Son dos horas de diferencia entre Bolivia y México, pero hay cosas que tenemos en común. Como la idea de que las mujeres no pueden, o deberían, hacer skate. Sin embargo, ImillaSkate está cambiando para siempre la forma en la que vemos este deporte.
Huara, Eri, Belén, Brenda, Susan, van apareciendo una a una del otro lado de la pantalla. Son muchas las historias que conforman Imilla (la palabra para niña o joven en quechua y aymara). Cada chica tiene una historia distinta, vive el patinaje de una manera única y aún así, encuentran en este deporte el eslabón que las une entre sí y también las conecta con las mujeres de su comunidad.
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Huara es la primera que habla. Su primer acercamiento con las tablas fue en la infancia temprana. Nos cuenta que ella y su hermano se subían a la patineta dentro de una caja. Caída tras caída, Huara complementó su viaje en el skate con el arte. Entre grafitti y las tablas, Huara encuentra en lo urbano un escape.
“En ese proceso de la práctica llegué a un punto de meditación,” me explica. “Después de un tiempo me di cuenta que el skate me ayudó a volver a encontrarme, volver a entenderme, a encontrar una paz en mi vida.“
Aunque el skate es una actividad que parecería individual, es todo lo contrario. Desde el aprendizaje hasta la ejecución, la comunidad y el trabajo en equipo son elementos fundamentales para disfrutar este deporte. Brenda habla de las polleras, prenda en forma de falda que se usa por las mujeres bolivianas. Dice que está orgullosa de formar parte de una genealogía de mujeres de pollera, para ellas es importante mostrar quiénes son y de dónde vienen.
“No sólo queríamos patinar, sino queríamos mostrar nuestra identidad como mujeres bolivianas”.
Belén estaba en Imilla desde el inicio y dice que no siempre estuvieron enfocadas en la vestimenta, sino que fue algo paulatino. Poco a poco, su mirada hacia las mujeres de pollera (las cholitas) ha cambiado.
“Las veo ya con más admiración, con más detalle,” comenta.
Las integrantes no esperaban que ImillaSkate se volviera lo que es. Belén nos cuenta que con el apoyo de la gente, han podido ampliar sus horizontes, enfocarse más en temas sociales y ayudar a las mujeres a romper barreras y vencer miedos. Entre los objetivos de Imilla también está impulsar a más niñas a practicar skate y a motivar a las mujeres de pollera a subirse a las tablas con orgullo de sus atuendos.
Elinor, Eli, recuerda la vez que fueron invitadas al Día Internacional de la Mujer en La Paz, donde muchas mujeres mostraron admiración por las cosas que ImilliaSkate defiende. El colectivo de patinadoras se resiste al estigma de que el skate es para hombres, al que dice que las mujeres en pollera no pueden subirse a una tabla. Para Eli, la mejor parte de estar en Imilla es haber podido acompañar y estar acompañada; haber creado un círculo de amistad y conocer las luchas e historias de cada una. El skateboarding les ha cambiado la vida a todas y ha enriquecido su relación con las mujeres de su familia.
“Nuestras abuelitas, nuestras mamás nos han dejado todo un legado de cultura, una cultura que se va perdiendo,” dice Eli. “Nosotras intentamos revalorizar todas esas cosas que nos dejaron nuestras abuelitas y hemos llegado a verlas diferente, a apreciar realmente lo que ellas han hecho por nosotras. Toda esa lucha.”
Susan confiesa que a ella le hubiera gustado tener un referente cuando empezó a patinar. Entre los estigmas y los miedos, una figura femenina a la cual admirar estaba ausente en su vida. “Me hubiese gustado conocer chicas patinando, o chicas que sean amables y que me enseñen a patinar», apunta en entrevista. Imilla busca que eso no vuelva a ocurrir; desean que las niñas interesadas en patinar puedan ver al colectivo y preguntarse “Ay, esas mujeres patinan. ¿y yo por qué no?”
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