que rodean un valle más abajo; al fondo… el mar Jónico en tonos violetas, un horizonte interminable y la sensación de infinito que se mete en el corazón, y de pronto caemos en cuenta con absoluta claridad por qué los antiguos venían aquí para comunicarse con los dioses.
Junto al templo, encontramos los restos, bastante bien conservados, de un pequeño teatro, para ser más precisos, de un odeón con magnífica acústica, y que se usaba para las competencias artísticas. A diferencia de los romanos que construían teatros en cualquier lugar, gracias al uso del concreto, los griegos debían de apoyarse del declive de una colina para poder construir los asientos de los espectadores (la cavea). Detrás del escenario se abre un panorama casi milagroso de montañas y valles que quita el aliento; buen momento para felicitarte a ti mismo por la feliz decisión de visitar este lugar.
Siguiendo a Apolo
Continuamos hacia el norte, como persiguiendo el sol, y tras una cuesta más pronunciada llegamos al gran estadio de Delfos que se conserva en un estado muy notable. Cerrando los ojos, se puede adivinar el griterío y la emoción que estas ruinas atestiguaron cuando se celebraban las carreras de aurigas y otras competencias atléticas durante los juegos píticos.
A estas competencias atléticas que tenían lugar durante el día, seguían las artísticas durante la noche en el odeón: poetas, músicos y cantantes luchan por las ansiadas coronas de laureles. En cualquier caso, quienes participaban no lo hacían por dinero sino por la fama de haberse superado a sí mismos.
Dentro del pequeño pero magnífico museo, encontramos una de las esculturas en bronce quizás más bellas de todos los tiempos, el Auriga de Delfos; de serena mirada, inquebrantable y armoniosa, poseedora de una increíble fuerza expresiva y perfección, provoca una combinación de paz y excitación inolvidable.
El oráculo de Delfos, un lugar pagano
En la época romana, el oráculo perdió su fuerza, aquella que le concedía el hecho de ser árbitro de prestigio divino de querellas y disensiones, por lo que recibía dinero de todas las ciudades griegas. Nerón arruinó definitivamente el templo, robando 500 bellísimas estatuas y llevándolas a Roma. Pero finalmente sería Teodosio I, en el 381 d .C., quien diera el tiro de gracia al oráculo deDelfos al prohibir el paganismo, golpe del cual el santuario jamás se recuperaría.
Basta una mañana entre las ruinas de Delfos para entender claramente con la cabeza la enorme importancia que tuvo este santuario en el mundo helénico. Sin embargo, al marchar, el corazón no parece estar listo y es imposible sacudirse la sensacion de que faltó tiempo; y es que uno no simplemente se va de Delfos, debes arrancarte a ti mismo de este lugar para poder seguir tu viaje. Quizá este santuario no sea ‘el ombligo del mundo’ pero sí que será el centro de los recuerdos un recorrido por Grecia.
Este texto fue escrito por Maite Basaguren, arqueóloga e historiadora del arte por la universidad de Columbia en Nueva York.
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