En el cerro del Tepeyac, una aparación milagrosa ha sido capaz de reunir millones de personas por siglos. Esta es la historia de Guadalupe Tonantzin.
Las deidades no se destruyen, sólo se transforman. En todo el mundo, la dominación de Europa provocó una inevitable interacción entre lenguas, productos y tecnologías. Entre todos estos elementos que se enfrentaron hay uno que es quizás más complejo que todos los demás: los dioses y diosas.
Así como existen santos católicos en Oriente, América adaptó muchas de las figuras religiosas que vinieron con la conquista española y les otorgó un alma mesoamericana. Por lo mismo, no es sorprendente pensar que uno de los personajes actuales más importantes en el centro de México tiene raíces prehispánicas. Así es como Nuestra Madre Tonantzin se convirtió en la Virgen de Guadalupe.
Allá en el cerro del Tepeyac
Si has pasado un 12 de diciembre en la Ciudad de México, la habrás visto ataviada de flores, banderas y estatuillas de la Virgen de Guadalupe. Cada año (e incluso en pandemia), las personas que deben su devoción a “La Morenita” recorren largas distancias para llegar a la Basílica de Guadalupe, el sitio católico más visitado del mundo después del Vaticano.
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Ellos acuden a celebrarla y ella cumple. A Nuestra Señora de Guadalupe se le hacen oraciones para que los niños nazcan bien, para que el trabajo llegue pronto y para que los enfermos se curen. Se estima que son alrededor de 10 millones de personas las que realizan este peregrinaje y generalmente vienen comunidades completas. Las calles de la ciudad se llenan de camiones, pick-ups y tráileres que transportan a los miles de personas al santuario que se encuentra en el cerro del Tepeyac.
Nuestra Madre: Guadalupe Tonantzin
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En este cerro –ubicado en la zona norte de México y en lo que serían los territorios limítrofes del México-Tlatlelolco– existía un templo a Tonantzin, cuyo nombre significa ‘nuestra madre’. Desde antes de la invasión española, se realizaban grandes peregrinajes a esta parte de la Cuenca de México y con ellos llegaban ofrendas y sacrificios. En el Códice Florentino se describe esta fiesta de la siguiente manera:
«En este lugar tenían un templo dedicado a la madre de los dioses, que la llamaban Tonantzin, que quiere decir «nuestra madre». Allí hacían muchos sacrificios a honra desta diosa. Y venían a ellos de más de veinte leguas de todas estas comarcas de México, y traían muchas ofrendas. Venían hombres y mujeres y mozos y mozas a estas fiestas. Era grande concurso de gente en estos días, y todos decían: «Vamos a la fiesta de Tonantzin.»»
Pero ¿quién es Tonantzin?
Coatlicue, Ciuhuacóatl, Tlaltecuhtli y Xochiquétzal son sólo algunos de los rostros de la diosa Tonantzin, alabada por los mexicas en el Tepeyac. Todas estas deidades representan las fuerzas femeninas de fertilidad y creación. Por ello, no es sorprendente que cuando Gonzalo de Sandoval, uno de los capitanes del ejército de Cortés, instauró en el Tepeyac el culto a a la Virgen de Guadalupe, los locales la vieron como una de las manifestaciones que llevaban adorando por siglos.
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Sincrética y permanente, la figura de Tonantzin ha sido reinterpretada a lo largo de los siglos y actualmente hay muchas imágenes que retoman elementos de la tradición mesoamericana y los combinan con las creencias católicas para crear una deidad mestiza que se asemeja a los orígenes de las personas que le rinden culto. La reapropiación de elementos indígenas por parte de la población local actual ha dado como resultado nuevos sincretismos que equilibran la espiritualidad de sus creyentes entre lo católico y lo mesoamericano.
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