Graciela Iturbide: recorrer el mundo con una cámara

Una visita a la obra de la fotógrafa mexicana.

?La cámara de fotos es una excusa para seguir recorriendo lugares?. Viajera antes que fotógrafa, Graciela Iturbide (Ciudad de México, 1942) reconoce sin tapujos su pasión por conocer nuevos países, nuevos rincones donde, si es posible, desplegar su talento fotográfico y captar en una instantánea el intimismo de un retrato o la vitalidad de un paisaje.?

Graciela, recordada por muchos por su trabajo con los indios Seri del Mar de Cortes o su libro ?Los que viven en la arena?, en el que retrató la comunidad mexicana del desierto de Sonora y su dura vida en torno a la frontera, encuentra en su México natal uno de sus referentes preferidos.

Buena parte de su las fotos reflejan un país de heterogeneidad cultural pero también misticismo y magia. Como aquella de ?Espinazo?, donde los niños se bañan en lodo para librarse de sus males. O el retrato de ?Magnolia con sombrero?, un transexual de Juchitán (Oaxaca).?

Esa sociedad matriarcal del sur de México, donde la homosexualidad está tolerada, es el mismo lugar donde Iturbide retratará a ?Nuestra Señora de las iguanas?, acaso su más conocida fotografía. ?Me llamó la atención que cosían la boca de las iguanas para que no mordieran y las vendían para comer?, aseguró la fotógrafa en una entrevista.

Es su capacidad de observación y su pasión por el viaje lo que ha permitido a Graciela encontrar paralelismos entre lugares que podrían parecer tan diferentes, a priori. ?Comprendí que entre mis fotografías de México y las de India había muchas similitudes, sobre todo la presencia del ritual?, destaca.?

Para alguien que ha vivido desde niña la cercanía de la magia no es extraño que cada viaje sea una nueva búsqueda de ceremonias con las que sorprenderse. Como le aconteció en Madagascar, donde captó el momento de un ritual de fertilidad protagonizado por la abuela de un neonato, o en la misma India, donde su objetivo atrapó el último suspiro de una mujer que voluntariamente acompañó al cuerpo de su marido en el crematorio.

Es Graciela Iturbide una fotógrafa en blanco y negro. ?Trabajo así porque mi cerebro piensa en blanco y negro, veo las composiciones sin color?, confiesa. Es el juego de grises, más sobrio, lo que mejor describe sus retratos, siempre íntimos y subjetivos. Lo que más encaja con sus paisajes, en los que no suelen faltar elementos dinámicos.

La casi ausencia de desnudos en su historial contrasta con una cierta obsesión por la muerte, siempre entendida como parte integral del entorno que visita. ?Necesito meses para situarme en un lugar nuevo, conocerlo, captar su esencia y fotografiarlo. Si no puedo quedarme un tiempo, no vale la pena que lleve mi cámara?, afirma.

Alumna aventajada de Manuel Álvarez Bravo, el padre de la fotografía latinoamericana que murió en 2002 a la edad de 100 años, Iturbide es, en palabras de Michael Brand, director del museo Paul Getty, ?la heredera de la mejor tradición de la fotografía subjetiva en México?. De su maestro, Álvarez Bravo, la mexicana asegura que le enseñó ?acerca de la vida?. La vida, ecléctica, mágica y efímera que refleja en sus fotos.?

Tal y como preveía su mentor, Iturbide ha llegado lejos. Sus fotografías le han hecho merecedora del Grand Prize Mois de la Photo de Paris (1988), el premio Guggenheim (1988), el Hasselbald (2008), su presencia en varias colecciones permanentes y numerosas exposiciones individuales como la del Centro Pompidou, el museo J.Paul Getty, la Fundación Mapfre o la Tate Modern de Londres, entre otros.?